Mis rincones rurales

Me decía hace poco un buen amigo de mi ciudad:

-Luis, me encanta lo natural, lo auténtico. Y te sigo porque con tus encuentros con la naturaleza me despiertas esas sensaciones que tanto me gustan.

Estas palabras, nacidas de una persona que ama la naturaleza, me alegraron mucho. Me gusta estar siempre en contacto con la naturaleza, con sus paisajes, con sus masías, con sus pueblos, con sus fuentes, con sus rincones pintorescos. Y a pesar del enquistamiento que padece el mundo rural, el legado heredado es hermoso, con todos sus visos de melancolía.

Leí en un libro que el “modus vivendi” rural es un vestigio muy quebrantado, tras el modelo costumbrista de una sociedad de consumo cuya existencia mira a otros lados.

“Me encanta lo natural”. Sí, es el emblema que adopto desde hace muchísimos años, con toda su vertiente etnológica, con todos los recuerdos y remembranzas que atesora. La vida de los pueblos ha sido y es la esencia de lo peculiar, de lo autóctono, de lo genuino, más allá de los tópicos.

Hace poco publiqué mi encuentro con la abuela Emilia. Si lo leísteis enfundó en mi corazón sensaciones emotivas,  ¡qué mujer! Y como Emilia hay muchas personas que enriquecieron mi modo de ver la vida disfrutando de “lo natural”. Por eso, siempre que puedo procuro que mis amig@s tengan esos bellos encuentros con la naturaleza, donde queda como un museo una cultura copiosa, que es el arquetipo de la base de la humanidad.

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Me he desplazado a la comarca del Alto Mijares. Caminando he llegado a un grupo de masías deshabitadas. Y sentado en el umbral de un viejo caserío, contemplo la película de detalles que me ofrece la escenografía rural que me rodea. La era, la siega y la  trilla y las herramientas que utilizaban: la hoz, los vencejos, las zoquetas, los manguitos, el sombrero, el botijo…. Y la bota de vino, para los respiros culinarios.

También veo un derruido corral y la representación del pastor, curtido en nociones como biológicas, naturales, metereológicas…. Y los viejos campos me inducen a ver la figura del arado. Y una ocupación continua, como amasar el pan, atender a los animales domésticos, lavar, cuidar a los hijos… Faenas propias de la mujer, como zurcir,  coser y remendar los pantalones de su hombre.

Sí, sentado, las evocaciones se trasladan a mi pensamiento como un concilio remunerador. Tampoco hay que olvidar la bodega, y las serenatas y las rondas, cargadas muchas veces de críticas o de salsa picante.

“Cuando la Cirila se marchó a Madrid

paseaba en coche con mucho postín.

Cuando la Cirila volvió a regresar

la barriga hinchada, que calamidad”.

Tradiciones, cultos, oficios rurales... Eran otros tiempos. 


La gama de secuencias se hace interminable, mientras el sol del mediodía me atrapa en mi asiento. Me levanto y sigo por un camino, por mis caminos,  en busca siempre "de lo natural”, hasta “que las sombras cubran mi sendero”.