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El Tiempo en Segorbe. Predicción

El Tiempo en Segorbe

lunes, 15 de febrero de 2010

Ausencia justificada

Estimados amig@s y seguidor@s de este blog:

A causa de unos arreglos básicos en mi ordenador, este blog va ha estar temporalmente inactivo. Espero reactivarlo lo más pronto posible, poniéndome al día con nuevas entradas, visitas y comentarios, como habitualmente hago, con la misma dedicación y participación de siempre, emblemas que caracterizan nuestra atractiva labor comunicativa.
¡GRACIAS, AMIG@S!

jueves, 11 de febrero de 2010

Del Pla de la Casa a la Mallada del Llop


A la Serrella he vuelto varias veces. Es una sierra para volver, para ser visitada más de una vez. Me gusta. Sus perfiles, sus cimas, sus crestas, sus pendientes, sus collados… muestran el peculiar empaque de la alta montaña. El Pla de la Casa, los barrancos del Moro y de la Canal, el Portet de Fageca y la Mallada del Llop son nombres que hermosean el senderismo por esta encumbrada sierra, elevada sobre el pintoresco valle de Guadalest, encerrado por grandes montañas: La Aitana, la Serrella, la Xortà, la ostentosa Bernia y el gallardo Puig Campana.

El tiempo era magnífico, el cielo completamente azul. Inicié la larga travesía desde Quatretondeta. Ladee los famosos “frares” y remonté los empinados senderos que me elevaron a las terrazas superiores. Caminaba rumbo al Pla de la Casa. La soledad era magnífica entre tanta aridez y el color gris de las rocas, perfilándose en los costados del terreno. Rocas que, afiladas, despuntaban como muelas impetuosas, afincadas sobre vertiginosos vacíos. Y llegué a la cima del Pla de la Casa, a su pequeña cruz. Estaba solo en un espacio inagotable, cargado de parajes naturales, donde dejar volar el alma es un atributo. Las panorámicas se hinchaban de montañas, las mejores de la provincia de Alicante con sus bellas formas. Los atractivos y esplendores de la naturaleza eran absorbentes, encendidos de una luz mágica. Estas montañas parecían sonreírme. Se mostraban libres de sus visitantes más asiduos: el arrebato de las nubes y la vehemente voz del viento.

De bajada del pico pasé por el Portet de Fageca y reemprendí una nueva subida entre el monte bajo y algunas canchaleras. Caminaba hacia la Mallada del Llop, donde la montaña se desnuda, moteada solo por erizos vegetales. Me hallaba feliz en estos patriarcales relieves, contemplando un mundo fantástico a mi alrededor, con tan buenos recuerdos de pasadas excursiones. Bernia y el Puig Campana hendían sus cimas con orgullo en un azul ardiente, adornando la imagen majestuosa de estas montañas. Y en este impar observatorio mi fantasía se desbordaba. Tenía la impresión de estar viviendo un sueño, concentrado en un castillo mágico, aljofado de oro.

Los placeres de las montañas son únicos.








domingo, 7 de febrero de 2010

Peñíscola, de "alta arboladura"

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Peñíscola, de arenas doradas, de mar azul con reflejos de nácar… Decía un escritor que “la realidad es a veces tan bella que parece soñada”. Para mi así es esta ciudad, abierta a los egregios azules de mar y cielo. Acudo una vez más a su encuentro, y sugestionado por su belleza la recorro bajo los relumbros de un sol indulgente y los aspergeos de una brisa netamente marinera.

Antes de adentrarme por sus sorprendentes rincones, paseo por sus playas, de fina arena. Contemplo con avidez la estampa de Peñíscola, que fue atracción de antiguas civilizaciones -los árabes la denominaron Banáskula-, tan fotografiada y alabada internacionalmente, tan ricamente aposentada sobre un peñón roqueño sobresaliendo con empaque secular todo su conjunto monumental e histórico sobre el Mediterráneo, con las murallas de Felipe II acordonando la antigua villa, con sus garitas vigías.

Y relamido por la sinfonía de las olas coronadas de espumas penetro en la histórica ciudad bajo el palio de gráciles palmeras, guardianas del amurallamiento. Lo hago por el acodado Portal Fosch. Y la visita se deleita por la danza del blanco. Primoroso color que descuella por sus pinas calles, estrechas y escalonadas, con su típico enmorrillado, salpicadas de establecimientos turísticos. Las viviendas presentan diversos tipos de fachadas, con puertas de arcos de medio punto y de construcción cúbica.

Alcanzo el castillo. Y me impresiona su grandiosidad, con sus piedras labradas, famoso por haber sido residencia del Papa Benedicto XIII, Pedro de Luna, desde 1415 a 1423. Y visito esta edificación de los caballeros templarios, sus dependencias, el amplio patio de armas, el palacio residencia del Papa Luna… Por una estrecha y empinada escalinata subo a la parte alta de esta impar fortaleza. Y rodeado de sol y efluvios marineros paseo por esta majestuosa atalaya. Y la visión es fabulosa, mágica por todos los lados, que a tantos viajeros ha hechizado. Un gran foro panorámico, donde la apostura de las apiñadas casas de la antigua villa se amalgama con increíble hermosura y luminosidad, en su arrimo peninsular con el mar. La ciudad modernizada, la de los hoteles y su ambiente internacional, se estira por el filo de las playas, mirando al Mare Nostrum.

Peñíscola siempre ha estado dedicada a la marinería. Y para conocer su historia visito el incomparable Museo del Mar, inaugurado en el año 1997, con sus secciones histórico-arqueológica, etnológica y biológica. Al salir, avisto una vez más el Mediterráneo, alzando su alegría azul y regalando su hálito a la majestuosa Peñíscola desde las lejanías.

Y desciendo, finalmente, al muelle; me empapo de su tipismo, aflorando históricas imágenes de navegantes y pescadores. Y como es hora de comer, quiero satisfacer mi estómago con la exquisitez gastronómica, preferentemente con el típico “suquet” de pescado, rematado con el delicioso bizcocho de almendra o las tartitas del Papa Luna, elaboradas con almendra, naranja, miel y requesón.

“Peñíscola en el mar, barco varado de fuerte quilla y alta arboladura, donde se encima un sueño que almenado rompe el horizonte la angostura…” (José Jurado Morales).

















jueves, 4 de febrero de 2010

Los Estrechos de Montanejos


El congosto o cañón de Chillapájaros ha sido excavado por el río Mijares en una profundidad considerable. En el estrecho y angosto cauce resuena el murmullo de las aguas del Mijares acariciando el oído. Y los verticales baluartes calizos que lo flanquean quedan coronados por airosas masas de pinos, formando un vasto penacho vegetal de briosos verdes.

Las perspectivas de esta formidable garganta, de sus farallones, pueden contemplarse por medio de dos amplios “balcones”, construidos dentro del túnel que franquea el paso a la carretera que une el valle de Arenoso con Montanejos.

Antes de penetrar en este túnel nace a la izquierda de la carretera el camino que se une al río, por donde pasa el balizado sendero circular de Los Estrechos. Un metálico puente permite cruzar al otro lado del río.

El recorrido por este sendero es de lo más fascinante dentro de los paisajes que ha creado el Mijares. Se observa toda la agreste faz de la garganta, vigorosamente hendida entre la montaña Copa y los murallones del Frontón y adquiriendo toda su belleza. Abajo, las aguas del río rugen atronando los oídos, y entre los pedruscos que obstruyen su cauce se levantan crestones de espuma blanca, agitada y turbulenta. La retumbante cinta se apacigua por el espectacular tajo de Chillapájaros. En los labios del abismo crece el revestimiento silvestre, dándole una entonación agradable, atemperando el vivo color de las rocas.

El túnel desemboca a elevada altura sobre la presa de Cirat. Y desde estos miradores, en la propia carretera, se ven las distintas escenas de los pronunciados escarpes tallados por el Mijares, cuyos rocosos paredones, con sus tintas grises y coloradas armonizadas pintorescamente, son cita de escaladores por las numerosas vías que se han practicado, tanto por las paredes principales como por las adyacentes al desfiladero.








lunes, 1 de febrero de 2010

El castillo de Almonecir


Piedras, paisajes y río. Lo cruzo por el puente de la Palanca. Salgo de Vall de Almonacid y camino junto al río Chico, que menudea su agua mansa desde las angosturas de Espadán. Entre la huerta ando el camino. Frutales e higueras, con las ramas cortadas por la poda. Una balsa espejea el disco solar y la fuente Larga alimenta la acequia conductora, presidiendo una alargada área recreativa. Es el paraje de la fuente el umbral preliminar en la ascensión a un cerro que se eleva a 577 m de altitud. En su cumbre se airean los vestigios de un castillo de origen musulmán, que jugó un papel importante en la rebelión de los moriscos en 1526, con su rehabilitada y singular torre del homenaje.

Señales metálicas del parque natural guían al caminante. Entre aterrazados olivos moldeados por el tiempo serpentea el itinerario, dominado por los rocosos farallones de la Peña Matoramos. Y como contrapunto vuélvese al cielo el castillo en reverencial acuño, con su envaje de brisas.

Paseo por su recinto, retengo mi deambuleo por el albacar y el patio de armas, y contemplo un amplio trozo de la comarca del Alto Palancia, recortado por la coreografía de las cimas de la Calderona, la Bellida y El Toro, desde el pico del Aguila hasta la cúpula de la Salada, revestida con un blanco capuz. Me prendo en la vistosidad de esta histórica atalaya. Palpo casi la dentada cúspide de la Rápita, techo de la sierra, engarzándome la fortaleza de estas montañas con su relumbro vegetal. A sus pies se abre el valle de Almonecir, albergando el plateado oleaje de olivos reverenciales, sondeado por el salmo de Espadán.