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El Tiempo en Segorbe. Predicción

El Tiempo en Segorbe

viernes, 30 de septiembre de 2011

Caminamos...


Caminamos... Nos paramos. Hablamos. Observamos. Reímos. Somos felices. Gozamos en la naturaleza... Hacemos:

¡SENDERISMO!

Y nos esforzamos en las cuestas. En los descensos. Guijarros que pintan de gris los senderos. Ribetes verdes que los orlan. Plantas y flores. Y árboles y arbustos. Aromas vegetales. Aromas en las palabras de l@s amig@s. Alegría.

Y cada semana volvemos a amalgamar esas sensaciones profundas, ese encanto que se desprende de la montaña y que hace crecer nuestra pasión, franca y feliz.

Y vamos para arriba. Ascendemos a la luz, cerca del azul. Y encontramos en cada etapa su peculiar belleza. Percibimos el lenguaje de la naturaleza y nos llena, nos infunde ánimos. Y volvemos otra vez porque encontramos un lugar inédito. Así nos lo dice Emile Javelle cuando manifiesta:

"Bienaventurado sólo aquel que conoce en alguna parte un vallecillo por el que no pasa sendero alguno, un bosque en el que no ha entrado el hacha, una cascada que resuena en la poza donde nadie se ha asomado".

Nos atrae tanto la montaña porque creemos que toda la felicidad "ayuda a construir una vida", entre la AMISTAD, entre las vivencias, experiencias, detalles..., como el arroyo que corre feliz entre la floresta, que lo abraza como a un niño, y  el apasionante mundo de las cumbres, donde se enaltece el verdadero espíritu del montañero, del senderista.


jueves, 29 de septiembre de 2011

Era ya otra persona


-Tiene usted que hacer deporte, me dijo el facultativo.

-¡Queeeeeeeeeeeeee!!!

Me dejo anonadado.

-¿Y por qué?

-Porque si no lo hace, se convertirá con el tiempo en un  viejo prematuro.

-¿Y que tipo de deporte tengo que hacer?

-Pues nadar, ir en bicicleta, correr…

Salí de la consulta como si hubiera saltado de un tiovivo.

Pero me lo tomé en serio. Y empecé a correr. Me convertí en un  corredor popular, como tantos otros. Mis amigos me decían que era el “feriante” de las carreras.

Acudía a todas.

Y en diez años no paré.

Y volví a la consulta.

-Doctor, ya estoy aquí.

-¿Y qué?, me contestó, queriendo saber cual era el motivo de mi visita.

-Pues nada, que ya he corrido.

El doctor no me conoció. Trataba de averiguar que me pasaba.

-Nada, estoy muy bien. Solo venía a decirle que  ya he corrido. Y durante diez años, no se crea.

El médico me miró fijamente, llamó a la enfermera y le dijo muy irritado:

-Llévese a este chalado a la calle. Que manera de perder el tiempo con este tipo de personas.

Salí muy complacido de la consulta. Era ya otra persona.

martes, 27 de septiembre de 2011

El Grau Vell

 

Hay tardes que me apetece bajar al mar. La de ayer fue una de ellas. Y nuevamente me acogió en sus reblancas redes la aldea del Grau Vell. Me gusta pasear por este lugar con su primigenia apariencia, lejos de urbanizaciones modernistas, formando una orla rectilínea de casitas bajas pintadas de blanco, mientras las brisas se cuelgan de mis hombros. Pero no las noto. Son como hadas que acarician mi rostro. Al lado queda la franja de la costa exornada de piedras porosas y pulidas, de tonos oscuros.  

El ambiente es relajante, sumamente delicioso. Se respira paz y más aún  cuando los lugareños lo miman, lo cuidan como un tesoro recogido ante la estampa  confinante del extenso marjal “dels Moros”.

Fotografío el  antiguo torreón de vigilancia costera, cargado de piedras antiguas que conmueven mi sensibilidad; la ermita dedicada a la Virgen del Buen Suceso y la antigua escuela. Grau Vell sería otro en otros tiempos con los niños en la calle, tranquilos, felices, dedicados a sus juegos,  entre los resoplos del mar.

Me acerco a ese mar que envía su jadeo al Grau Vell. Su peculiar ruido me atrapa. Me engancha el baile de las olas cuando rompen sobre el pedregal de la playa. Y las olas siguen y siguen su camino. Son olas largas, uniformes, bruñidas, que terminan desflecándose en espumas al chocar contra las rocas, formando múltiples hilillos que resbalan por las grietas y los intersticios del cantizal.

Sigo paseando sobre la tierra oscura, entre el blanco reluciente de la cal, entre arbolitos de sombra. La simplicidad de Grau Vell  me emociona más profundamente que otros parajes más rentables. Mientras tanto  contemplo la sierra del Picayo, pintada de verde y rojo. Y recuerdo las veces que he estado en esas rocas sublimadas por una cruz, en compañía de queridos amigos. Y asoma la nostalgia… Y me voy...

IMAGENES DE GRAU VELL














domingo, 25 de septiembre de 2011

Y el sol alumbró sobre las crestas del Palomera




Como llovía en Valencia en la madrugada de ayer sábado, nos fuimos a Teruel. Y vaya que acertamos. Y para arriba fuimos Carmen, Mª Angeles y el autor de este blog, felicísimo con mis amigas.

Queríamos ascender el pico Palomera, una cumbre de 1.529 m. de altitud, que destaca notablemente cuando por la autovía A-23, a la altura de Torrelacárcel y Torremocha del Jiloca, la ves con su poderosa estampa gris, afilando sus escarpadas y escabrosas paredes sobre la extensa llanura del Jiloca.

Partimos desde la ermita de la Virgen del Castillo, situada en el término de Aguatón. El cielo aparecía cubierto parcialmente de nubes plomizas. La temperatura era fresca, pero ideal para andar. Poco a poco veíamos que las nubes se abrían, que el sol se asomaba con sus ráfagas luminosas, que el azul del cielo se expandía entre nubes blancas en forma de vellones de lana. Y que ese cielo de turquesa aureolaba esas nubes,  que anunciaban una mañana encandilada de luz.

Así que, andábamos jubilosos, felices, hablando, comentando cosas. La agonía del verano se hacía sentir y el campo tenía un encanto extraño. Hasta que tuvimos que elevarnos por un empinado sendero,  flanqueado de carrascas. Un esfuerzo que tuvo como recompensa la coronación de un terreno más estable, alfombrado de matas pajizas que afilaban sus hojas.

Andábamos felices por el buen tiempo. Franqueamos un bosquecillo de carrascas con sus troncos rugosos y retorcido ramaje de hojas quebradizas. Nos hicimos fotos ante la excelsa presencia del pico Palomera, dominando un  valle combado, donde la gayuba se expandía en espléndidos manteles de verdor.

Antes de hollar la cumbre y abrazar el corpulento torreón que se eleva junto al vértice geodésico, nos asomamos al vertiginoso vacío que se abre a sus pies, entre ráfagas de brisa fresca que cosquilleaba los trazos corpulentos de las rocas.

Nos enfilamos hacia la cumbre acariciando el vacío. Y pronto coronamos el pico, abrazado por la gracia de una luz solar intensa y cálida sobre el paisaje montañoso. Las vistas eran de lujo, alcanzando dilatados y generosos horizontes que se escudaban por la serranía de Albarracín, pasando antes por leguas y leguas de planicies.

Saboreamos el placer de las alturas. El sol llenaba de oro la montaña. Los paisajes eran ricos en matices. Y un sendero amable, cortejado por gayubas, nos depositó en el camino, de regreso al punto de partida, mientras los valles y los montes, revestidos de oscuras carrascas, formaban un formidable plebiscito, dedicándonos todo su empaque colorista.

Nos parecía oír, mientras nos acercábamos a la ermita, como cantaba la tierra virgen enseñoreada por una calma densa.


FOTOS DE LA RUTA:















jueves, 22 de septiembre de 2011

Hacia signos de esperanza




Esta mañana, en Valencia,  mientras esperaba a mi mujer, me he sentado en un banco bajo la discreta sombra de una grácil palmera, que plasmaba con ductilidad la sinfonía anaranjada de sus enracimados frutos.

El jardín me arrullaba con sus plantas de mil colores. Y lo hacía también el agua de un estanque que bailoteaba al compás de una fina lluvia plateada, que desflecaba un surtidor grumoso engalanado de brillos. Dos viejos, sentados en un banco cercano, se miraban dulcemente. Él con ojos enamorados y ella le dedicaba sonrisas de júbilo. Que bello es el amor a esa edad, toda la vida juntos, como el cielo y el mar.

Una operaria se dedicaba a desbrozar una parcela. Su tarea era paciente y artesanal, dejando libre la tierra hermosa, entre una arcadia floral.

Los blancos palomos descansaban sobre el césped, y su albura parecía crecer sobre la alfombra de esmeralda, recuadrada de flores que esparcían fragantísimos olores.

Pasó una linda joven con un vestido blanco por el andén. Y por un instante su juvenil rostro me pareció una bella flor del jardín.

Que hermosa es la vida aquí, en el parque, mientras muy cerca otras vidas se encaraman hacia signos de esperanza, decididas a luchar, a vivir, a reir...



miércoles, 21 de septiembre de 2011

Mis tres parajes mágicos en el litoral

 

Muchas tardes me acerco a ellos. Solo. Y archivo en el aire de mis ojos mis delicias, mi tiempo, sembrando silencios, asombrándome de parajes que comprometen mis andanzas en un ramaje de admiración completa.

Ahí está el Grau Vell, al lado de Sagunto, con su primigenia estampa, como antiguo puerto romano. Lo paseo y revivo su historia, con el vivo movimiento de las olas cerca. Necesito recibir su aroma, su imagen uncida de luz, de blancura y de colores de plantas y flores. Son jugos encendidos ante la solemnidad del mar.

Otro lugar es el Clot de Burriana. Júbilo para el paseo. Portento de verdes, ribetes vegetales tupidos, florecidos, palios de arboladuras que besan el agua. Son andanzas llenas de savia, vivificadoras, casi horacianas. Soy como un caballero andante entre la plenitud de la penumbra de los caminos. Y sueño con vientos nuevos, con sensaciones esenciales para mis pensamientos.

Otro paraje son las lagunas de Almenara, “Els Estanys”. Agua retenida, limpia, clara. Abrazo exultante, buscando la deseada paz. Un tesoro para el paseo por sus pasillos florecidos de mil plantas. Es un asombro estas lagunas de agua dulce. Se llenan de agua, de sol, de romanticismo. Y surgen las brisas como ventoleras de amor. Y las atardecidas encienden las aguas de tonos escarlatas. El sol sabe jugar con el agua, como una caricia.

Digo, mi voz no miente.






domingo, 18 de septiembre de 2011

Hacia Peñas Blancas y regreso por el barranco de la Jara



 En el collado Roig, debajo del Monte Mayor


Con esta ruta hemos iniciado una nueva temporada senderista. Empezamos temprano. Vimos amanecer con la cara redonda del sol que asomaba luminosa y vital. Nuestro punto de partida fue la fuente del Conde, emplazada en el término de Algimia de Alfara. Ganas de andar, de charla amigable, mientras el camino ganaba altura con su repertorio de curvas hacia el collado de la Morería.

La compañía como siempre envidiable, deliciosa, entre buenos amigos.

En el collado de la Morería abandonamos el camino y emprendimos la ascensión hacia Peñas Blancas. El sendero sigue estando fatal, pedregoso, canalizado a trechos entre estrechas hendiduras. Y los molestos arbustos invadiéndolo. Las vertientes asoman su deforestación. Y con este estado del sendero, la subida es de una mayor exigencia física.

Toda esta trama de senderos que engarzan rutas a Peñas Blancas y el Monte Mayor están sin balizar, sin ninguna señalización. Es necesaria esta primordial mejora en áreas de especial protección, empezando por una eficaz limpieza y rehabilitación,  para garantizar el deporte del senderismo.

Al llegar a la cumbre de Peñas Blancas las vistas son impresionantes, alcanzando buena parte del litoral y del territorio del parque natural de la sierra Calderona, en la demarcación del término de Segorbe, con  sus valores naturales y montañeros.

Descenso por un sendero resbaladizo y enlace con el que sube de las casas de la Ereta. Lo enfilamos pasando por los flancos del altivo roquedo de Peñas Blancas, con su estructura fragmentada. Cruzamos el collado del mismo nombre, y por las  faldas del boscoso Monte Mayor, donde la excursión gana en belleza, llegamos al típico hombro de esta singular montaña. Foto del grupo. Y descenso por otro erosionado sendero hasta llegar al collado Roig, conexión con la pista de Gátova a Serra y enlace con el GR-10. Otra foto del grupo en este privilegiado hito de la ruta.

Nuestro recorrido lo enfilamos hacia el valle de la  Jara, cercado por Peñas Blancas, el Monte Mayor y el Alto del Sapo. Descenso rápido hacia el centro del recoleto valle y ligera subida hacia las casas de la Ereta. Otra foto del grupo, bajo el dominio de Peñas Blancas.

Ahora tocaba descender hacia el barranco de la Jara. Otro sendero en estado lamentable, desdibujado por el paso de las motos y con un lecho invadido de piedra suelta. De ahí su erosión. Paso por el corral del Bobo y encuentro, con la ruta ya mejorada, con el frondoso cauce del barranco de la Jara.

Regresamos al área de la fuente del Conde, donde nos refrescamos al amparo de las gratas sombras que dibujaban los árboles ornamentales. Emprendiendo cada uno el regreso, habiendo disfrutado tod@s de una bonita ruta en el panorama senderista de la Calderona.

Datos de la ruta:


Participantes: Pilar, Carmen D.,  Merche, Rafa, Mª Carmen, Carmen K., Emilio, Sandra, Felipe y Luis.

Distancia: 13,5 km.
Tiempo en movimiento: 4 horas.





Hacia el collado del Romeral


Pilar, frente a Peñas Blancas


En la cumbre de Peñas Blancas


Merche, Carmen y Emilio en el collado de Peñas Blancas


Contemplando el bellísmo paisaje de la Calderona


Una  bella muestra del paisaje de la Calderona


Llegando al collado Roig


En las casas de la Ereta. Arriba, Peñas Blancas


Fotografiados en el corral del Bobo


Cerca ya del punto de partida de la ruta: La fuente del Conde

jueves, 15 de septiembre de 2011

La apacibilidad del otoño, los viajes y la lectura




Tras el rancheo veraniego y festivo -en mi comarca todavía hay pueblos que no han celebrado sus fiestas patronales- se acerca la laxitud del otoño. Y con la nueva estación uno procura viajar, leer y darle caña a las piernas, como dejé constancia en mi anterior entrada.

Si ahora me propusiera viajar a lo grande, lo tendría algo difícil elegir destino. Porque,  estimad@s lectores  y amig@s, tres son los lugares donde me gustaría ir. A saber:

a)      PETRA: Para contemplar esas construcciones labradas en la roca, sitas entre el mar Muerto y el golfo de Aqaba, con sus cañones y secularmente parada natural de las diversas rutas de caravanas, que conectaban países como Arabia, Egipto y Siria.

b)      EL VALLE DE KATMANDÚ: En el Nepal, a los pies de las gigantescas montañas del Himalaya.

c)   MACHU PICCHU: Obra maestra de la arquitectura e ingeniería. Llegar utilizando un camino inca, andando, rememorando la principal ruta de acceso a este imponente complejo andino.

¿Qué destino elegirías vosotr@s?



Todo viaje, encaminado a hallar lo inesperado,  infunde mayormente placer, distracción, entretenimiento, cultura, conocimientos, romanticismo…

A mi me gustaría hacer los viajes al estilo del gran escritor y viajero Javier Reverte. Me apasiona viajar así. En mi tierra mis libros llevan impresa la estela del viajero. Pero a mi edad se desea conquistar aventuras y destinos opuestos. Lo confieso: Amo los viajes.






Y también la lectura, evidentemente.

Así que en uno de mis recientes viajes a Valencia, he adquirido tres libros para gozar de la lectura,  ahora que el día va acortando paulatinamente  y uno estará más en casa cuando el sol tienda a ocultarse en el no lejano meridiano otoñal.

Una de las obras, naturalmente,  es de Javier Reverte. La última. Titulada “En mares salvajes,  un viaje al Artico”. Es la que estoy leyendo ahora. El relato de su viaje realizado en el año 2008 en el curso de 13 días. Muy emocionante.

Las otras dos obras son novelas. De gran éxito y ediciones, tituladas “El jardín olvidado” de Kate Morton, y “En el país de la nube blanca”, de Sarah Lark. Dos novelas donde “viajan” los recuerdos y el espíritu romántico.