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El Tiempo en Segorbe. Predicción

El Tiempo en Segorbe

domingo, 30 de mayo de 2010

Sinceramente


Me crié entre huertas, entre frutales, olivos y viñedos. Al lado, el mar, y arriba, las montañas.

Había paz, armonía y ritmo en la naturaleza, y su vitalidad penetró en mí, llenándome de sentimientos que se enraizaron en mi corazón.

De muy joven empecé a soñar, caminando por cumbres y rocas, cruzando ríos y praderas, descubriendo la magia de la serenidad, el sacro hálito del silencio.

Los sueños se hicieron realidad, y empecé a amar; primero fue mi tierra y más tarde otras sierras: Gredos, los Picos de Europa y el Pirineo, poderoso y bello.

He conquistado muchas cumbres tras saber verlas; la disciplina se hizo blasón, fortaleciendo mi corazón.

He escuchado el silencio, sí, como fiel vasallo suyo, y su energía me aupó a altas cotas de felicidad. Me acompañó como savia vigorosa enriqueciendo mi espíritu.

El sol, el calor, el frío, la nieve… fueron la sustancia de aventuras, admirando la frontera donde se traza la supervivencia.

Los pasos que se dan en la montaña son afines con el quehacer cotidiano; hay que poner atención donde se pisa para llegar al objetivo más alto.

En la montaña siempre se aprende: Nunca el éxito debe subirse a la cabeza. Ojala sea respetada siempre para valorarla como se merece.

Como decía Gerges Sonnier “Conquistar la montaña es conquistarse”. En ese mundo donde reina lo excepcional, las reglas no son permutables; están ahí impregnadas en la naturaleza para que el hombre, fiel a ellas, arribe a su objetivo.

Y nada más por hoy. Como sabiamente dijo Henry Russell: “¿Cómo añorar la vida civilizada cuando uno se encuentra tan bien sin ella?”.


Luis G.


sábado, 29 de mayo de 2010

Entre carrizos y cantos



La mañana era luminosa. Lucía un sol que mostraba su nobleza primaveral, cabalgando sobre los rizos de las olas. El Mediterráneo me regalaba sus soplos frescos y halagadores, un azul brillante y ardiente, con visos plateados.

Estaba en el parque natural Prat de Cabanes-Torreblanca. Comienzo la ruta desde el centro de visitantes de Torre de la Sal. Camino por una pasarela de madera. El herbario de esta parte del parque me acompaña. Me acerco a un observatorio de aves, que domina una laguna. Ya en la playa, veo unas formaciones de dunas fósiles que, dicen, datan del Pleistoceno. Vaya curiosidad. Pero aparece otra, más dilatada. Es una barrera de cantos y guijarros de unos dos kilómetros de largo, que separa la zona del marjal con el mar, formando una costa de restinga. Y por ella avanzo como puedo, escuchando siempre el monótono “crac, crac” de mis pasos. En ocasiones, abandono el cordón de gravas y me acerco a las olas. Y observo entre la claridad de las aguas, los retazos fosilizados de las dunas, el color verde y pajizo de las algas y el mar, liso, dócil, limpio, misterioso…

Iba avanzando por esta barrera entre los aromas del mar y su sinfonía. Algunas gaviotas mostraban en sus vuelos el color de sus alas. Y una señal del parque me indicó que tenía que desviarme, salir de la playa. Estaba ante las ruinas del antiguo cuartel de carabineros, que tenían como misión custodiar y vigilar esta parte del litoral. Cerca, queda un tramo de playa que, según me informaron, es de uso naturista.

Me adentro en el marjal por un camino perpendicular a la playa. A izquierda y derecha se alarga el prat con su apretado comicio de vegetación palustre y acuática, con el carrizo y la enea como especies dominantes, donde es fácil escuchar el parloteo de las aves.

Ahora me encamino entre campos cultivados, recortados por canales de drenaje. Los lados del camino están salpicados por olivos, naranjos, higueras, granados y una exposición colorista de flores, que alegran con savia palpitante los flancos de algunas edificaciones de segunda residencia.

Por el área recreativa del Pont Roig recorto mi ruta, ataviada con lagunillas y embebida de sonidos que emergen de la espesura vegetal. El relumbre azul se derrama sobre las aguas del mar. Percibo sus emanaciones y escucho de nuevo sus palpitaciones, pero ahora confundidos con las voces de los visitantes del parque, que lo pasean con aire mirón y dialogante.

-Mira, Pepe, això és molt bonic.

La canción del agua trepaba por los cantos rodados y planeaba sobre el marjal.


















martes, 25 de mayo de 2010

Los Caños de Gúdar



Las fragantes chaparras rastreras salpican como manteles verdes los altos de Gúdar, donde los panoramas de esta soberbia sierra y de otras se dilatan hasta alcanzar Javalambre y El Maestrazgo, recortando flamígeros horizontes.

Pinos albares y negrales arropan esta hermosa sierra, con sus valles de esmeralda, donde es fácil ver pastar el ganado vacuno en las praderas tapizadas de un verde norteño.

Pablo Marín y Luis G. salieron de su ciudad con el cielo despejado y diáfano, y ahora, tras dejar la carretera que va desde Alcalá de la Selva a Allepuz, muy cerca del cruce de Gúdar, caminan entre sol y sombra por un bosque de gran belleza forestal, con una flora baja alimentada por la corriente del joven río Alfambra. Majuelos, enebros, espinos, arces…. la arropan, mientras la corriente se afana entonando sus “allegros” con imperiosa euforia. Y bajo las cejas de unas cintas arriscadas de la vertiente contraria se ahílan espectaculares resurgencias, que bajan barboteando entre menudas piedras, engrosando el caudal del riachuelo.

Ahora el murmullo de la corriente es mayor, y pequeñas pozas dejan ver un agua clara, como el cristal. Es agua virgen, que nace de las entrañas de la tierra, y enriquece los sentidos con sus espumejeantes cascadas.

Tras cruzar simpáticos puentes de madera, llegan los caminantes al paraje de los Caños. Aquí las escarpas cierran el cauce, asomándose colgantes y bulliciosas guedejas de agua -que bien suenan-, que forman la cascada mayor. Es un paraje bucólico, erosionado por la secular fuerza del recién nacido Alfambra. Alrededor, la empinada ladera que se orienta al norte queda recubierta por verdosas manchas de musgo, que parecen crecer sobre las gibas del terreno.

Los caminantes, satisfechos su curiosidad cumplidamente ante los Caños, dejan para otro día su pretendida incursión por los recovecos de la sierra, con el fin de ascender a su cima más alta, el Peñarroya. Saben que estas montañas les han robado sus corazones, pero que también hay jornadas para volver a ellas. La seducción de lo maravilloso siempre flota por Gúdar.














Gúdar

lunes, 24 de mayo de 2010

Mis sierras


Sierras de mi comarca,

que la primavera hermosea,

árboles de verdes opulentos,

que por los valles sueñan.


Cumbres que buscan el cielo,

donde el sol besa;

y la luna llena

de caricias que parpadean.


Cuando las nieblas las ocultan,

las estrellas tiemblan,

porque no ven en la tierra,

los paraísos de mis sierras.


domingo, 23 de mayo de 2010

En la mañana de primavera


Troncos sombríos de las encinas,

verdes vaporosos de sus hojas,

jubilosos mechones sobre la tierra,

sembrando de gozo la vereda.


La fuente sonaba cerca,

salmodiando cantos de sirenas,

floreando sueños mágicos,

en la mañana de primavera.


Al fondo, la roca surge despeñadiza,

con su pétrea romanza, señera y plomiza,

salpicada de resoles bermejos,

donde las rapaces raciman sus vuelos.


viernes, 21 de mayo de 2010

Los Ojos de Babor



Desde el puente de la carretera A-228 contemplo la cascada del azud de Babor. Lenguas de espuma destellante se precipitan sobre el cauce del río Mijares, desgranando un tropel de rumores eufónicos y galopantes por las cercanías. Los chopos presiden las formaciones de ribera del río. Baja con sus aguas limpias y acrecentadas por las recientes lluvias. El sol le acuña de costado y los chopos lo acompañan como ínclitos inquilinos de sus orillas, con la pureza estilizada de su marcialidad. Por el terreno circundante veo el sauce blanco, el enebro y el quejigo. Las aulagas apuntan vivamente el amarillo de sus flores y el camino es una cinta blanca entre los verdes de sus márgenes, donde se columpian las espigas de las gramíneas y las gemas de las matas de tomillos y manzanillas, revelando la equidad de sus respectivas heráldicas florales.

La brisa cabeceaba los trigales, formando suaves ondas, y las dulces hojas de los chopos modulaban su acorde vibratorio sobre el trazo del camino. La tierra ocre de unos bancales quedaba suelta y esponjosa tras el paso del tractor, y la tarde asentaba sus claridades sobre los verdes campos, sobre las colinas y se afinaba en las aguas del Mijares.

Llego a los Ojos de Babor. ¿Y que son? Pues son afloramientos de agua transparente protegidos por muros de piedra, que abastecen al Mijares. Este manantial, como su vecino de Royo, está al lado del río, y según se lee en una mesa de interpretación “en el periodo de 1978-1990, el manantial de Babor aportaba una media de 0’56 m3/seg. Son aguas medicinales de carácter ligeramente termal, muy eficaces para ciertas dolencias, que permitieron la existencia de un pequeño balneario con varias habitaciones y capilla, tal como recoge Madoz (1845-1850)”.

Por una escalinata desciendo hasta las mismas bocas de este manantial, y me maravilla ver como brota el agua a borbollones, semejando las burbujas diáfanas perlas. Aguas salutíferas, que son como el pregón de la naturaleza, que llenan el ambiente, que suenan con alegría, como los cantares del Mijares, acordes de plata bañados de oro en los apasionados atardeceres sobre Javalambre.













jueves, 20 de mayo de 2010

La sonrisa de la naturaleza



Cuando te adentres en los bosques y subas montañas, descubre la sonrisa de la naturaleza. Si lo consigues, tu felicidad será grande.

(Luis G.)