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El Tiempo en Segorbe. Predicción

El Tiempo en Segorbe

viernes, 30 de abril de 2010

No sonrió el amor


Desterraste la brisa,

que fluyó de mi alma,

bordada de amores,

y de caricias cálidas.


Fueron tus besos

los acordes de mis sueños,

llenaste mi vida

de emociones y embelesos.


Quedó el mar en suspenso

cuando te fuiste de mi lado,

en el rosetón de mi vida,

quedó grabado mi desengaño.


miércoles, 28 de abril de 2010

Siempre se vuelve al Penyagolosa

El Penyagolosa atrae y mucho. Es la segunda cumbre de la Comunidad Valenciana, pero es proclamada como la cumbre más señera. Sobre su gigantesca imagen decía Sarthou Carreres “Jamás olvidaré esa impresión de asombro que se siente al contemplar de improviso aquella inmensa mole de más de mil ochocientos metros de elevación”. Tiene altura, imagen y avistase como vigía de tierras de Castellón y Teruel con su perfil espigado y audaz. Pero no es la propia montaña la que reviste un indudable interés excursionista “que solo se saluda con el Moncayo, los Pirineos y Sierra Nevada”, sino que atesora hitos recreativos y culturales desde su base. Por una parte el popular eremitorio de San Juan, centro de romerías ancestrales, que se inician en la primavera, como la de los peregrinos de Les Useres. Y por otra parte, un grandioso bosque de esbeltos pinos, que se eleva hasta los mismos flancos de la impar montaña, con su séquito botánico, abundante y variado.

La mañana discurría en paz mientras caminábamos sumergidos en las densas sombras del bosque de la Pegunta. Nos rociaban mil aromas entre el incomparable marco de las coníferas. El sendero, bordado de miríadas de florecillas silvestres, fue elevándose bajo el palio pinariego hasta la base del pico. Nos esperaba el tramo más codiciado por los que buscan la cumbre, colmando las ansias montañeras de cada uno. Nos zambullimos en una subida constante, pespunteada por frases admirativas. La naturaleza, con todo su esplendor, se abría regiamente por todos los lados, y la cumbre la teníamos ya cerca. En su silencio, parecía hablarnos. Y nos sentíamos felices, a pesar del esfuerzo al rematar la ascensión. Entre los acordes verdes, triscaban las cabras hispánicas. Y galanteaba entre la audición natural el canto del carbonero, atalayado en el corazón de los pinos.

Y notábamos la emoción del instante final, cuando los hitos del Penyagolosa estaban delante de nosotros… ¡y la belleza!

Con la altura, la geografía era una fiesta, porque allí estaba la naturaleza, con el aire puro y los amables y bellos valles. Abajo, en el santuario, se vive la fe de los pueblos. Y aquí arriba, en la cumbre con sus estrados rocosos -soberbia arquitectura-, el cielo lo teníamos más cerca, y se apreciaba la armonía y el sentido de los habitantes que han vivido en las montañas, ejemplo de la tenaz voluntad humana.












lunes, 26 de abril de 2010

El agua de una fuente...


Un enjambre de pinos se ha unido en plebiscito. Cubren el fondo del valle como un telón pletórico de esmeraldas. Y salpican con garbo lírico terrenos baldíos, donde las florecillas del bosque adornan la tierra con sus colores vivos. Verdes bancales asoman entre muretes de piedra seca, donde en otros tiempos creció el trigo y la buena hierba. Y la masía está triste, con sus historias mudas y sombrías, solitaria al lado de las veredas.

El sol de la primavera dibuja ocasos radiantes. Hermosas tardes que cubren con sus colores crepusculares la masía, enfundada en su pobre melancolía. Rizan las brisas las ramas de las coníferas, mientras algunas violetas exhalan sus aromas entre el dulce acorde de la primavera.

Muy cerca, el agua de una fuente… ¡suspira!

domingo, 25 de abril de 2010

Festival cromático



Primavera de cielos y colores
que pintas las arboledas,
con sus cabelleras extendidas,
como turbantes que bordan la tierra.

Un arroyo lagrimea alegre
cantándole a la pradera,
el ruiseñor orquesta sus trinos,
con cadencias que en el aire quedan.

domingo, 18 de abril de 2010

El castillo del Buey Negro


Los únicos habitantes del castillo del Buey Negro dibujan sus siluetas libremente en los renglones azules de su feudo. Son los buitres, que coronan la soledad de los riscos por donde se afianzan los escasos restos de esta antigua fortaleza, que fue musulmana, perteneciente a los dominios de Abu Zeyt y considerada como una de las fortalezas de mayores dimensiones de la Comunidad Valenciana.

Situado a 748 m. de altitud, en el límite de los términos de Argelita y Ludiente, aunque ubicada en el término de Argelita, impresiona su situación, sobre los cinglos rocosos que se asoman sobre el sinuoso curso del río Villahermosa. Ocupan una notable porción de la impactante Muela del Buitre Negro, con sus vertiginosas cortaduras. Su visita tiene la impronta excursionista e histórica, y los paisajes son únicos.

Y antes de iniciar la ascensión hacia el castillo, contemplo como el río, que acaricia el oído con su murmullo, ondula su curso por el grandioso desfiladero, decorado de una hermosa vegetación ribereña. Los pinos alzan sus verdes copas trepando por los empinados y sombríos taludes, el durillo escampa la vistosidad de sus floraciones blancas y las exudaciones de las rocas exaltan el triunfo de sus colores cenicientos y anaranjados. Esta garganta es una de las maravillas naturales de la comarca del Alto Mijares.

Almendros y olivos arropan mis primeros pasos. Camino por una pista cementada y tortuosa, que se adentra en la pinada tomando altura gradualmente. El espectáculo que constituye la Muela es incomparable con sus rocosos baluartes. Una enmarañada vegetación prospera por la umbría del pinar. Las plantas trepadoras se multiplican, enroscándose a los troncos de los pinos.

Subo ahora por un bonito sendero, que me eleva hacia un colladito, a los pies del castillo. Aparecen bancales escalonados, colonizados por las desabridas aliagas. El sendero empalma con la ruta al castillo desde Argelita, siguiendo el SL CV 91.

Me adentro por los dominios de la Muela. El sendero con sus balizas blancas y verdes la rodea por sus contornos meridionales, donde se aprecian las ásperas pendientes que se abocan al rehundido desfiladero del Villahermosa. Las afloraciones rocosas sobremontan el itinerario, una ruta casi longitudinal que culmina en un claro zigzag, remontando un expedito tajo que te aloja en el terreno amesetado que ocupó el castillo, pasando al lado de la Casa de la Muela.

Un panel informativo mostrando detalles del castillo figura al lado de un aljibe, con su bóveda reconstruida. Y me asomo a este mirador que domina la enorme depresión en cuyo fondo baja el río Villahermosa. Observo la amplitud, la elegancia de los abismos en el abrupto paisaje, y también el intrincado paisaje donde nacieron masías vinculadas a la agricultura y a la ganadería.

Y recorro los escasos restos de este castillo, cuya posición califico como impactante en un medio físico realmente altivo. En el itinerario, por su alargado perímetro, descubro lienzos y una torre defensiva. Un sendero me encamina hacia el borde de los acantilados, que conjugan cornisas y una profusa variedad de elementos geológicos, con alguna ventana caliza. La verticalidad de las paredes impresiona, un desnivel de considerable altura sobre la hoz del río. Pronuncianse laderas gigantescas que animan el accidentado paisaje, en cuyos pedestales se hilvana una fecunda vegetación pinariega.

Y elevado sobre este escenario, al lado de estos abismos, pienso en la historia del castillo del Buey Negro, en su audaz emplazamiento, simbolizando el recuerdo de unas técnicas constructivas asombrosas, de gestas memorables que enardecen la imaginación.


Danzan los buitres sobre el abismo,
entre historias y leyendas,
surcando entre ráfagas silenciosas,
franqueando racimos de aromas y sendas.

Luis G.













sábado, 17 de abril de 2010

Una mirada al pasado de Javalambre: El viejo refugio de Rabadá y Navarro


Oasis de sencilla arquitectura en mis incursiones por la sierra soberana. En las noches de luna llena sus paredes se convirtieron en un refugio matriz. También busqué su regazo cuando las entretejidas nubes descargaban con fuerza una llovizna pertinaz y molesta, y la sierra se cubría de un velo taciturno, mientras el viento desplegaba sus alas, agitando gruesas y frías gotas sobre mi rostro. O cuando la nieve, en imperiosa cortina blanca, cubría el bosque. O cuando... Sí, la foto me traen muchos y buenos recuerdos.

Añoro aquel viejo refugio Rabadá y Navarro, “una mansión” en mis horas dulces, asimismo. Su estampa me fue familiar durante algún tiempo, en mis andanzas excursionistas por Javalambre. He aquí, pues, mi homenaje.

El nuevo refugio

jueves, 15 de abril de 2010

Viajando por mi provincia...

… que es Castellón, he aprendido mucho. Sobre todo a conocerla. Soy amigo, en consecuencia, de su relieve, de su arte, de su historia, de sus castillos, de sus fiestas ancestrales y populares, de su típica gastronomía, de sus frondosos bosques, de sus costas, de sus ríos, de su patrimonio, de sus senderos, de sus montañas con las cúpulas de sus cumbres, de sus frisos calcáreos, del silencio, de su luz, transfigurante y pura, de sus gentes, de sus grandes contrastes… De muchas cosas.

He vivido su magia, la rima de su belleza, en las cuatro estaciones. Con la nieve, vistiendo de blanco los señeros paisajes; con los lirios, las violetas, las jaras o el espliego estallando con sus colores en la primavera; con los prados y los chopos, musicando vocablos alegres en su verde peregrinaje por ríos y barrancos, y con la fantasía de los colores otoñales pintando “en un andante melancólico” los más briosos parajes de la geografía castellonense, como una segunda primavera.

Tengo motivos, pues, para ser feliz con este conocimiento de mi provincia. Muchas andaduras me han llevado por caminos y sendas; valles y collados; por pueblos y masías; por azagadores y cruces de término; por fuentes y manantiales, por guirnaldas de espumas en el candoroso viaje de las olas…

Tengo ya a Castellón caminada y vista. Y escrita, parte, en libros y artículos. Y en toda esta actividad viajera, iniciada cuando mi corazón era muy joven, él es el que me ha mandado, y se ha sentido -y lo sigue siendo- muy feliz con los piropos surgidos de un manantial de inagotable belleza, que es la provincia de Castellón.

“… como los ríos que en veloz corrida

se llegan a la mar, tal soy llevado

al último suspiro de mi vida”.

(Quevedo)









martes, 13 de abril de 2010

Cerdaña, la cueva del amor


Salgo de Pina de Montalgrao con los áureos rayos del sol asomando por Espadán. El camino ribetea la masa pinariega de Santa Bárbara, donde asoma el rodeno con sus rojizas guarniciones.

En las cúspides de Cerdaña la modesta soledad del tomillo, la manzanilla y el espliego quedó absorbida por la implantación de las torres eólicas. Los molinos salpican el acentuado relieve como gigantes de acero, extendiéndose hacia las cuestas del Ragudo.

Me encamino hacia la gruta de Cerdaña, con su aura prehistórica. La vista se recrea con las anfractuosidades del barranco de la Pantorrilla y con la cónica figura del pico de Pina. Quejigos y retamas orlan el sendero con su inclinado ramaje, mientras la roca dibuja puntas y agujas dolomíticas con sus tonos encarbonados. Los encantos del paisaje son únicos, con vaguadas cultivadas y en los cresteríos de la sierra triunfando el rodeno. Una fuente cuchichea al lado del sendero, rodeada de arces, y las abejas zumban insistentes entre el romeral.

Cerca de la cueva, los pimpollos forman un frondoso bosque. Sus ramas se entrecruzan sobre el sendero, cubriéndolo como bóvedas de verdura exuberante. A los escarpes calizos de Cerdaña acuden las negras chovas, y sus graznidos y vuelos en picado llaman la atención del caminante. Cuando se refugian en las rocas, una calma melosa inunda el paisaje, sumido bajo el acorde solar.

Un letrero señala la boca de la cueva. Me adentro en su hechizo, en su leyenda, en ese mundo silente y misterioso que atesora. Donde la fabulación se crece ante su arquitectura petrificada. Un ligero goteo proveniente del techo anuncia que el agua ha sido el elemento primordial de las grutas.

Contemplo su magnética fisonomía, construida con manos de siglos. Los rayos del sol penetran por la ventana natural, iluminando la sala principal. Y la luz revoca la roca en una amalgama de colores increíbles, que exornan este escenario primigenio entre la espectacularidad de la roca, protagonizada por la gigantesca columna que une el techo con el suelo, adornada de filamentos calizos.

En esta maravilla geológica no moró un dragón, pero tiene, como es de rigor, su leyenda. La historia está vinculada con el origen del topónimo de la cueva. Y de cómo surgió nos lo cuenta la ilustre escritora y buena amiga mía, Matilde Pepín, en su obra titulada “Valencia Mágica. Misterios, enigmas y rituales ancestrales”. Dice así: “En el siglo XVII un soldado de Pina de Montalgrao se hallaba en la isla de Cerdeña, cuando conoció una bellísima muchacha de la que quedó prendado. Se casaron y vinieron al pueblo para quedarse. La familia del muchacho tenía otros planes para el héroe y repudió a la extranjera, acusándola de hechicera y seductora. La pareja se refugió en la hermosa cueva y allí vivieron su historia de amor. Habitaban una bellísima cámara oculta en el interior, donde había un altar con símbolos del Santo Grial, como si el vaso sagrado, el mítico recipiente céltico hubiera estado allí escondido algún tiempo. Dicen que ella ejercía de sibila. Un día el hombre salió a cazar y se entretuvo cogiendo granadas para ofrecerle a su amada; ella se quedó sola en la cueva y quiso explorar las simas ocultas, desapareciendo misteriosamente. Cuando volvió su amado, la buscó desolado durante días y semanas hasta que se dejó morir de tristeza. La fábula asegura que algunas noches primaverales, los espíritus de los enamorados vuelven a la gruta de sus amores y que protegen a las parejas”.

El silencio seduce al caminante. Un halo mágico lo envuelve. Parece un lugar arrebujado de una fuerza misteriosa, que se eleva desde las negras profundidades de la gruta, por donde desapareció la joven de Cerdeña.

-Crow, crow…

Tres chovas han penetrado en la cueva. Se aposentan en las oquedades y sus graznidos recortan el silencio que ha fascinado al caminante. Parece que gustan estar en este habitáculo. “La cueva -piensa el caminante- no está sola”.