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sábado, 20 de septiembre de 2008

Entre bahías: La Serra Gelada


Hoy he realizado un bonito recorrido entre la vecindad de la corriente turística universal. Sí, al lado está Benidorm, con sus rascacielos. Pero también se exhibe entre las bahías de Alfás-Altea y Benidorm la delicia de la costa recortada por acantilados, playas rocosas y quebradas, un paisaje muy pintoresco de tierra y mar, abordado por una inmensa luminosidad.


Una conjunción de naturaleza bravía, espléndida, sugestiva… Hablo de la Serra Gelada, un parque natural. He conocido parte de su topografía, he visto sus zonas verdes, la vegetación que coloniza el parque, me he asomado a sus miradores de roca caliza y he gozado de notables perspectivas abiertas al Mediterráneo y al interior.

Desde el área recreativa del Albir he tomado la senda que me ha alzado hasta el vértice geodésico del Alt del Governador con sus 438 metros. Es la cima de la Serra Gelada.

El sendero está balizado con pintura blanca y amarilla, está bien marcado y el pinar lo acompaña hasta la cumbre, así como un matorral integrado, principalmente, por brezos, romeros, coscojas, lentiscos, palmitos y algarrobos, residuos de bancales abandonados.


Es un sendero muy frecuentado, provechoso, con clase. La mayoría de los usuarios lo utilizan con miras excursionistas para recorrer el parque, otros como medio para “estirar las piernas” monte arriba, en un ejercicio temprano, diario, cuando el sol de la amanecida se pasea por las proas y las calizas vertiginosas, fijando su fúlgida mirada. Hasta he visto un deportista que en la ascensión llevaba dos gruesas pesas, una en cada mano, y me llamó la atención. Incluso lo visitan las perdices. Cerca de la cima me salió un bando de cinco perdices, que estaban apeonando por el sendero.



En el vértice geodésico, al lado de las antenas de telecomunicación, permanecí un buen rato disfrutando con la observación del mar, tan azul, tan inmenso; de los acantilados, tan verticales con sus comunidades vegetales, y las diferentes grutas que horadan las calizas. La navegación era escasa, pero seguro que constituye una delicia observar desde las calmadas aguas del Mediterráneo la naturaleza de tierra y mar que combina maravillosamente la Serra Gelada, con la varada isla Mitjana.


Al bajar de Alt del Governador seguí el viejo camino del Faro. El camino, con su capa de asfalto, bordea el articulado litoral, las calas recónditas y serenas, los rocosos cabos. El caminante recibe el baño del sol, de las brisas marinas y del color dominante: El azul celestial y el azul del mar, más intenso, brillante, apacible, permanente, donde relumbran las espumosas estelas de las embarcaciones de recreo o la pincelada de alguna vela blanca.


Es un camino ideal para el paseo sosegado, para que florezca la charla, para que los enamorados entonen los acordes de sus románticas liras, para que los niños disfruten con sus padres, para que el fotógrafo recoja los mejores encuadres, para que el cicloturista pedalee a gusto. Es un camino para andarlo grandes y chicos, para gozar, para descubrir el alba. Hay señales metálicas del parque, bancos para descansar, miradores estratégicos y atractivos que dominan toda la bahía de Altea, recortándose al fondo la figura elegante del Peñón de Ifach, y equilibradas imágenes paisajísticas, como las calas del Amerador, del Metge, la playeta de la Mina, la cavidad de la Boca de la Balena, las minas de ocre, cuyos vestigios destacan sobre el terreno con sus tonos rojizos, y el Faro de Altea, cuyas instalaciones están valladas. Pero hay otro mirador que se alcanza casi al final del camino, un mirador acondicionado, como los anteriores, donde el paseante recibe el impacto de los abruptos acantilados y del infinito mar, entre una claridad azul y homérica.


Y al desandar el risueño camino la vista se recrea con los fantásticos y encumbrados perfiles del Puig Campana y de la sierra de Bernia, así como otras sierras y relieves inclinados hacia el mar. Y el montañero se detiene para visualizar mejor sus agrestes galas. Y con la alegría de la panorámica prosigue el paseo, alegre y feliz, vibrante de recuerdos. Porque en esas montañas de la Marina Baixa ha pasado momentos inolvidables recorriendo sus senderos, arraigando su pasión, conquistando sus cimas, paraísos iniciáticos de nuestro querido deporte.