GENEROSOS AMIGOS QUE ME SIGUEN

El Tiempo en Segorbe. Predicción

El Tiempo en Segorbe

lunes, 31 de octubre de 2011

Por Gátova y sus fuentes

 

Esta vez fuimos Carmen D., Pilar, Mª José, Vicente y un servidor  a la ruta anunciada por Gátova. Bueno, en principio nos acompañó el GR-10. Pasamos al lado del Pino Rey. Ascendimos  por un carril. Un  camino nos llevó a un sendero. El sendero nos condujo al techo de la ruta: El Alto (805 m.), moteado por las pinceladas verdes  de una pomposa tropilla de pimpollos. Excelentes panorámicas hacia Gatova y su pico emblemático: El Aguila. Y también  hacia el Gorgo y La Jabonera. Descenso hacia los Collaos. Tomamos el camino de la Fonfría. Abajo, el poblado de Marmolé  rinde culto a la soledad, en terrenos de zona militar. Cerca, cuaja la fibra del rodeno. Y los terrenos yertos. Seguimos el camino de los Collaos. El Alto Romero nos vigila. Cruzamos terrenos poblados de almendros. Antes dejamos el GR-10 y seguimos por el SL-CV 129. Alcanzamos la fuente del Rebollo. Nos refrescamos bajo el alhumajo de la pinada. Seguimos por un camino asfaltado. Llegamos al área recreativa de la fuente de la Alameda. Cruzamos una pasarela. Y un camino nos lleva a la urbanización de la Tejería. Ya estamos en  la carretera, que nos  baja a Gátova, bajo la égloga del pinar y del rodeno. La fuente de los 15 Caños nos abraza. Bueno, su murmullo, en coplas cristalinas.

A la derecha, se ahonda el Carraixet. Mas abajo, se apelmazan las huertas. Gátova es serrana, en el turbante de la sierra.

Y nosotros contentos de haber desarrollado esta ruta, aunque la iniciamos con el cielo encapotado, que nos obsequió con unas gotitas de lluvia. Ya en el Alto salió el sol, aunque tibiamente,  y sopló viento de componente noreste.  Entre claros y nubes llegamos al área de la fuente de la Alameda. El tiempo se cerró y empezó a llover. Sacamos los chubasqueros y los paraguas, y con esta guisa llegamos a Gátova. Unas cervecicas en el bar La Fuente rubricaron la mañana. Afectivas despedidas de rigor y…. hasta la próxima. 









domingo, 30 de octubre de 2011

Entonces... ¿el otoño no es triste?





-Abuelo… ¿el otoño es triste?

Voy paseando con mis nietas por las márgenes del río Palancia. Los chopos se visten de colores. Las hojas, tan verdes en el verano, van cambiando de tonalidades, pierden su vigor y caen al suelo, en una danza pintoresca.

-No debe ser triste. Mirad, en el otoño vuelven las lluvias, los días se acortan más, nos abrigamos porque llega el frío…

-Si, abuelo, pero parece que es triste por eso.

-Nunca debemos de mirar las cosas por su lado oscuro. Algunas personas, con la llegada del otoño,  les baja la moral, les resucita la melancolía… Pero no es una sensación causada por el otoño, sino por su mentalidad, por su forma de ver las cosas… ¿me entendéis?

-Creo que si, abuelo, me contesta la mayor.

Y me pregunta:

-Entonces ¿el otoño no es triste?

-Para nada. El otoño también es una estación alegre, muy colorista. Los árboles se visten de rojo, como esos caquis. Es tiempo de renovar ilusiones, de crear vida, de moldear costumbres, de leer más, de escuchar música, mientras el sol, en las atardecidas, se hincha de tonos bermejos. Es tiempo de recolección, y vosotras, en el colegio, jugáis con los elementos del otoño, con las hojas de los árboles, que han alfombrado el suelo.

-¡Viva el otoño!, exclaman las dos.

Y juegan con  las hojas caídas, mientras nos arrulla el rumor del Palancia, que también se alegra del cromatismo de sus orillas.



jueves, 27 de octubre de 2011

Otoño en el Palancia




Por estas fechas tengo por costumbre pasear al lado del río Palancia. Es un tramo que me gusta, localizado en la vecina localidad de Geldo. Está revestido por una monumental chopera con sus altos mástiles, donde rezuma el idilio otoñal con el esplendor y el encanto del colorido que le confiere. Es la nota pintoresca que este paisaje fluvial nos da, con la rúbrica del aroma cálido que las hojas caídas crean. Una consunción embriagadora, color y olor cabalgando juntos, entre los mimos refrescantes del río.

El choperal forma en lo alto cascarrones vegetales, henchidos de áureos destellos. Son como períbolos abiertos al azul, puro con su color celeste, que enaltece la estampa de la arboleda, enriquecida por las formas arabescas de sus hojas trémulas, que la brisa hace crepitar como si hablaran. Y al caer, culebrean, retozan, blasonando en el aire su elegía. Y tocan el suelo. Y ya no se mueven.

El camino, una cintita blanca entre la alfombra multicolor, sombría, se alonga, se estira y se encurva, como un juego animoso sumergido en un enervante silencio campero, adormecido por la sordina del Palancia, y engalanado por la esencia de la vegetación que le corteja.







martes, 25 de octubre de 2011

Rimando cielo y tierra




Esta tarde he vuelto a ver el mar. El cielo respiraba entre nubes cenicientas. Un barquito navegaba a dos leguas de distancia. Parecía que no se movía. Me hubiera gustado nadar mar adentro hasta llegar al barquito, para que me llevara a la isla de mis sueños.

Pero ahora mi isla tenía confines de olas y arena, de embestidas espumosas que rastreaban mis pies. Y andando encontré una caracola. La acerqué a mi oreja y escuché  el murmullo del mar. Era como una cadena de mensajes cargada de nostalgias que llegaban de esa isla de mis sueños.

Arribaban brisas que cabalgaban sobre las olas. Y entre relumbres etéreos me pareció verte. Parecías una sirena con tu dorada cabellera danzando sobre tu rostro, sonriente, como el sol de las amanecidas.

Pero solo fue un espejismo, un vaivén de mi imaginación, como una cometa que en el aire aletea rimando cielo y tierra.

Y me fui con la caracola entre las manos, como un  signo de vida en el estante de mis añoranzas.


domingo, 23 de octubre de 2011

Esplendor y belleza en Els Ports

 
La foto del grupo

Cuando uno se adentra en el macizo de Els Ports te da la impresión que penetras en un mundo mágico, en un  continente de piedra reluciente de grises y vegetación lleno de esplendor y belleza, donde caben todos los estilos artísticos de la naturaleza: el barroco, el gótico…

El recorrido por estos insólitos, abigarrados y majestuosos escenarios naturales debe abordarse con calma. La rica combinación forestal y la fiereza geológica te atrapan. Parece que estás en un mundo diferente, en una cartografía donde habitan seres de cuento en el misterio de recónditos habitáculos,  agazapados en el entramado salvaje de los escarpes.

Diez amig@s acudimos a la cita de nuestro amigo Kiquet. Íbamos a recorrer el barranco de Lloret donde impera un  hito importante de la ruta: Els Escarrisons. Y emprendimos la marcha cautivados, impresionados desde un principio por la belleza de este enorme territorio montañoso, que hubiera hecho las delicias de William Morrins, Rider Haggard o el mismimo Tolkien.

Ascendíamos lentamente por el serpenteante sendero. Unos puntitos de pintura nos guiaban. La subida era fuerte por terreno pedregoso. Nos parábamos para admirar el paisaje y aligerar el resuello. Las panorámicas se alargaban hasta el mar. La inclinación del terreno era tenaz, afanosa para nuestra ascensión en un declive de peñas y matorrales. El terreno estaba cubierto, principalmente, de matas de boj. A medida que subíamos no nos imaginábamos por donde íbamos a llegar hasta las terrazas superiores. Parecía no existir un paso factible ante el caos geológico de las murallas que aparecían ante la vista, formadas por incontables e impenetrables  agujas, bloques, cornisas, escarpes y barras rocosas a modo de contrafuertes.

Cruzamos una pedrera salpicada por una solitaria higuera, que parecía contar el número de montañeros que ha pasado por su lado. Y pronto alcanzamos el hito primordial de la ruta, el paso de “El Escarrisó de Borosa”, formado por un tramo inclinado de antiguas escaleras de madera. Lo superamos con las debidas precauciones y llegamos, tras un recorrido sinuoso y algo aéreo entre matorrales y algún pino, a las terrazas superiores, donde almorzamos, disfrutando de la belleza exuberante de los panoramas  que teníamos alrededor,  situados en tan privilegiado mirador.

Nos encontrábamos en el Coll de Morralets, desde donde me desplacé hasta los balcones panorámicos del barranco de Cova Pintada, para hacer fotos de tan intrincado y variopinto paisaje,  dominado por la cota máxima del macizo de Els Ports, el Caro, de 1.434 m. de altitud, que apenas sed avistaba entre brumas y neblinas.

Proseguimos la marcha circulando por  fajas preeminentes, por rañas fragosas que dominan el valle de Lloret, encerrado  por la Roca Xapada, de 986 m. de altitud, y Les Moles de Roudora.

Era la parte de la ruta que más  me gustó, menos exigente que las anteriores, pero más atrevida y emocionante al bordear continuos precipicios entre rodales de boj. Las vistas se extendían hacia el valle colindante a Lloret, el del barranco de la Vall, amurallado por el Racó dels Capellans y la Mola del Boix.

Los buitres nos visitaron. Hicimos fotos. Llegamos hasta un collado y regresamos hacia el punto de partida. El buen tiempo fue primordial para el éxito de la ruta. Sin una ligera brisa que acariciara nuestros rostros, el sol alumbró los paisajes al mediodía y la compañía de tan buenos amigos fue todo un lujo.

Participantes: Kiquet, Carmen K., Emilio, Mª José, Carmen D., Pilar, Merche, Rafa, José Vicente y Luis.

 GALERIA DE FOTOS




Mª José encabezando el inicio de la ruta 


Observando las curiosas formaciones rocosas. ¡Es un caracol!


Nuestro amigo Kiquet


Un alto en la dura ascensión


Cruzando la pedrera. La higuera, un hito de la ruta


Carmen D. en el "Escarrisó de Borosa"


Pilar en "El Escarrisó de Borosa"


Progresando por las terrazas superiores, entre matas de boj


Típico paisaje de Els Ports: Crestas, agujas, tozales, muelas...


El grupo en una de las terrazas rocosas. Detrás, el Caro, el techo de Els Ports (1.434 m.)


Entre las formaciones rocosas destaca, a la izquierda, la Roca Xapada, y al fondo Les Mirandes y la Mola dels Conills


La marcha por tan espectacular ruta se hace al borde de precipicios


Altas paredes que dominan el fragoso valle de Lloret

miércoles, 19 de octubre de 2011

Mis tardes

 

Mis tardes no son aburridas. Son las tardes de un enamorado del tiempo. Y disfruto cada instante, cada momento, mientras el otoño se va afianzando en su camino, desflorando los oropeles estivales, con las tardes declinando antes y el sol, enardecido durante el día con sus besos de fuego, va dibujando el arpegio de su colorido en las sonrosadas mejillas de la Calderona.

Acudo a natación. Una hora. El deporte es fundamental a todas las edades. Uno se siente mejor. Después salgo a pasear. Me gusta desarrollar mi paseo diario. Ando lentamente. Saludo a las amistades. Charlo. Y vuelvo a caminar. Y se encienden las luces de la ciudad y un torbellino de colores se apega a las calles. La noche se acerca extendiendo su negro manto con el iris de la quietud.

Ya en casa me encanta escuchar  unos minutos de música. Y escojo La Oreja de Van Gogh, Beyoncé, Bublé… Escuchar música me eleva el espíritu. Me relaja. Y termino con la lectura de la novela de turno. Ahora estoy leyendo “El síndrome E”. Una historia que apasiona.




domingo, 16 de octubre de 2011

Alrededor del Penyagolosa




Tenía ganas de dar la vuelta al Penyagolosa. Este “tour” es espectacular, tiene momentos que las imágenes de las cimas sobrecogen. Es de una gran calidad excursionista y nadie se siente defraudado de recorrer esta preciosa ruta, a la que nos unimos con ganas de divertirnos Emilio, Juan, Manolo, Martín y un servidor.

Cuando camino con amig@s parece que la naturaleza me sonríe más, la veo de otra manera. Y es que cada instante que disfruto con ell@s obtengo sensaciones imborrables,  y, permitirme que lo diga: Soy feliz. Es la grandeza de la amistad en el sugestivo marco de los paisajes de la calma, de los paisajes que cautivan y enamoran en el soberbio reino de la belleza. Es el ritual de la decisión, del empeño, de buscar y hallar el premio del silencio, de los paisajes íntimos, que constituyen el impar secreto del senderismo.

Desde el ermitorio de San Juan de Penyagolosa partimos en una mañana compungida  de nieblas que difuminaban el paisaje. Tras encontrar las marcas del PRV-64 las seguimos por un bonito sendero siguiendo las directrices del barranco de la Teixera. Nos desviamos hacia la fuente y el mas de la Cambreta. Enlazamos con un camino de tierra que nos depositó ante la señal de la nevera del Penyagolosa. Descendimos por un claro sendero entre enormes helechos agostados, tomamos otro camino y nos desviamos hacia el collado Cantal de Miquelet, iniciando, literalmente hablando, la espectacular vuelta a tan soberbio pico, que mostraba su mejor imagen con sus famosas paredes desplomándose en picado. Imágenes que  siempre merecen un alto en el camino y una buena foto. Y más en esta ocasión, donde en tan colosal pirámide con sus fascinantes fajas rojas, amarillas y grises, se enredaban las nubes, difuminando de gris sus dolomíticos  perfiles.

Entre carrascas,  que mostraban las hojas perladas de gotas del relente de la madrugada, pasamos ante la Cova del Sastre y después arribamos a una pista, que regalaba buenas vistas, con Chodos deslumbrando entre tan singular paisaje. El PR remonta por un  roquedo y vuelve a unirse a la pista, dejándola finalmente  para penetrar en el bosque de pinos, haciendo un alto en la fuente Trobada, donde nos hicimos la foto del grupo. Me resulta curioso el nomenclátor campestre al nombrar fuentes. Es algo delicioso. Y si no vean, Trobada, de las Mozas, Cabrit, Gracieta…

Bueno, felizmente cruzamos el grandioso bosque de la Pegunta. Bebimos en su fuente,  de ricas y frescas aguas. Y admiramos la riqueza cromática  de la floresta,  con su seductor encanto otoñal, serenamente jugoso.

Una buena comida en el restaurante del santuario, aderezada de charla animada, puso el digno colofón a tan extraordinaria ruta.

Hasta la próxima. 














jueves, 13 de octubre de 2011

Alrededor del Mas de la Costa


Delante del albergue Mas de la Costa

En esta semana he vuelto a retomar mis excursiones de los miércoles. Son rutas mayormente inéditas, desconocidas, siguiendo mi inveterado proyecto de recorrer aquellos lugares donde no he estado todavía. También intentaré enmarcar en este día mis viajes de un día, por mi condición de escritor de turismo, fiel siempre al lema de “ver y contar”.

Así completo mi semana excursionista con las salidas de los sábados con los amigos, siguiendo las generosas propuestas y alternativas de quienes las organizan.

Que placer convivir con la naturaleza aunque vaya solo. Estoy en el término de Lucena del Cid, y muy cerca me vigila el Penyagolosa. Tengo que volver a este pico señero, señor de los cielos, ave mítica que aprisiona con su mirada  mil rincones de la geografía castellonense y turolense.

Camino entre masías,  en una mañana que se exhuma en claridades, haciendo reventar todos los colores de las montañas,  donde repica ya el otoño con sus típicos fueros. Sigo el sendero PRCV-328 alrededor del mas de la Costa, una antigua escuela rural que funcionó desde 1934 hasta finales de 1968. Rehabilitada por el CEV en 1994. Y situada a 950 m. de altitud.

Del albergue parte este sendero, que encadena antiguas masías, la mayoría convertidas en ruinas, con los techos venidos abajo o muy deterioradas desde el declive de la vida rural. Son las del Collet, del Sabater, Casetes de Miret, de la Gronsa y del mas d’Ores. Me tengo que detener muchas veces para gozar de las vistas. Montañas, valles, barranqueras profundas, bosques… Y el Mediterráneo a lo lejos, entre cernejas brumosas. Y sobresale la sierra Espadán, alargada como un cetáceo, arrogante, dichosa de ser la cuna del senderismo, como en muchas zonas de Castellón. Y por donde ando ahora.

Entre ese cielo azul, que se expande como un velo virginal, se asoma el Penyagolosa, “la montaña sagrada” de Castellón.  Parece decirme: ¡Sigue, Luis!

Y así lo hago. Me aventuro por caminos abandonados, por senderos que apenas se dibujan sobre el terreno, orillando antiguos bancales de labor, donde las matas crecen rabiosamente y estorban. La progresión es lenta, dura. Tengo que fijarme donde pongo los pies. Las aliagas parecen encapricharse de mis piernas… ¡Condenadas, dejarme!

Me detengo en las masías….De la Gronsa, D’ Ores….En sus años estos rincones respiraban actividad. Los bancales, escalonados y empinados, rozaban los escarpados peñascos de las laderas.

Un camino me devuelve al punto de partida. El sol pega fuerte al filo de las dos de la tarde. Pero yo termino satisfecho. He hecho la ruta!!!










El Penyagolosa