La marjal dels Moros

El Mediterráneo brilla como una constelación de estrellas pequeñitas, titilantes. El apagado rumor de las olas al romper sobre las rocas escoriadas de negro, se acentúa con golpes sonoros. Las olas parecen que fluyen con pereza, desflecándose en débiles espumas al chocar con los cantiles, resbalando en multitud de hilos centelleantes.

Estoy en el Grau Vell, en el término municipal de Sagunto, frente al hito histórico del Grao de Murviedro, una torre defensiva del siglo XV robusta, encuadrada por sillares. Y cruzo la calle Levante, única de este típico núcleo costero, embelesado de blanco, que recibe las caricias del mar, que abraza, asimismo, a la ermita del Buen Suceso. Al lado, un sombrajo rodea el bar y en varias cercas de madera crecen flores, junto a arbolitos que crecen, igualmente, con amor de años. Es curioso el efecto de viejos neumáticos hincados en el suelo, pulcramente encalados.

Mientras camino por el litoral, con la claridad de la mañana balanceándose con su regio manto, abarco con golosina el paisaje de mar y tierra, sembrado de color por las florecillas primaverales que cortejan muy cerca al mar. Observo la sierra Calderona, con el Picayo y su urbanización, pintada de colores, resbalando como una amalgama los cobrizos y los verdes.

Surgen los elementos propios del paraje natural del Marjal de los Moros con el agua estancada, con la avifauna de este humedal, joya de esta zona, poblada de carrizos, eneas, juncos y cañares. Hace miles de años, el área que ocupa el marjal formaba parte del mar Mediterráneo. El río Palancia, entonces, fue aportando sedimentos que se depositaron paralelos a la costa, creando el cordón litoral.

Al lado del camino se ha construido el puesto de observación de aves más importante de este relevante marjal. Me coloco en este punto, en compañía de experimentados fotógrafos con sus sofisticados equipos, con sus trípodes y cámaras de alta gama con sus largas ópticas.

¿A dónde voy yo con mi sencilla compacta? No me dicen nada, como es natural. Pero sí me explican la clase de aves que rondan por el humedal: Cigüeñelas, la cerceta común, el ánade real, el pato colorado, la focha común, el calamón… Tras permanecer un rato en este mirador de madera, me encamino por la señalizada ruta del paraje. Pasarelas y puentecillos salvan las aguas. Me adentro por el Pas de les Egües. La caminata, tranquila, reconfortante, es realmente hermosa entre la vegetación acuática, donde el silencio solo lo interrumpen la charla de las aves y la avalancha de sus vistosos vuelos, recortando el azul del cielo.

Las brisas marinas acariciaban el carrizal, que se mecía armoniosamente; los aviones comunes revoloteaban sobre los humedales y un trono de gemas salpicaba las aguas. El sol empezaba a calentar.

Volveré…