Y... ¡vaya cumbres!

Paisajes de mi vida, talismán de sueños hechos realidad, testimonio de un deporte soberano. Paseos en las atardecidas. Charlas. Descanso. Placer enorme. Valles mágicos. Pueblos con encanto. Y cumbres… ¡vaya cumbres!

Ahí está la clave de mi entusiasmo. Y tengo la necesidad de volver a ellas. Encontrar nuevas experiencias. Y escribir sobre la naturaleza. Seguir ese ciclo vital con toda la suma de sensaciones y vínculos: Físico, filosófico, natural… Y arte, porque siempre asoma el estilo en todo. Una actividad accesible con la experiencia y con el amor. Y es que en esas cumbres nace una luz especial para el montañero y una paz surcada cerca del cielo, donde la belleza ostenta su corona, dorada, traslúcida, entre crestas y murallones afilados.

En ellas pienso ahora, sentado confortablemente  en el sillón de mi despacho, en el ambiente cálido que me proporciona la estufa y en el umbral de surcar otro ciclo festivo, especial, donde lo natural se combina con lo artificial, donde el consumismo desterrará como se pueda y por unos días las furiosas olas que provoca la crisis. Y pondremos cara de felicidad para colocarnos a la altura del ritmo de la Navidad.