La mirada del río Alcalá

Los restos de nieve de los últimos días transfiguraban  el paisaje con su blanco matiz blanco. Le daban a la tierra virgen un toque mágico, espolvoreándola con retoques arabescos, fecundada por la humedad del río Alcalá. Las hojas de los chopos cubrían lánguidamente el disforme suelo, como una desbandada de lentejuelas pintorescas, enervadas de plata y ocre. El río enfocaba su serpenteante lecho con gracia eufónica, blandiendo a las rocas un tropel de frescas espumas.

Nos alzamos por el sendero hacia los pies de los murallones superiores, blancas calizas por donde trepan los pinos. Nos asomamos a un balcón voladizo, donde se muestran en el horizonte los blancos sudarios de las airosas sierras de Javalambre y del Pobo.

Las balizas del PR nos conducen al encuentro del GR-8, pero las dejamos para otra ocasión. Nos entretenemos por ver el paisaje vertical, los elevados murallones de las canteras, las rinconadas alegradas por una sutil corriente que abotona los repliegues del terreno, formando graciosas charcas de esmeraldino tono. Mientras,  la nieve se aposentaba entre las rocas y el verdín, haciendo crecer la pomarada de colores bajo el alhumajo de enhiestos pinos.

Desciende el camino al encuentro, otra vez del Alcalá, de su maja corriente, haciendo regates a la roca, entre el casal ribereño de hermosos arbustos.

El sendero nos lleva al punto de partida de tan hermosa ruta, entre los bajíos de la roca cenicienta. El río cascabelea su curso. Mientras,  hacia el cielo,  relumbran los calares de las peñas superiores.

De vuelta a la autovía, Mora de Rubielos despierta a la curiosidad de cientos de visitantes, atraídos por su fama turística y por las tiendas deportivas, buen reclamo ante las Navidades.