Hacia signos de esperanza

Esta mañana, en Valencia,  mientras esperaba a mi mujer, me he sentado en un banco bajo la discreta sombra de una grácil palmera, que plasmaba con ductilidad la sinfonía anaranjada de sus enracimados frutos.

El jardín me arrullaba con sus plantas de mil colores. Y lo hacía también el agua de un estanque que bailoteaba al compás de una fina lluvia plateada, que desflecaba un surtidor grumoso engalanado de brillos. Dos viejos, sentados en un banco cercano, se miraban dulcemente. Él con ojos enamorados y ella le dedicaba sonrisas de júbilo. Que bello es el amor a esa edad, toda la vida juntos, como el cielo y el mar.

Una operaria se dedicaba a desbrozar una parcela. Su tarea era paciente y artesanal, dejando libre la tierra hermosa, entre una arcadia floral.

Los blancos palomos descansaban sobre el césped, y su albura parecía crecer sobre la alfombra de esmeralda, recuadrada de flores que esparcían fragantísimos olores.

Pasó una linda joven con un vestido blanco por el andén. Y por un instante su juvenil rostro me pareció una bella flor del jardín.

Que hermosa es la vida aquí, en el parque, mientras muy cerca otras vidas se encaraman hacia signos de esperanza, decididas a luchar, a vivir, a reir...