Y el sol alumbró sobre las crestas del Palomera

Como llovía en Valencia en la madrugada de ayer sábado, nos fuimos a Teruel. Y vaya que acertamos. Y para arriba fuimos Carmen, Mª Angeles y el autor de este blog, felicísimo con mis amigas.

Queríamos ascender el pico Palomera, una cumbre de 1.529 m. de altitud, que destaca notablemente cuando por la autovía A-23, a la altura de Torrelacárcel y Torremocha del Jiloca, la ves con su poderosa estampa gris, afilando sus escarpadas y escabrosas paredes sobre la extensa llanura del Jiloca.

Partimos desde la ermita de la Virgen del Castillo, situada en el término de Aguatón. El cielo aparecía cubierto parcialmente de nubes plomizas. La temperatura era fresca, pero ideal para andar. Poco a poco veíamos que las nubes se abrían, que el sol se asomaba con sus ráfagas luminosas, que el azul del cielo se expandía entre nubes blancas en forma de vellones de lana. Y que ese cielo de turquesa aureolaba esas nubes,  que anunciaban una mañana encandilada de luz.

Así que, andábamos jubilosos, felices, hablando, comentando cosas. La agonía del verano se hacía sentir y el campo tenía un encanto extraño. Hasta que tuvimos que elevarnos por un empinado sendero,  flanqueado de carrascas. Un esfuerzo que tuvo como recompensa la coronación de un terreno más estable, alfombrado de matas pajizas que afilaban sus hojas.

Andábamos felices por el buen tiempo. Franqueamos un bosquecillo de carrascas con sus troncos rugosos y retorcido ramaje de hojas quebradizas. Nos hicimos fotos ante la excelsa presencia del pico Palomera, dominando un  valle combado, donde la gayuba se expandía en espléndidos manteles de verdor.

Antes de hollar la cumbre y abrazar el corpulento torreón que se eleva junto al vértice geodésico, nos asomamos al vertiginoso vacío que se abre a sus pies, entre ráfagas de brisa fresca que cosquilleaba los trazos corpulentos de las rocas.

Nos enfilamos hacia la cumbre acariciando el vacío. Y pronto coronamos el pico, abrazado por la gracia de una luz solar intensa y cálida sobre el paisaje montañoso. Las vistas eran de lujo, alcanzando dilatados y generosos horizontes que se escudaban por la serranía de Albarracín, pasando antes por leguas y leguas de planicies.

Saboreamos el placer de las alturas. El sol llenaba de oro la montaña. Los paisajes eran ricos en matices. Y un sendero amable, cortejado por gayubas, nos depositó en el camino, de regreso al punto de partida, mientras los valles y los montes, revestidos de oscuras carrascas, formaban un formidable plebiscito, dedicándonos todo su empaque colorista.

Nos parecía oír, mientras nos acercábamos a la ermita, como cantaba la tierra virgen enseñoreada por una calma densa.

FOTOS DE LA RUTA: