¿Qué tiene el Peñagolosa que atrae tanto?

Hace poco estuve otra vez en el Peñagolosa. No estaba solo. Los fines de semana es una caravana de personas, subiendo a la cumbre, algunos con signos evidentes de no estar acostumbrados a ascender montañas. Parece una peregrinación.

-Hay que subir como sea, me dijo una señora cuando le advertí que no llevaba el calzado adecuado.

Y así es. Hay que subir a la montaña mítica, a la “peña colosa” o colosal.

Mi amigo, el investigador y escritor  Alvaro Monferrer, publicó un artículo sobre las razones del nombre de Peñagolosa en “Castelló, festa plena” (Verano, 86).

Explicaba que el 15 de agosto de 1959 entronizaron a la Virgen del Lledó en la cumbre. “Peñagolosa -decía- en su colosal magnificencia, se ha convertido en un símbolo de fe y cultura para nuestro pueblo, símbolo arraigado en el sentimiento de lo ancestral”.

Cuentan las gentes que habitaron al abrazo de esta montaña, antiguas leyendas relativas a tesoros ocultos. Incluso, nos decía Monferrer “este nombre vendría a ser una metátesis de “Peña Lugosa”, es decir, montaña sagrada bajo la advocación del dios celta Lug, un dios negro, pero luminoso, creador, músico y poeta, con el cuervo y el lobo como animales símbolo”.

Pues sí, la fantasía ronda y cerca esta montaña. Atrae mucho. Y por sus caminos y sendas vamos andando con nuestras botas puestas, los bastones punteando el suelo, ese suelo donde está impreso el tesón y el esfuerzo de nuestros antepasados, cantando cada año como ilustración e invocación  el “O vere Deus” (La peregrinación de Les Useres) o buscando un lugar de reposo “para tratar de reencontrarse con una vida auténtica, cerca de la naturaleza y el silencio elocuente del campo”, como la encontró el escritor británico Jason Webster,  y que relató en su magnífico libro “La montaña sagrada”, que recomiendo leer.