Caminaba sin rumbo fijo. Pero no me importaba. El sol
aliviaba el escozor del frío. Ante mi se abrían antiguas terrazas agrícolas.
Algunos bancales de almendros relumbraban sobre una tierra que palpitaba entre
remembranzas ancestrales, campos cerealistas sobre todo.
Una agrupación de masías
festoneaba una meseta. Parecía que fue importante en sus años de actividad. Me
acerqué al caserío.
La primavera estaba cerca, pero
el invierno se resistía a irse. A lo lejos, se escuchaba el clásico golpeteo
sonoro de unas esquilas. Acaso un rebaño de ovejas, refugiado entre la cohorte
de una pinada.
Entré en el caserío. El estado de
las masías encadenadas era casi ruinoso. Pero había otras que mostraban el
parcheo de la mejora. Refugios ocasionales entre la paz mística del silencio.
Me senté sobre una piedra plana,
que acaso sirviera de asiento a los antiguos moradores, cuando buscaban el
placer del descanso después de una dura jornada. Tenía como respaldo el viejo
lienzo de un tapial. Me encontraba a gusto viendo el redondel de una era,
saturada de verdor. El grano del trigo pasó a la historia, como los bancales
donde se cultivaba, que buscaban la querencia de los cuetos y de los chopos de
un barranco, por donde se deslizaba un regato cangrejero.
-Hola.
El saludo me asustó.
Me giré y la vi delante, con el
sol pegado a su rostro. Iba abrigada, con pañuelo rojo en el cuello y un gorro
azul, que dejaba entrever su cabellera rubia.
-¿Qué haces?, me dijo.
-Descanso. Voy de ruta por estas
tierras, y antes de volver al pueblo, he querido alargar la caminata hasta
aquí.
-¿Puedo sentarme?
-Me gustaría.
Mostraba una actitud de
confianza, que me agradó. Hablar con un desconocido no es muy habitual en una
mujer. Y más en estos deshabitados caseríos.
-Vengo aquí algunos fines de
semana. Soy escritora. Y me encuentro bien en este recóndito caserío,
utilizando la casa de mis padres y escuchando el sonido del silencio.
Tendría unos cuarenta años. Su
cara mostraba el color de la naturaleza, el contacto con el sol y el mimo de
las brisas que bajaban de la sierra.
-¿Que escribes?
-Novelas. La última se publicó
hace un mes.
-¿De qué tipo?
-Románticas. Me gustan los romances,
sobre todo si están combinados con la historia, ambientados en ella.
-No te preocupa estar sola.
-No, viene poca gente. A veces
visitan el caserío excursionistas como tu. Y me inspiran confianza. Y me gusta
pasar un rato o unos minutos charlando, como lo hago ahora contigo. Sin
embargo, esta soledad me inspira, puedo crear mejor los argumentos de mis
novelas, y las horas se pasan a gusto. Paseo, y pienso, y sonrío a la vida. Y estas sensaciones me
dan vigor y fortaleza para acometer el paso de los días en Valencia.
Mientras hablaba su mirada se
perdía entre los recovecos del terreno. La veía feliz en estas tierras
arracimadas en décadas pasadas. El cielo estaba azul y allá en lo alto se
perfilaba el Penyagolosa, la montaña sagrada por excelencia de las tierras de
Castellón.
La miro a los ojos. Su mirada
parece azul, como el cielo. Y el tiempo parece nuestro, como todo el caserío.
Y a veces hay encuentros dichosos
en nuestras andanzas excursionistas. La chica era simpática. Y me gustaría
tener un recuerdo de este encuentro con ella.
-¿Te puedo hacer una foto?
Y me dice que sí. Se quita el
gorro y una cabellera rubia cae en cascada sobre sus hombros.
-Ya está, le digo.
Es bonita. Y nos contamos cosas
alegres. Y su risa alegra la soledad de la pequeña aldea. Y yo me estoy
olvidando de volver al pueblo.
Pero tengo que regresar. Se lo
digo.
-Espera, Luis.
Se mete en su casa y al momento
saca un libro. Es una novela suya. Me la obsequia. Y, además, me la dedica.
“Para Luis, que llegó a estas
tierras acompañado del silencio.”
Y nos despedimos con un beso. Y
me voy, mientras ella se levanta y da unos pasos detrás de mí. Me vuelvo y le
digo adiós con la mano. Y mientras salgo de la aldea su imagen se empequeñece y
la veo girarse en dirección a su casa. Su figura desaparece y la aldea también,
tragada por el pinar.
-No me ha dicho como se llamaba,
pienso.
Y saco la novela de la mochila y
leo su nombre: Patricia.
9 comentarios:
Que relato mais precioso... acompanhado de silêncio e amizade.
Beijos.
Me ha encantado Luis....cuanto misterio! me encanta....
Ves como las hadas existen !?
precioso relato Luis
hacia tiempo que no pasaba y la verdad es que ha sido un placer reencontrate
abrazos
Que bonita historia! corta pero de esas que te gustaria durasen más. Los senderistas casi siempre inspiran tranquilidad, se nota mucho que su unica intención es disfrutar de la naturaleza y como en este caso de una buena y sorprendente compañia momentanea.
SAludos.
Que bonita historia! corta pero de esas que te gustaria durasen más. Los senderistas casi siempre inspiran tranquilidad, se nota mucho que su unica intención es disfrutar de la naturaleza y como en este caso de una buena y sorprendente compañia momentanea.
SAludos.
Que bonito relato. Saludos.
Hola Luis, como me gustaría que fuese real, me has hecho vivirlo de verdad, no por la "rubia" que la tengo en casa, sino por la situación, por la tranquilidad, por la conversación, por...
Un fuerte abrazo
Luis, tu relato lo sentí tan lleno de vida que me pareció que era real. Me metí d lleno en él y tuve la sensación de que ocurrió de verdad... ¡Que suerte tienes de pasear por esos bellos parajes que siempre describes tan bien!Gracias. Saludos.
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