El Peñón de Ifach, otra vez

Al llegar a Calpe me detengo para ver la brava silueta de la sierra de Bernia. Mi estimada sierra. Y reverdecen rutas amables por este relevante macizo, casi siempre con la compañía de buenos amigos.

La mañana discurre en esta población por los interesantes cauces turísticos. Y después de la comida, en vez de volver a mi ciudad, aprovecho las horas que me regala la tarde para subir a la cumbre del Peñón de Ifach.

Me gusta la soberbia imagen de este visitadísimo parque natural. La singladura senderista hasta su cumbre es emocionante, cautivadora y  profundamente montañera. Me asombra su espectacular fisonomía calcárea, sus abismos. Y siempre el gozo del mar, debajo, extendiéndose exultante, azul, muy azul, llenándonos a los senderistas con sus brisas. Noto otra vez que la sangre hierve a cada paso, hacia lo alto, a veces trepando.

 

Y me parezco un ave encendida de gozo. Y cuando estás en la cumbre, las vistas son fascinantes. Parece que tocas el cielo con las manos. Y todo es azul… el cielo, el mar, y las olas, galopando hacia las playas, pequeñitas, golpeando contra los acantilados, contra los apéndices de las montañas.

Sí, la mirada de Ifach me cautiva, y el mar también.

Todo es agua y rocas. Y gaviotas,   observando tus evoluciones muy cerca. Cumbre de sol, de brisas y de vientos, recios... 

...delicados, ufanos, atormentadores... Y me siento ilusionado por la aventura montañera. Por todo lo que la montaña me da. Siempre.