Y llegó la semana grande

Ya suben los toros desde el río. En las frescas márgenes del Palancia se la celebrado la típica “tría”. Avanza la manada por el tradicional camino, el camino del Rialé, por donde corren las ardillas cuando no hay nadie, encaramándose a los pinos. Sube el ganado por la empinada cuesta. La gente los mira con respeto, contemplando a los astados entre un silencio religioso. La expectación se multiplica delante de la plaza del Angel y en el camino del Argén, amparado por la medieval muralla. Ya corren los toros hacia el chiquero, sin jaleos ni tremolinos del público.

Las manecillas del reloj de la torre catedralícia se acercan a las dos de la tarde. El murmullo crece en la calle Colón. Es un hervidero de gentes, no cabe ni un alma más. ¡Pardiez!, que imagen ofrece. Es espectacular, sorprendente. Una riada humana ocupa todo  el recorrido de la popular calle, escenario ancestral de las entradas de Toros y Caballos de Segorbe, declaradas Fiesta de Interés Turístico Internacional.

Diversas cadenas televisivas cubren este popular y destacado festejo. El azul del cielo contrasta con la fiesta, vestida de gala y colores suntuosos.

En el chiquero los toros aguardan la salida. Todo está controlado. El ayuntamiento se esfuerza para que el dispositivo de seguridad esté en todo momento garantizado.

-¿Así que es la primera vez que viene a Segorbe?

-Sí, me han hablado tanto de las entradas, que este año no quiero perdérmelas.

-¿Y que le parece el ambiente?

-Es asombroso. Son ustedes los segorbinos únicos en el mundo por crear un festejo así. Solo por ver el fenomenal ambiente que se crea en esta calle vale la pena venir. Repito, es ¡asombroso!

Las banderolas con sus movimientos elípticos  parecen recoger  el haz  fibroso y adrenalínico de la fiesta, la fuerza emocionante que bulle en la calle, en los balcones, en las terrazas, en los entablados dispuestos en puntos estratégicos. Lucen los colores, los sonidos musicales  de las charangas, el ardor de los corazones de los segorbinos, que serán los que cubrirán las primeras filas del cauce de las entradas. Todo está controlado.

-Tic, tac, tic, tac…. Los relojes protagonizan los últimos compases del tiempo. Faltan tres minutos, dos, uno….

-¡Buuum!

La carcasa ha estallado. La nubecilla blanca pronto se diluye en el espacio segorbino. Los caballos saben que ha llegado la hora. Los jinetes  se mueven en el ruedo  del encabezamiento de la entrada. Dibujan la peculiar herradura. Y reciben a los toros que salen raudos del toril. El festejo se ha iniciado: En la placica de los Mesones tiene lugar la “reunión”.

Y el grupo de toros y caballistas inician la entrada. El público abre un pasillo por donde discurre. Una incontenible emoción arrebata a cada espectador, se enseñorea del ambiente. Cada uno lo vive de una manera diferente, según su situación en la calle. Es un instante fugaz, rápido, impresionante, que hechiza. El agrupamiento de la entrada es vigoroso, plástico. Sugestiona, por la habilidad, destreza y valor de los caballistas pasando tan cerca de las personas arropando a los toros. El tiempo, el minuto de duración,  se vive intensamente. Hasta el momento que los jinetes detienen sus caballos ante la puerta de la plaza de la Cueva Santa, dando paso a la manada de toros que penetran en el coso taurino.

La Entrada ha finalizado. Y entonces tiene lugar calle Colón arriba el desfile de los caballistas, que reciben las cálidas ovaciones del público. Es el amable galardón que se tributa a  los caballistas a una labor distinguida, reconocida internacionalmente, que se repite cada día, de lunes a domingo (del 5 al 11 de septiembre), a las dos en punto de la tarde, en el marco de las fiestas patronales de Segorbe.