Segorbe: Imágenes de las fiestas patronales

 Volteo de campanas

 El campanario de la torre catedralícia se adorna de grana y azul celeste. Su histórica imagen se recorta contra el cielo, fuerte y vigilante. Bello es el sol que lo ilumina, mientras en sus vanos estalla la armonía, el arte, el lenguaje broncíneo de las campanas hermanadas, sembrando con sus volteos la alegría de la fiesta.

En la cumbre de oro de la urbe segorbina palpita el estilo metálico de los nuncios  a la fiesta. Son voces que el alma llena, tan ufanas con sus múltiples sones, y  que el viento difunde por todos los rincones, uniéndose sus cadencias a las brisas de las sierras vecinas.

Romería a la Esperanza 

El campo huele a hortalizas y a frutales. Avanzan los romeros caminando, en carro, a caballo… Alegres en la mañana clara, bajo un cielo de aisladas y benéficas nubes. Y el monte de la tradición les abraza entre perfumes de pinos y borbollones de agua recién  nacida, como una musiquilla de vida y devoción.

Carreras de cintas

 El sol de la tarde se arrima a la calle espolvoreada de tierra aceitunada. Corren los caballos a galope y los jinetes intentan atrapar a la anilla huidiza. El premio, la cinta de colores, vuela con la gracia de preciosas manos que las han asido en los hombros de los diestros caballistas.

Fiestas infantiles

En el programa festivo se enmarcan para la felicidad de los niños los festejos infantiles. Actos que siembran el entretenimiento, el perfume de la alegría, la ilusión, las risas encendidas en rostros encandilados.

La ofrenda de flores

La luz del cielo es crepuscular, cenicienta, pero en el alma de la mujer segorbina hay  emoción y devoción. Un renacer primaveral se adueña de las calles segorbinas. Gentil florecimiento, garbo de perfumes, de faldas policromadas, de brocados, de negras mantillas, de porte y señorío. Eclosión floral, quietud reverente. Rosas en las mejillas adoradas. Es la ofrenda del color, del sentimiento inflamado a la Patrona, la Virgen de la Cueva Santa, esmaltado a sus plantas como un rico estuche de luceros, como prístinas notas de exquisita alegría, de fresco colorido, mientras las campanas de la torre catedralícia siguen entonando su din, din, dan, dan….

La enramada

Aún no asoma el sol por las azules cúpulas segorbinas, entre un concierto de campanas augustas, llenando el espacio con sus metálicas voces,  y la calle Colón es una almáciga de bullicio, de animación, de olor a murta. Y en los labios frescos de las mozas segorbinas brotan las sonrisas sonrosadas. De sus manos y con los mozos de la comisión de toros a su lado, nace  una lluvia de regalos, que reverbera la naciente luz de la mañana. Pero casi no llegan al suelo perfumado. Miles de manos, en porfía arrolladora, se afanan en atraparlos, matizando las profundas raíces del folklore segorbino en su  rumbo de límites lejanos.