Ver Valencia. I

Llego a Valencia en una soleada mañana. El cielo rasguea un rebaño de cirros con sus vellones de lana. Lo hago en tren. La estación del Norte siempre registra una enorme actividad, pues de ella salen y entran trenes continuamente. Es un cosmos de culturas, de sonidos, de gentes esperando su salida o que llegan. Abrazos, emociones, vidas…

La voz femenina de la megafonía no para:

-“Gandía, vía 5, sector A. Salida inmediata”.

-“Euromed, destino Alicante, vía 3. Rogamos a los señores viajeros se dirijan al punto de recepción”.

Es una estación bonita. Su planta se parece a los valles pirenaicos, pues tiene forma de U. Destaca su arquitectura, su riqueza decorativa, modernista, con vidrieras y mosaicos de escenas valencianas.

Al lado de la estación está la plaza de toros, separadas por la calle Alicante. Fue construida en el año 1851. En sus líneas imprímese el arte mudéjar.

Por la avenida del Marqués de Sotelo llego a la plaza más emblemática de Valencia, denominada plaza del Ayuntamiento. Es muy atractiva y el epicentro de los afamados festejos falleros. Allí se enmarcan las típicas “mascletaes” con sus alardes pirotécnicos. Ahora, como siempre, los puestos de flores anuncian que Valencia es una ciudad alegre, dinámica, amante de la belleza y de las costumbres inveteradas. La arquitectura tiene sus mejores representaciones en el Ayuntamiento y en el edificio de Correos. El primero ostenta una fachada de sillería y dos torres en los extremos con artísticas cúpulas a base de tejas de cerámica dorada, destacando la central, coronada por la torrecilla del reloj.

El tráfico es incesante en esta plaza, con su forma triangular, donde se concentran cafés, heladerías y otros establecimientos turísticos, salpicando los umbrales con el delicioso aroma de frituras, de cervezas frescas, de cafés… En el espacio recreativo de la plaza los jóvenes se fotografían en amoroso abrazo y las madres pasean con sus niños. Y por la peatonal calle de Ribera los turistas se acomodan en las terrazas. Se lee, se consulta el plano de la ciudad y se charla plácidamente.

Salgo de esta plaza mientras suenan las campanas del reloj del Ayuntamiento. Cruzo la calle San Vicente Mártir, tan rectilínea, y por la calle de María Cristina me asomo al Mercado Central, tan variopinto y monumental, tan armoniosamente construido, utilizando, entre otros materiales, el hierro y la cerámica.

Junto al mercado hay un edificio admirable, joya del gótico civil español. Es la Lonja. Tiene primorosos salones, sobre todo en el comunnario, con columnas helicoidales. El mercader valenciano supo lo que construía. Frente a la lonja se sitúa la barroca iglesia de los Santos Juanes.

Muy cerca de la lonja me adentro por la calle del Trench, que desglosa una típica variedad de comercios que nacieron de aquellos otros, que ya son historia, dedicados a la venta de salazones. De esta calle nace uno de los accesos a la original plaza Redonda, comercial y muy visitada los domingos y festivos por la peculiaridad de los artículos que se asoman al comprador. Diariamente las tiendas se dedican a la venta de géneros de mercería, hilaturas, bordados, pasamanería, mantones, cerámica, regalos, pajarería…

Camino despacio por estos barrios tan populares de Valencia. Y me acerco por la calle de la Sombrería a la plaza de la Reina, no sin antes admirar uno de los campanarios barrocos más bellos de España. Es la torre de Santa Catalina, que domina uno de los lugares más pintorescos de Valencia con sus populares chocolaterías, cuyos exquisitos ambientes quedan realzados por un bonito continente, ilustrado a base de pinturas murales y suelo de mosaicos, donde se imprime el sello antañón. Horchaterías ilustres, frecuentadas desde tiempos ha por hacendosas huertanas y buenos burgueses. Hasta la infanta Isabel vino; así lo recuerdan las inscripciones.

Y arribo, en la recta final de este paseo, a la espaciosa plaza de la Reina, cuyo nombre recuerda la boda del rey Alfonso XII con su prima María de las Mercedes Orleans.

Y en esta plaza se alza la Catedral y la torre del Miguelete, símbolo de la ciudad. Es de planta octogonal provista de tres cuerpos, 207 escalones, que separan la zona baja del campanario. Data del siglo XIII y su puerta es de composición barroca, aunque también cabalgan los estilos románico, gótico y renacentista, como la puerta gótica de los Apóstoles y las naves del templo, y renacentista como los frescos y la capilla mayor.

En una capilla de estilo gótico florido, la antigua sala capitular, se custodia el Santo Cáliz. “El visitante se siente primero cautivado por la belleza del Grial”. Y así es. La tradición adorna esta regia reliquia, que se conserva y venera en la Catedral de Valencia.

Salgo de la catedral y al arrimo de su fachada gótica penetro en la calle de la Barcella. Sigo el callejeo por Valencia, pero contaré esta nueva etapa en otra entrada.

(Continuará)