El Negrell

De nuevo he vuelto a la Tinença de Benifassà. Voy solo por el sendero, siguiendo el GR-7. Desde el Pinar Pla (1.173 m.), a 50 minutos de Fredes, el sendero se interna en la pinada. Cruzo un cortafuegos, que baja de la cumbre del Tossal d’ en Cervera. Las sombras se espesan en el aromático pinar, que se encierra cada vez más. Gran cantidad de arbustos orlan el trazado del sendero, claro y limpio, fijando el itinerario. Sobresale el boj, frondosas matas de rabioso verde por el haz de las lanceoladas hojas, decoradas por el color ocre que adquieren algunas. Su delicado roce y mis pasos son el único ruido que turba el silencio del bosque. Los acebos exhiben el lustre de sus hojas dentadas y los lozanos helechos abren sus hojas adoptando una simétrica planimetría.

Una mancha blanca aparece entre la articulación pinariega. Es el refugio de la Font Ferrera. No hay nadie. Y en este marco, tranquilo y acogedor me detengo unos minutos, sintiendo el abrazo del edificio. Al rato, prosigo mi andadura por una pista. El pinar es fantástico. Pino albar, que se eleva formando diversos y compactos pisos.

Un cartel me indica la ascensión al Negrell. Otros señalan lugares y distancias. A la cima del Caro hay 25,7 km. Sin prisas, contemplo el paisaje. Mi progresión es lenta. Y mientras gano altura con moderación una brisa estimula mi andadura, como una locución “in crescendo”. La Tinença me ofrece sus rasgos más accidentados e imponentes, su mítico escalonamiento con bruscas barranqueras y elevadas cabeceras. Distingo la brecha y las indomables paredes del Portell de l´Infern -mi anterior ruta-.

Alcanzo la cumbre del Negrell, sus 1.327 m. de altitud. Me rodea un paisaje grandioso e imponente. Los matices de tan brava y encrespada naturaleza los dominaba, con el sol desparramándose por todos los valles, rinconadas, cresterías y collados. La brisa enriquecía la contemplación. Admirando los vastos sectores de los Puertos de Beceite y de la Tinenca, iba paseando la vista por la nomenclatura de estos macizos:

Al E, el Caro, la Mola del Boix, Les Mirandes, y, al lado del Negrell, la Enderrocada y la Punta de la Devesa. Al S, se despliega el embalse de Ulldecona, la punta de Solà d’en Brull y el Portell del Infern. A los pies del Negrell, se descuelga la abrupta Canal Negre y la depresión de la Fou. Al W, se encurva el Tossal d’ en Cervera, como cumbre compañera del Negrell, y, más allá, se alzan como cumbres más destacables, el Tossal d’ en Canader y del Rei, y al N, se recortan las moletes de Arany y la Punta de la Coscollosa, a cuyos pies se encuentra el famoso desfiladero del Parrisal.

Así pasaba el tiempo en la cumbre del Negrell, recreando mi espíritu, mis emociones. Mi corazón palpitaba tranquilo. Iba alimentándome de un cúmulo de sensaciones nuevas. Era feliz. Y pensaba: “Los paisajes y los monumentos no hay que describirlos a través de los libros, sino viéndolos “in situ”, saboreando las experiencias, los conocimientos, las impresiones, ante la visible realidad de lo bello, de su mágico aliento”.

He pasado un tiempo precioso en la cumbre del Negrell. Ahora me tienta seguir el recorrido por la cresta, en dirección al Turmell. Y así lo hago. Tomo un sendero, bastante claro, que me apea de esta impar atalaya y me lleva hasta el collado que la separa de la Punta de la Devesa. Alcanzo esta nueva cumbre. La panorámica del Negrell y su entorno es preciosa. Pero decido volver hacia atrás, al encuentro del sendero. Lo sigo. En el descenso conecto con el GR-7. Camino por un denso bosque de pino albar. Me refresco en la fuente del Bassiol. Las sombras del bosque me ciñen, la vegetación es hermosa y soy feliz. Y recuerdo la frase de Nina Murdoch “Aún ahora me pregunto qué poder mágico hace que la montaña pueda proporcionar este tipo de alegrías, tan intensas, tan serenas, tan puras que apenas se atreve uno a decir que son emociones”.