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El Tiempo en Segorbe. Predicción

El Tiempo en Segorbe

viernes, 22 de marzo de 2013

Hay una primera vez para.... un tres mil!!



No fue mi primer tres mil. Pero, para el Mulleres (3.008 m.), sí que lo fue. Iba amaneciendo. La tonalidad blanca del camino destacaba entre los prados oscuros. El rocío perleaba el matorral. Mis manos se paseaban por los finos tallos de las hierbas, y se llenaban de ambrosías húmedas. Los picos estiraban sus cuellos. Y los primeros rayos del sol cabeceaban por las cumbres, revistiéndolas de resplandores cárdenos. Me sentía feliz caminando en busca de la aventura. Esta vez solo. Todo el valle lo dominaba con mi entusiasmo, que centelleaba como el rocío en mi corazón. El sendero se dibujaba claramente sobre el terreno. Ascendía con lentitud, casi contando los pasos. Escuchaba el rumor de los riachuelos, que se descolgaban, desflecándose,  de los pisos superiores.




Era un rumor melífluo, un chapoteo encantador, una cacofonía con sincronización rítmica.

La claridad de la mañana llenaba todo el valle del Mulleres. Los lagos mostraban sus láminas de cristal. Y en ellos se aposentó mi alegría. El esfuerzo tenía un nuevo ingrediente, la parte más dura de la ascensión, hasta llegar al cuello del Mulleres. El sendero ya no era de tierra. se había escabullido. Solo los hitos, las pequeñas pirámides de piedra me guiaban.




Cruzaba terrazas pedregosas, algunas placas de nieve....Me hallaba en el mismo corazón de los Pirineos, al pie del collado que separaba la cumbre. Debajo, a lo lejos, se divisaba el Hospital de Viella, de donde había partido. Y un mar de cumbres de Arán, entre ellas el festín panorámico del Montarto, al que había subido el verano anterior. Trepé por las paredes del collado, como una sierpe codiciosa para alcanzar el Mulleres. Y cuando lo conseguí, haciendo malabarismos con mis piernas por un laberinto de bloques de granito, me arrodillé en la cumbre, para alabar el más inmenso espectáculo que me ofrecía el Mulleres: la muralla sombría de la cresta del Tempestades, desde el pico Russell hasta el Aneto. Toda una postal espectacularmente vertical, donde la blancura de las nieves brillaba bajo un insospechado cielo azul.





Esas murallas del Aneto ostentaban  precipicios que alcanzaban los 500 m. de altura. Y yo los tenía casi al lado, con toda la belleza blanca de los glaciares, que formaban sorprendentes pañuelos adornando al rey de los Pirineos.

Como el día era bueno, me tendí en la cima, para que el sol besara felizmente mi rostro, y las brisas de las cumbres rozaran mi cuerpo, como voluptuosas caricias.




Permanecí en el Mulleres casi una hora. Después, partí. El tiempo había cambiado. Las nieves tenían un resplandor metálico. Los lagos escanciaban sus románticas orillas, con sus aguas siempre opacas. Las aristas de los picos mostraban sus dientes amenazantes.

Y, cuando llegué al Hospital de Viella, hacía rato que estaba lloviendo. Sin embargo, media docena de caballos pacían como si nada, vagabundeando sobre los aterciopelados prados.


4 comentarios:

Abilio Estefanía dijo...

Hola Luis, fotos llenas de recuerdos y sensaciones.
Poder disfrutar durante una hora en la cumbre de un tremil, es un privilegio inolvidable y poco habitual.

Un abrazo

trimbolera dijo...

Una maravilla, se nota que las montañas "estiraban sus cuellos" porque son impresionantes.

Pakiba dijo...

Es sensación es fenomenal,yo la he experimentado dos veces en mi vida y es algo que tu lo explicas muy bien,algo mágico,algo sublime.

Un abrazo.

Goriot dijo...

Amigo Luis: describes muy b ien tanta belleza por la que pasas. Me ha gustado esta frase tuya:" Y cuando lo conseguí, haciendo malabarismos con mis piernas por un laberinto de bloques de granito, me arrodillé en la cumbre, para alabar el más inmenso espectáculo que me ofrecía el Mulleres"
Un abrazo.
Goriot.