Por la sierra de Albarracín, de nuevo

 

Necesitaba el abrazo de la sierra, sus sonidos, replegados en rincones pintorescos, solazarme con los arpegios del silencio, sentir los finos ramalazos del otoño, notar la realeza de nuevos caminos, de nuevos senderos anclados en  enclaves soberbios.

Y he caminado zonas de la sierra desde Torres de Albarracín. Cerca, se alzaba ese ser natural y totémico del Caimodorro, donde los ciervos son los señores de estos bosques preñados de atractivos naturales.

Durante el recorrido, siguiendo las señales del PR-TE 4, que se dirige a Bronchales y Monterde de Albarracín, enlazando con el GR-10, se impone la servidumbre de la grandeza de la sierra. Y lo hace con gala coyuntural, despuntando la estética del paisaje con notable vigor.

Sigo el cauce del barranco de la Gamella. Cruzo el Collado, pero antes me detengo en la fuente de la Nava, rodeada de jaras con sus tallos retorcidos. Una planta que prolifera en todo este territorio montañoso de Albarracín, poblando el monte bajo. Me tumbo sobre la hierba y veo un cielo azul salpicado de nubes blancas. Y observo las hojas amarillas de los chopos que medran en este húmedo paraje, escuchando su repiqueteo constante por mor de una  brisa viajera.

Paso por la Hoya Quemada, que se estira y ondula a los pies del Alto de la Hoyuela. Sigo las señales del PR. La ruta asciende por el empinado valle drenado por el barranco del Palillo. Me detengo en la fuente del mismo nombre; pintoresco paraje orlado por la alegría verbenera de las rojas bayas de los fructíferos majuelos.

En el collado del Tormo abandono las señales del PR y me vuelvo hacia Torres de Albarracín, rodeando la mole del Alto de las Hoyuelas, con su vértice de 1.668 m. de altitud.

Dejo a la derecha el collado de las Dos Dehesas y por la Umbría de la Sierra me entretengo recreándome con el paisaje que veo, recibiendo, como siempre, un enjambre de sensaciones que se acomodan en aleteos nacidos entre una cadena de suspiros. Hay rúbrica de colores, de tierras cultivadas, llenas de pintorescos matices. El tacto de los ojos va viajando hacia todos los lados. La gracia del paseo es como una alborada alegre.

Estas tierras de la sierra me encanta recorrerlas. En su regazo se ha alimentado el alma de muchas generaciones. Y las veo con su paradigma vegetal, condecorando los sentidos de belleza; y sus peñas, como las del Rayo, son como las del atlante Gaón, netamente generosas en majeza,  y, hasta hospitalarias.

Y me siento feliz caminando por estas tierras desconocidas, pero que forman parte de ese espíritu ambulante que tanto me llena, entre una armonía de sueños y realidades.

Y visito Torres de Albarracín. Y por las calles costaneras, entre cimientos roqueños bordados por deliciosas margaritas, se estira la iglesia parroquial, revestida de mampostería, con sillares de rodeno…. Un pueblo donde el silencio reposa en sus calles silenciosas, en la amplia era, como una maternal arcadia para el reposo de cada día.

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