Y sigo en ella

Cuando era niño, echado bajo el frondoso palio de mis avellanos en los espaciosos campos de la masía de mi tía Magdalena, cultivaba ensoñaciones,  al mismo tiempo que cultivaba ajos y cebollas en mi huerto chiquito.

-Este terreno, Luis,  es tuyo,  me dijo mi tía.

Y en esos recuerdos perdidos, me imaginaba ver montañas que traspasaban nubles blancas. Yo trazaba senderos imaginarios.... Y también en mis sueños, surgían viajes hacia lugares ignotos, donde la aventura era un hecho.

Desplegaba mi atlas escolar y con el dedo me trasladaba a mundos lejanos, donde se acumulaban esos sueños en recorridos fantásticos.

"Viajar, escribir, leer..." Esta frase de mi admirado escritor Eduardo Martínez de Pisón es la clave de mi pasión por las montañas.

No, no he ido aún a la Siberia, ni a la Patagonia, ni a las estepas de Mongolia y ni a las verdes colinas de África.

Pero he subido a muchas montañas, he descubierto muchos paisajes, me he enamorado de la naturaleza y la he descrito en muchos sentidos, desde el romanticismo hasta la línea naturalista y cultural.

Siempre he creído que las montañas encerraban algo que desconocía... Y sigo aún buscando ese "algo", sugestionado por ver lo que voy a descubrir en mis periplos, envuelto en una atmósfera de luz, color y grandeza. Porque la grandeza de las montañas la encontré en mi tierra y en las sierras de Teruel, pero la mayor la hallé en el Pirineo, donde vi la alta montaña, sus glaciares, sus nieves, sus prados, la insólita y mágica arquitectura del granito y la exigencia de que, para ver esos paisajes sorprendentes, tenía que patearlos, ascender, trepar, moverme por crestas vertiginosas, inverosímiles, pero también por valles bucólicos, muy verdes, muy floridos, creados con poesía.

Sí, la montaña me transformó. Y sigo en ella siempre que puedo.