Estuve en Alcaine

He visto Alcaine. ¿Qué digo? He disfrutado, gozado… Me ha entusiasmado Alcaine, su pintoresco emplazamiento, su espectacular enclave, su escenografía, su altanero relieve, el río Martín, los vestigios de su pasado histórico… ¡Todo! ¡Vaya pueblo que tiene Teruel! Amigos viajeros: Ir a Alcaine, visitarlo detenidamente, recorrer sus rutas centradas en el curso medular del río Martín, y obtendréis una de las experiencias viajeras más impresionantes por las tierras de Teruel.

Nada más llegar a Alcaine hago la ruta de los miradores. Por las retorcidas y empinadas  callecitas del Cabezuelo y la Morería, dominadas por la erguida torre de la iglesia de Santa María la Mayor, con sus tres cuerpos, siendo el superior octogonal, con muestra de pilastras estriadas, me encamino hacia el espinazo rocoso donde se alzan los torreones de la línea defensiva, asomados sobre pavorosos precipicios. Los miradores con que cuenta este murallón constituyen  inimitables atalayas,  donde  uno se siente feliz con tantos elementos fotográficos enriqueciendo las panorámicas, entre ellos el embalse de Cueva Foradada. Los tejados reproducen el color ocre de los espigados farallones con total mimetismo. Los peñascos parecen de ensueño. Como el pueblo. Los intrépidos buitres planean sus alas sobre los vertiginosos cortados. Y no es difícil ver alguna cabra hispánica corretear entre los bloques calizos, desafiando  a los abismos. Desde los añosos y silentes torreones me siento feliz con la monumental panorámica de Alcaine. Parece un sueño, trenzado con la historia de este pueblico, que brilla con tantos blasones que atesora. Tuvo que ser una varita mágica la que cubrió estos cerros de casas y torreones.

Tras quedar deslumbrado por la emoción del callejeo, desciendo del pueblo por la cuesta de San Ramón, dominada por enfilados lienzos  rocosos. Cuando llego a la vega agrícola, me arropan elegantes higueras con sus lustrosas hojas. Sigo el camino de herradura hacia Obón. Paso tradicional de rebaños. Y escucho cercano el canto del gallo, navegando sobre los verdes. Paso por la Cañada de Marco. Enfrente, veo el abrigo donde se localizan pinturas rupestres. Esta cañada se abre entre los pinares del Cabezo de Guardias (894 m.) y el Benicoza (848 m.). Las paredes rocosas registran una considerable colonia de buitres leonados, que se ven sobre los cabezos haciendo surcos al cielo con sus vuelos.

Sigo por el sendero, bajo la principesca gallardía de la piedra viva que  se encanta con sus ocres sobre mi cabeza. Abajo, el río es una cinta brillante, sinuosa, resobada por una  vigorosa vegetación de ribera y pautado por añosos álamos. Cerca de la Coquinera, me doy la vuelta, encantado con los paisajes que me brinda este cañón meandriforme. Arribo otra vez ante los pliegues y zócalos rocosos donde se asienta Alcaine. El río Martín me brindaba su fino rumor. Rodeo la fortificación rocosa, cruzo el altivo estrecho del Hocino, donde el aire enflauta leyendas,  sigo la huella del río Radón y por la cuesta del Hocino  subo hasta el pueblo.

Una señora sale de su casa y se sienta en un banco.

-Es que dentro tenía algo de frío y aquí me da el sol, me dice.

Epílogo. Mi cordial saludo a Cipriano Gil, alcalde de Alcaine, por su amabilidad y atenciones recibidas, y también a los vecinos con quienes hilvané unas palabricas mientras gozaban del buen tiempo,  sentados en un banco,  en la entrada del  pueblo. Entre ellos estaba María, la vecina más longeva de Alcaine. Va a cumplir 93 años y estaba guapísima. ¡Felicidades, María!

Enlaces:


-La Voz de Alcaine


-Web Alcaine