"Canta la rana, y no tiene pelo ni lana"

Me retiro del sendero camino de Alcublas y llego a la balsa Silvestre. El sol dibuja sobre la lámina líquida una plétora de brillos, y el verdemar de la hierba circunda el óvalo de la lagunilla con evidente ornamentación. Las ranas taladran el ambiente con un intenso croar. Aposentadas en la orilla, mi presencia provoca la interrupción de su canto, y, con afán olímpico se refugian en el charco, produciendo un golpeteo metálico y sordo.

Feliz por la dulzura del silencio, me tumbo sobre la mullida hierba, y el cielo me parece estar más cerca. Apenas el murmullo del aire mueve las plantas silvestres que salpican el suelo. La orquestación de las ranas retorna con timidez. Algunos pájaros vuelan sobre mi cabeza. El trepidar de un tractor se escucha lejano. Una nube oscurece el sol. La nube es blanca, con reflejos de plata. Me gustaría volar hasta ella, gozar como un pájaro. La tarde declina y el diálogo de las ranas es como un canto a la vida del campo. Me siento feliz.