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domingo, 3 de mayo de 2009

La Sierra de La Bellida

Con una mañana -la de hoy- genuinamente espléndida, con una sinfonía de luz arrebatadora y un enorme cielo azul, regio retablo sin asomos de nubes, no podía quedarme en casa. Así que con presteza preparo lo imprescindible para patear el monte. ¿A dónde voy?, me pregunto. Claro, existen tantos lugares donde acudir en mi comarca, entre parques y parajes naturales municipales que la decisión, a veces, cuesta. Pero al fin lo tengo claro. Me voy a la sierra de La Bellida.



Esta sierra es una de las más importantes de la comarca del Alto Palancia. Sita en el sector NW emerge con sus 1.319 m. de altitud. Por consiguiente, es una privilegiada atalaya entre las cuencas de los ríos Palancia y Turia. Su relieve es suave, de redondeadas lomas, en contraste con el enérgico relieve de las vecinas elevaciones de Peñaescabia, Peñas de Amador y Peña Juliana, que realzan sus escarpadas paredes como hitos emblemáticos de la cabecera de la comarca. La Bellida se emparenta más con la colindante sierra de El Toro, prolongación física por el sur de la colosal sierra de Javalambre, situada en el extremo meridional de la provincia de Teruel, de formas macizas y de configuración calcárea, con un singular paisaje vegetal.

La Bellida, por donde cruza el GR-10, atesora uno de los valores patrimoniales más significativos de la comarca. La actividad del comercio de la nieve fue muy importante en las montañas de la Comunidad Valenciana entre los siglos XVI al XIX, centrada, principalmente, en las sierras alicantinas, como la Mariola, que conserva una soberbia colección de muestras arqueológicas como las “neveras”, denominadas, asimismo, cavas o ventisqueros.


En estas construcciones se conservaba la nieve, recogida durante toda la temporada invernal, y apilada debidamente, en un proceso muy laborioso, para ser distribuida en el verano una vez convertida en hielo. Las neveras eran de distinta tipología, formadas por un pozo circular con paredes revestidas de mampostería. La techumbre cubría estas construcciones, estructuradas con nervaduras de arco y falsa bóveda.

El hielo era troceado y transportado durante la noche con el apoyo de caballerías cargadas de serones y también de carros, para su reparto y venta por los pueblos y ciudades de mayor densidad demográfica. Se usaba sobre todo para la conservación de alimentos y pescados, para la fabricación de helados y bebidas, como la famosa horchata y con fines medicinales.


Este comercio de la nieve, que generó trabajo durante 400 años, tuvo, como he citado anteriormente, una fuerte expansión por la sierra de La Bellida, donde se concentraron un elevado número de ventisqueros, construcciones distintas a las neveras, pues consistían en muros de cerramiento acoplados a las vaguadas del terreno, elevados en la parte inferior, y de forma semicircular. Además no disponían de techumbre. La sierra registró más de 70 ventisqueros, actualmente la mayoría derruidos.



Atraído una vez más por este aliciente que atesora La Bellida, esta mañana he recorrido parte de sus ventisqueros, prestando especial atención a uno de los más monumentales y mejor conservados, el de los Frailes, que perteneció a la cartuja de Portaceli.


Después he seguido parcialmente el nocturno recorrido que hacían los carros para transportar el hielo a los mercados de Valencia. Desde La Bellida seguían en parte la Cañada Real de Aragón a Valencia, pasaban por el Barranco Lucía y La Solana, y después de cruzar el collado del pico La Cumbre descendían hacia la población de Alcublas.



En este descenso he contemplado las evocadoras huellas de este pasado testimonial del acarreo del hielo, pues los carros dejaron su huella impresa en las rocas. Son las carriladas, que en trazado casi rectilíneo surcan a trechos estos pasos de montaña, con rodadas hasta de 20 cms. de profundidad.

Cerca de Alcublas, con las torres de sus dos molinos de viento (siglo XVIII) recortándose en la cima de un oreado cerro, y con el sol desplomándose sobre almendros y viñedos, me detengo en la Balsa Silvestre. Me siento cerca de su perímetro, copiándose el disco solar en las quietas aguas del remanso, escuchando el insistente croar de las ranas aposentadas como reinas del lugar en el contorno de la balsa. Con el acorde de las abejas tejiendo un rumor melodioso entre las múltiples jaras, reflexiono un rato acunado en la melosa y solemne calma del paraje. Y pienso que es una delicia disfrutar de esta tranquilidad idílica, de toda una vida dedicada como atractivo pasatiempo al excursionismo, del valor de esta afición, que en mi caso se deslizó gozosamente por la literatura, y que es un lujo para muchos y, tal como apuntó Georges Sonnier “un recurso para el alma”.

6 comentarios:

Mª Angeles B. dijo...

Bonito lugar y bien aprobechado.
Saludos.

MORGANA dijo...

PRECIOSO Y MARAVILLOSO LUGAR LUIS.GRACIAS A TI HE DESCUBIERTO MUN LUGAR DIGNO DE CONOCER.
EN MI MUNDO TIENES UN REGALOPARA TI.
BESOS.MJ

Abilio Estefanía dijo...

Hola Luis, desde luego, no has elegido mal el lugar. A veces hacerlo sobre la marcha da estos resultados, o sea estupendos.

El día te acompañó con buen tiempo, que en estos casos es de agradecer.

Un saludo

Una senderista. dijo...

PArece ser que este fin de semana todos hemos gozado de unos días estupendos, menos mal, se estaba convirtiendo en un hábito lo de la lluvia

Aseret dijo...

Hola Luis, me ha encantado encontrar tu blog. Has abierto una preciosa ventana hacia la naturaleza.
Cuántos rincones por conocer y cuidar!!!
He agregado tu blog al mio en favoritos, espero que no te moleste.
Besotes, y lo dicho, un gustazo pasear por sus sendas.
Saludos.

L. Gispert dijo...

Hola, Aseret, encantado de conocerte. Es un placer compartir esta actividad. La naturaleza es hermosa, y me gusta seguir sus senderos y paisajes. Y, gracias por tus gentiles palabras.
Saludos.