Y me fui a ver los ibones de Anayet

El recorrido por el tour de los lagos de Ayous tuvo el gratísimo aliciente de pernoctar en el refugio homónimo. Pero, al día siguiente, tras culminar su magnífico y absorbente trazado, visité, ya en España, Sallent de Gállego, que se ubica bajo la mole calcárea de Peña Foratata. Es un pueblo de gran belleza, con la rúbrica de una arquitectura popular muy manifiesta, donde los materiales constructivos son la piedra y la madera, con la pizarra para los tejados, tan comunes en todos los pueblos del precioso Valle de Tena.

La siguiente noche quise descansar a lo grande, eligiendo uno de los mejores hoteles en el moderno complejo turístico del Formigal. Y la verdad que la experiencia me gustó mucho. Cena especial con maître y una cama con similitudes de "suite".

Y me esperaba al día siguiente madrugar. Porque para despedirme de mi periplo pirenaico, me fui a ver los bonitos ibones de Anayet, con el Midi d'Ossau enseñoreando el paisaje. Fondos húmedos,  praderas de lujo, parlanchines saltos de agua salpicados de cristalinos arroyos, y una ascensión al Vértice del Anayet, con un sinfín de picos a la vista.

¡Esto es vida!, me dije en la cumbre. 

Me encontraba en otro mundo. El augusto silencio. La suprema majestuosidad de las montañas que me rodeaban. Los Pirineos franceses por un lado, los españoles por el otro. Ambos no se parecen en nada. Pero aúnan belleza, esa belleza salvaje que me hechiza como una hermosa mujer, que hechiza a quienes verdaderamente aman las montañas.

Los conozco y su armonía me llena el alma con felices rebrotes místicos. Y su misterio me entrelaza. Y sueño con volver a este "medio tan indefinido" como calificó mi admirado Henry Russell. Las razones que tengo son muchas. Y sobre todo mi alma "salvaje" me lo pide.