La yeguada, como elemento atractivo en el inicio de la excursión, pastaba plácidamente en medio del valle. Sentado sobre una piedra aplanada, contemplo como triscan las hierbas, haciendo sonar los esquilones en cada movimiento de sus cabezas. Me siento feliz en el abrigo del valle, surcado por el barranco de la Masada. Muy cerca de donde me hallo, la fuente de la Masada, con su frontis de sillarejos, rasguea su fino rumor golpeando sobre el alargado abrevadero. Las mariposas revolotean felices, y sus vivos colores resplandecen con los besos del sol. No me levantaría, perfumado por esencias naturales, entre matas olorosas como ajedreas, tomillos, lavandas y el azul sortilegio de los endrinos.
Pero sigo ascendiendo por el valle, entreverado de piedra suelta y entre un frondoso y umbrático bosque de carrascas, que me obsequia con la humedad del terreno y con sombras que articula el ramaje, formando una amable hilada de bóvedas vegetales.
Al arribar a la cabecera del valle, la vista se expansiona por todos los lados. Arriba se alza con sus 1.286 metros de altitud el Tossal de la Nevera o Tossal de Gibalcolla. Y abajo, enlazando rapidísimas laderas, encastilladas y grises, se dibuja el barranco de la Canaleta.
Es tan grande la impresión que recibo ante el espectáculo de esta majestuosa montaña, que tengo el humor de coronarla. Paso junto al mas de la Serra, ejemplo de arquitectura popular y de valor documental. La puerta, enfajada de sillares, muestra sobre el dintel el año de su construcción: 1720.
Sigo la ruta subiendo la empinada ladera hacia la cercana Nevera Vella, un depósito donde se depositaba la nieve para comerciarla, construido en el año 1638. Contemplo, mientras continuo con mi periplo, la morfología del valle, formado por tablas horizontales dispuestas en graderío, tapizadas de verdor, que alimenta los afloramientos de una cercana fuente y coloreadas de rojo por la tropilla de majuelos que existe.
Lentamente voy ascendiendo hacia la cumbre. Las vistas se amplían y columbro una imponderable extensión de montañas y valles del histórico Maestrat. La piedra seca está presente en el paisaje, con sus muros y cabañas. Cuando alcanzo el pilón del vértice geodésico, una juguetona brisa me espabila. Me deleitan las vistas y las cumbres que he ido conquistando años atrás, como algunas de Els Ports de Beseit, el Turmell, el Mont-Caro, el Penyagolosa, la Mola de Ares, Irta…. Las panorámicas alcanzan una grandiosa geografía de las tierras del Maestrat y Els Ports, divisándose, asimismo, la costa norte de la provincia de Castellón.
Al arribar nuevamente a la fuente de la Masada, saludo al dueño de la caballada. Y mientras proseguimos el descenso, Joaquín, que es un veterano ganadero de Cati, me cuenta muchas cosas de estas tierras, de su profesión y de los años que lleva ejerciéndola. Con su cayado sigue presto a su labor. Son 75 años, los que tiene y me asombra su jovialidad y su dinamismo, sus ganas de aferrarse cada día al encuentro de sus rebaños. Me hizo pasar a su finca y me alegré de este encuentro con Joaquín. Y mientras partía con mi coche por el camino del Bosc, me saludó nuevamente cuando cerraba la portilla del cercado.