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El Tiempo en Segorbe. Predicción

El Tiempo en Segorbe

miércoles, 31 de marzo de 2010

Los pétalos de mi vida




Son los colores de tu rostro
los pétalos de mi vida,
los acaricio sin sombras,
entonando romanzas bellas.

Vives en mí con alegría,
y tus besos me enloquecen,
como néctares de pasión,
ardientes, inundando mi corazón.


lunes, 29 de marzo de 2010

Vall de Almonacid: I Recreación Histórica Guerra de Espadán (1526)


Vall de Almonacid se anota un importante valor turístico con la I Recreación Histórica de la Guerra de Espadán, revuelta que tuvo lugar en el año 1526.

Brillante y espectacular resultó esta recreación matinal, celebrada ayer domingo en la plaza de la Iglesia de esta localidad serrana, que fue seguida con sumo interés y atención por numeroso público.

En la hoja divulgativa entregada a todos los asistentes se lee: “Entre noviembre y diciembre de 1525 las mezquitas que habían en la Sierra de Espadán fueron cerradas y sus habitantes obligados a convertirse al cristianismo, todo aquel que se negara sería convertido en esclavo, confiscados todos sus bienes y debería llevar una media luna azul en el turbante. Esto produjo una revuelta que empezó en Benaguasil y se extendió por toda la sierra. Aquí se eligió como dirigente a Gargau de Algar del Palancia, que tomó el nombre de guerra de “Selim Al-Mansur”, y que sería ejecutado en Segorbe al acabar la contienda”.

El 28 de marzo de 1526 tuvo lugar en esta comarca la Batalla de Miércoles Santo, entre los mudéjares de estos pueblos y las tropas del emperador Carlos V, comandadas por el duque de Segorbe, que acabó con una victoria de los musulmanes, que mantendrían el control de la sierra hasta el 19 de septiembre, cuando fueron definitivamente derrotados en otra batalla que sucedió entre la fuente de la Rodana y el pico de Espadán.

La magistral recreación estuvo protagonizada por los grupos de la Asociación Napoleónica Valenciana “Tercio Viejo de Lombardía” y “Moriscos Sublevados del Reino de Valencia”, con la colaboración de la “Sala de Esgrima de Valencia”, “Emisarios del Preste Juan” y “A.C. 1707 Almansa Histórica”. Estuvo basada en estos hechos descritos. La escenificación fue realmente destacada. Los uniformes, vestidos y armas fueron reproducciones de los que se utilizaron en su día en estos parajes de la sierra Espadán. Los espectadores aplaudieron largamente esta llamativa escenificación de historia visual, con una ambientación donde no faltó ningún detalle.

Arriba, en lo alto, el castillo de Almonecir parecía tener vida al presenciar estos hechos 484 años después.













Mi saludo a los compañeros de blogs Juan José Carrasco y Agustí Hernàndez. En este evento estuvimos compartiendo todo su desarrollo.



domingo, 28 de marzo de 2010

Ares del Maestre. El barranco de los Molinos. 2ª parte y última.


Desde el molino del Molinet parto hacia lo desconocido. Busco los mejores pasos por un terreno inclinado. Subo hacia las terrazas superiores surcadas por los barrancos de los Molinos y Cantallops. Camino al arrimo de piedras detenidas, enraizadas en un terreno despejado. Muros de piedra en seco, escenario de pasadas épocas de claro matiz rural, que encerraban las cosechas de cereales.

Me quedo hipnotizado en el borde del barranco de Cantallops. Bajo los cantiles cenicientos se ensancha la mancha barnizada de un denso carrascal. Recorro el contorno del barranco. Por las fachadas de los escarpes se dibujan fajas paralelas, encintadas por pequeñas canchaleras, donde crece rabiosamente la vegetación rupícola.

Abandono este paraje de vértigo con su comicio forestal y me sumerjo en un terreno despejado y ondulado, panorámico, germinado de erizos vegetales, aisladas carrascas, resistentes al frío invernal, y típicas casetas de piedra. La escenografía de estas tierras es montaraz, caliza, plasmada por elevados cerros, áridas depresiones, corredores y llanadas donde se afincan las blancas masías.

Como un macizo cono truncado afina la Muela su altiva presencia, a 1.318 m. de altitud. Crespones de nieve festonean el rocoso cinturón de la Muela. Mi andadura solitaria queda afelpada por el manto que despliega el sol. El viento desgrana un fuerte rumor, enredándose en los matojos. Aviva con su crepitante música el fuerte color del terreno, patinado de gris.

Mientras camino tengo al alcance de la vista muchos kilómetros cuadrados de campos, quebradas, bosques y montes, destacando como telón de fondo la enhiesta silueta azul del Penyagolosa, enseñoreando con su galanura la múltiple geografía castellonense.

El cielo es azul y unos cúmulos navegan con su blanco plumaje por este azul que la tarde irá diluyendo. A pesar del viento reinante, la calma es enervante. Así lo afirman las chovas, que recrean el ambiente montaraz con sus repentinos graznidos.

Cuando me acerco al caserío de La Masada, me fijo en las marcas blanquiamarillas de un PR. Las sigo con el sol de poniente derramando la gracia de una luz dorada. Por el sendero voy acercándome a Ares del Maestre. Pero antes de llegar al pueblo, me detengo en el área de la fuente de Regatxols. Hay un refugio y un antiguo lavadero, donde las mujeres del pueblo acudían una vez por semana para lavar la ropa. Según reza un cartel, comenzaban las tareas el lunes para asegurar ropa limpia para el domingo.

Por el camino de Regatxols el alma queda en suspenso. Toda la panorámica es belleza, historia y poesía. Un paisaje idílico, con Ares del Maestre en el centro. Por aquí arrancan las rutas a Morella y Catí, por el racimo de un relieve en formidable plebiscito, bravo y rico en matices.










miércoles, 24 de marzo de 2010

Seamos dichosos con los libros



Hay veces, cuando bajo a Valencia, que acudo a la librería de mi amigo Angel y, tras saludarle, me paseo por la tienda contemplando la maravilla de obras que, debidamente clasificadas por temas, tiene. Es una exposición colorista de títulos y portadas, dedicadas al excursionismo, guías de viaje, turismo, deportes, etc.

Siempre salgo de la tienda con una bolsita en la mano, llevando en su interior el tesoro de algún libro.

Los libros han sido siempre los compañeros inseparables de mi vida, desde que empecé a coleccionarlos cuando era muy joven. Novelas, biografías, relatos, poemas… Pero desde hace ya unos años son los libros de viaje los que me apasionan. Sigo al autor en su periplo como un compañero fiel, complacido de la lectura de cada página, recreando su viaje con sus descubrimientos, sus anécdotas, sintonizando con su descripción, con su crónica, con su emblema creativo.

En España ha habido y los hay muy buenos escritores viajeros. Y comentan nuestras tierras, todo lo que les sale al paso. Que es lo que me gusta. Y muchas veces en mis viajes asoma el viajero escritor, y recuerdo sus vivencias, sus impresiones, y me facilita con su relato el conocimiento que necesito de cada lugar para comprender su historia, la cultura, la vida de los pueblos.

Gracias a mi afición viajera, he tenido felices encuentros con los lugareños, con los habitantes mayores de los pueblos, que saben mucho y tienen una filosofía de la vida que me encanta. He charlado al borde del camino con el campesino, con el pastor. Y hemos fumado sentados al sol, y he bebido de la bota de vino que me ofrecieron, enalteciendo el sabor de un buen trozo de cecina.

Cuando me hallo en horas bajas, es decir, cuando mi espíritu está un poco hostigado por el decaimiento, releo estas obras, que me devuelven la vitalidad que tengo casi siempre, pero especialmente cuando recorro los caminos de la luz y de las brisas, del silencio y de la belleza natural.


domingo, 21 de marzo de 2010

Al encuentro del Garbí


Kiquet nos guió ayer sábado por el parque natural de la sierra Calderona. Nos concentramos 19 senderistas en Beselga. Cruzamos el pueblo y bajo la atenta mirada del remozado castillo, que corona los riscos de un cerro, bajamos a buscar el barranco de Linares. Seguimos el PR-CV-369, primero por pista y seguidamente por sendero bien marcado en el bosque, siempre al arrimo del barranco, vadeándolo repetidas veces.

La mañana estaba quieta y pintada de gris. La temperatura era plácida y el marco pinariego endulzaba nuestros pasos. Crecen los matorrales en la pinada, mientras el musgo fantaseaba sobre los bordes del sendero con su color verde amarillento. Las madreselvas se columpiaban con pasión entre los estilizados brezos y enormes madroños escampaban su compacto follaje, mezclados con olivos silvestres, mientras el durillo acampaba compacto en el barranco, con alegre arrimo, algunos con la pincelada blanca de sus flores.

Los espárragos parecían dialogar con nosotros.

-¡Qué tenemos buena pinta, eh!

Y algunos amigos respondían a su llamada haciendo recolección para la tortilla de la noche.

Entre el negror de los troncos de los pinos brillaban las hojas de las carrascas y en las vaguadas pedazos de bancales se llenaban de pétalos rosados, procedentes de los almendros, desvestidos de la floración. Algunos lavajos salpicaban el sendero y las escorrentías pronunciaban su recorrido buscando el barranco.

Llegamos a la fuente de Barraix. Y bebí con ganas de esta agua, que sigue llenando garrafas de asiduos agüistas. El agua era fresca y con las manos acarició mi cara y su contacto me llenó de estímulo.

Aquí el grupo se dividió. Unos se fueron directamente hacia el Garbí, siguiendo el GR-10. Y otros seguimos hacia el cercano collado de Barraix, cruzando la carretera asfaltada que, desde el puerto del Oronet, sube hacia el Garbí. Caminábamos por una ancha pista, andando buen rato por ella y muy cómodamente. Su trazado era horizontal. Mas, fue el aperitivo que nos catapultó al plato fuerte de la ruta: la ascensión al Alt del Pí (717 m.).

La subida fue dura y pina por la pinada. El sendero, bordado de tomillos y romeros, apenas serpenteaba sobre el pedregoso terreno. Pero a medida que progresábamos en la ascensión, el paisaje que nos rodeaba se fue abriendo hacia horizontes neblinosos, entre colinas verdeantes, rocas grises y bermejas. La altura desde la cima nos brindó el tesoro de unos espléndidos paisajes de la Calderona, bajo el entoldado gris del cielo, donde el sol apenas retozaba con algún garbo lumínico.

Cerca del Garbí el grupo, ya reunido, inició su regreso a Beselga, pero antes nosotros orientamos nuestros pasos hacia esta rojiza y famosa atalaya. Y sobre el vertiginoso roquedal, rodeado por las agujas de esmeralda de los pinos y entre las animosas voces de familias con sus niños, contemplamos el cuerpo paisajístico de la Calderona, velado por lechosas brumas. A nuestros pies se afirmaban enérgicamente una enorme cantidad de bloques, como una arquitectura mágica y viva de colores morados y rojizos, asomando al vacío la singladura de sus proas y miradores, la belleza del rodeno.











miércoles, 17 de marzo de 2010

El bosque de alcornoques de la Mosquera


Me encanta pasear por la Mosquera, uno de los valles más emblemáticos del parque natural de la sierra Espadán. Su festival de verdes acopia y refresca las miradas. El bosque de alcornoques, de los mejores conservados del parque, protagoniza la belleza de todo el valle, la ascensión de la naturaleza. Se abre en acendradas páginas porque tiene señorío botánico. El valle se encorva ligeramente y se bifurca en retorcidos brazos en su cabecera, donde las pendientes agudizan su envoltura rocosa hacia las cúspides, que afilan su más de 900 m. de altitud.

El alcornoque es un árbol épico, recio, fibroso y pulcro. De su tronco se extrae el corcho. Y su ramaje, un tanto asimétrico, tras la horquilla básica, se desparrama formando una orla múltiple y curvada, bien amueblada de rugosidades.

En los espacios más umbrosos existe un estrato bellísimo, donde la madreselva reaviva su instinto trepador, mientras cornicabras, ruscos, madroños y helechos forman un tapiz de lujuriantes y rientes verdes.

En el vientre geórgico del valle se ubica la casa de la Mosquera, herida en sus entrañas por los zarpazos del abandono. Bien visible desde la pista que accede al valle, se levanta sobre un promontorio rocoso, en una encrucijada de rutas. Fue edificada antes de 1861. Aún se ven antiguos bancales de almendros, formados entre las actividades agrícolas y ganaderas de la masía, esta última entroncada con Teruel, pues de esta provincia bajaban los rebaños de ovejas para pasar el invierno en el recinto de valle, aunque fue el valor del corcho la principal fuente de recursos, que tiene sus antecedentes en la época musulmana, donde hubo en el valle una alquería. Los caseros que tuvo Mosquera procedieron, mayormente, de Aín.

Abandono la masía con su notable pasado, con su simbolismo y su aura costumbrista y tomo el antiguo camino de herradura que servía de comunicación con Aín. Y asciendo pausadamente hacia el collado de Peña Blanca. Contemplo la fecunda estampación de alcornoques centenarios, que fueron testigos de la época dorada de Mosquera. Dejo atrás el bosque y afinando las piernas aún más alcanzo el Alto de Bovalar. Y sentado bajo los auspicios de un sol primaveral contemplo el imponente espectáculo que me brinda la sierra, con la orla de las más aventajadas cumbres, entre ellas el cercano pico Espadán. Me bañaba la luz y también una juguetona brisa, pero una vez más me encontraba a gusto, saboreando el solemne silencio y la magistral nómina de paisajes que atesora el hermoso parque de Espadán, acorazado por el rodeno con su peculiar tonalidad rojiza.













lunes, 15 de marzo de 2010

Ares del Maestre. El barranco de los Molinos. 1ª Parte.


Ares del Maestre me recibe con su abrazo medieval. Este elocuente soplo de su historia me rodea dándome la bienvenida. Y revivo mis anteriores encuentros con esta histórica villa. Pero hoy no la voy a visitar, pues mi camino me lleva a recorrer el barranco de los Molinos, donde se emplazan cinco molinos harineros construidos en la segunda mitad del siglo XVIII.

Según la revista CVNEWS, estos molinos, que reciben los nombres del Sol de la Costa, Molinet del Bassot, de Dalt, del Planet o Molinet y de la Roca, “son de tipo de rueda horizontal y forman cada uno de ellos una unidad hidraúlica, con una bassa de retención de agua, un cup o rampa de caída de agua y las séquies de canalización de agua que los conecta. El conjunto fue realizado en sillería, empleada principalmente en cups y rampas, con el fin de impermeabilizar conductos y evitar el máximo las pérdidas de agua por filtración, al tiempo que se conseguía una mayor durabilidad de las estructuras”.

El Consell declaró Bien de Interés Cultural este conjunto de edificaciones, convirtiéndose en el primer bien protegido bajo esta categoría de la Comunidad Valenciana.

Son las nueve de la mañana cuando inicio la ruta. Parto del porche de la plaza Mayor. Sigo las señales del SL-CV 45. Paso por el Portalet de Les Roques, uno de los ejemplos arquitectónicos más antiguos del pasado medieval de Ares. Un señalizador vertical del sendero nos indica el inicio del “Camí dels Molins”, un itinerario circular que tiene una distancia de 5.601 m. Un camino de herradura, con sus constantes revueltas, desciende hacia el nivel del barranco. La vista es fantástica, con la unión de barrancos que constituyen el nacimiento de la rambla Carbonera.

El camino, salpicado de carrascas, desciende muy sinuoso entre escalonados abancalamientos de elevados muros, que circundan el cerro donde se ubica la villa de Ares. La pendiente es bastante inclinada y soleada. La mañana es clara, con su sinfonía de luz. Solo las fuertes rachas de viento de poniente rubricaban su molesto hostigamiento.

Llego al barranco de los Molinos y visito el primero. Es el del Sol de la Costa. En sus elementos destaca el monumental acueducto, que tiene 37 m. de largo, el cubo, que tiene forma de torre defensiva con sus 15,5 m. de alto y el “carcau” o habitación con la maquinaria motriz. Me fijo en la clave del portal, donde figura el año 1798.

Sigo las marcas del sendero. El camino está bordado de carrascas, con sus troncos rugosos y negruzcos. Por el lecho del barranco corre una delgada corriente. El agua, limpia y clara, como cristales relucientes, rebulle entre peldaños rocosos con un rumor agradable.

Paso delante del Molinet del Bassot y arribo al de Dalt. Fue un molino donde habitaba el molinero, con su cuadra, la sala de moler y la cocina. Exteriormente destaca la gran balsa y el espectacular “cump” en rampa, formada por una escalinata de 30 peldaños.

Pequeñas cascadas lucen su rumor en un paraje espectacular, cuajado de humedad. En lo alto, Ares del Maestre deslumbra con su sugestiva y bella postal. El rincón es encantador, dominado por cinglos altaneros, que cobijan la gloria del pasado, donde el tiempo descansa en sus rincones y muy cerca platican las esquilas de los rebaños de ovejas.

El marcado sendero me eleva hasta el Molinet. En su interior se puede ver la sala de moler y el conducto de agua que caía a la habitación subterránea, donde se producía la energía para moler. Su altitud es ya destacada sobre el barranco: 984 m.

Y llego al último molino en el orden de mi recorrido. El de la Roca, construido en el año 1774 y adornado por el verde tapiz de la yedra, brillante y espesa. Por una enrejada ventana fotografío su interior, con vistoso arco de cañón. Es el más alto: 1014 m. Al lado está el “salto”. El agua se precipita por dos gradas rocosas, a una altura de 67 m.

Ahora el sendero me eleva hasta la boca del “cup” de este molino, que supera los impresionantes 25 m. de altura. Y en la paz absoluta de este sorprendente mirador, acampada en toda la barrancada, gozo con intensidad este momento. Rueda mi vista por el paisaje, que es como un cónclave de elementos varios, donde se refleja como un manantío su intensa belleza.

El agua, en el barranco de los Molinos de Ares del Maestre, fue transformada en diosa. Y forma ahora una preciosa ruta para saborear tranquilamente.