Surge en Alcorisa la pasión viviente del Drama de la Cruz.
Son las tres y media de la tarde
del día de ayer, Viernes Santo.
-Si llueve como ahora, se celebrará igualmente la representación.
Me lo dice la dueña del
restaurante donde comemos.
El cielo está cerrado, gris. Llueve.
Una lluvia fina, que se escurre por el impresionante
lienzo de rocas que rodean al pueblo. Y se afina por el escenario donde se
celebrará, a partir de las 5 de la tarde,
el Drama de la Cruz.
Pero media hora antes de
iniciarse la primera parte del Drama, cesa de llover. Mas, el cielo sigue manteniendo
el espectro gris de la prestancia
climatológica, adecuada a la urdimbre de escenas de la Pasión. Ya no lloverá en toda
la tarde, pero la visión cenicienta del celaje es severa, casi cabalística.
Por mi condición de escritor de
turismo, me entregan una acreditación de prensa. Y me muevo, al igual que otros
compañeros, por el perímetro del espacio público, donde la multitud se congrega
para presenciar las sucesivas escenas.
Conmueve el silencio. Se inicia
el Drama de la Cruz
en el Monte del Calvario.
Leo en el folletito-guía de la
representación: “La primera se llevó a
cabo en 1978. Desde entonces, muchas cosas han cambiado: se han incrementado escenas, se
han modificado otras, se mejora el vestuario, la megafonía…, pero siempre hemos
intentado ser fieles a la realidad de los hechos”.
Y esa realidad se inició vivamente
con el sermón de la montaña, con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, con
su venta, con la última cena, culminando con la flagelación y burlas y la condena
a muerte.
Las sucesivas partes tienen lugar
en el Monte Calvario, con la subida, las caídas de Jesús, la Verónica …. Y en la
explanada de San Juan, la crucifixión, el diálogo con los ladrones, María al
pie de la cruz, la muerte, el descendimiento, y el entierro.
Es todo impresionante. La
escenificación, la admirable actuación de los actores, el escenario natural, el
silencio, la multitud, que jalona todo el itinerario, el suelo, sembrado de
guijarros, la luz de la tarde, el cielo, que se cubría de velos grises, con
franjas oscuras… Solo se escuchaba las voces de los actores, entre la seducción
del color de su trajes, entre el apogeo ocre del terreno, con los recios volúmenes
de las rocas…
Uno se siente actor al contemplar
en primera línea toda la escenificación. Parece actuar también. El sentimiento
fulge como un arco de colores… Las voces se adhieren al pensamiento. Y el
sincronismo se aploma en el templo de la naturaleza, allí donde las gentes
presencian la muerte de Jesús, entre un silencio que conmueve, que palpita en
cada rostro.
No hay olor de incienso cuando
camino hacia las tres cruces de madera que rematan el saliente de San Juan,
pero se percibe un olor a plantas silvestres, como un ramaje que se enreda
misteriosamente, mientras me parece escuchar las últimas palabras de Jesús antes de su
muerte: “Padre, en tus manos entrego mi
espíritu…”.
Por las hondas heredades de mis
sentimientos se coló la luz mortecina de la tarde… Un rayo de luz escarlata del
ocaso rasgó a poniente las nubes… E iluminó las cruces del Calvario, hecho con
aroma de historia.