Ayer, sábado, estuvimos en Teruel. Muy cerca de la capital está San Blas. Y por San Blas, antesala de la Sierra de Albarracín, pasa el río Guadalaviar.
Desde este barrio nace una de las rutas más bellas que se pueden hacer por esta hermosa provincia: “El Camino Natural del Guadalaviar”, desde San Blas hasta el pantano del Arquillo. Fantástica ruta perfectamente acondicionada para el senderismo, con una adecuada señalización a lo largo del río.
El Guadalaviar, el río Blanco, que mas abajo será ya el Turia, recorre en 3 km. un alucinante congosto. Entre escarpadas laderas se estrecha, se abre, y el vergel de sus riberas se hincha de incopiables verdes, sembrado de marciales chopos, de sauces, de mimbreras... Lianas y zarzamoras acarician el agua. Y en este paraíso que ha creado el agua un@ puede extasiar los sentidos.
Caminamos a contracorriente, felices, rodeados de verdes selváticos, escuchando el canto del jilguero y el rumor del río, donde los saltos de agua lo envuelven en espumas.
De madera y metálicas son las barandillas, las pasarelas y los puentes. Y en los entenebrecidos estrechos, bajo las cortadas rocosas por donde se cuela el río, allí donde se ubicó la antigua presa del Arquillo, una pasarela metálica sirve para remontar fácilmente el río.
Andamos con optimismo bajo las verdes frondas que engalanan el río, por donde se matizan las gradaciones luminosas del sol. Las impresiones que recibimos son cuantiosas en compañía del Río Blanco.
Plácida andadura que cortejamos con un animoso y divertido almuerzo. Y seguimos río arriba. Corre el agua rumorosa, con orla de espumas, que crecen y se multiplican en infinitos hilos cristalinos en el aliviadero de la presa.
Para llegar a la altura del pantano del Arquillo tenemos que remontar una empinada escalera de madera. Y tras contemplarlo, bajamos de nuevo al Guadalaviar. Ahora lo seguimos río abajo. Y cuando llegamos al punto indicado, nos elevamos por la ladera, siguiendo un apeldañado sendero hasta arribar a la parte superior del desfiladero y vemos el río abajo, constreñido por los altos paredones. Avistamos tierras de labor y un terreno ocre, casi rojizo.
Labrantíos matices y trabajos mecánicos se suceden en la otra parte del congosto. Nosotros seguimos la huella del aéreo sendero. Nos detenemos en los miradores, charlamos y nos recreamos con las vistas. Y descendemos de nuevo al río.
Volvemos a escuchar su voz, su carácter, su mocedad. Los chopos dan telón y sombra al Guadalaviar. Los cantiles calizos acopian la voz de las brisas. Como la alameda, que el río enriquece en verdores sólidos.
En la plaza del Torico de Teruel tuvo lugar el epílogo de tan fenomenal ruta. Una plaza sumamente ambientada con música acústica que animaba las concurridas terrazas. Y con unos pastelicos de Muñoz nos fuimos hacia casa. Y a esperar la próxima salida.
Participantes: Carmen D., Carmen K., Mª Angeles, Mª José, Emilio, Juan y Luis.