El cielo de Benassal parecía
soñoliento. Estaba totalmente encapotado. Las nieblas lluviosas se espesaban
por las montañas de alrededor, como un
extenso paño gris. La noche anterior había llovido a gusto.
La tierra estaba empapada de
humedad. Una humedad que se reflejaba en las calles de este pueblo medieval.
Acudí con la mejor compañía
posible, la de Carmen D. Y disfrutamos visitando este pueblo medieval. Nos
gustó el recorrido que desarrollamos por esta encantadora población. Y tuvimos
un feliz e inesperado encuentro con los amigos senderistas María José y
Vicente, que formaban parte del encuentro en Benassal “Otoñal 2012”, convocado por el
dinámico Paco Carrera.
Tras el sosegado almuerzo, visitamos
la magnífica exposición “Parant el temps”, sita en los locales de la Tourist Info. Imágenes del
pasado, presente y futuro de este pueblo. Una muestra realzada de belleza a
través de sus gentes, edificios, calles y tradiciones.
En la planta superior
contemplamos la obra del poeta y gramático Carles Salvador, una figura
emblemática de las letras valencianas.
En la pastelería del pueblo,
hicimos selecto acopio de pastelitos y bizcochos, marca de la casa.
Dejamos atrás Benassal, nos
elevamos por la carretera que conduce a Culla y penetramos en las fauces de las
nieblas. Así, con la compañía de esta
condensación vaporosa, recorrimos maravillados el espléndido bosque del Rivet,
formado por frondosos ejemplares de robles valencianos y enormes carrascas.
Las nieblas tomaban cuerpo en el
denso bosque. El ambiente era mistérico, ceniciento, subyugante…
Llovía. La tierra estaba
empapada. Las gotas se desprendían del copudo ramaje del arbolado. Los
matorrales perfumaban nuestro paso por las serpenteantes sendas, por los
calveros, que aparecían engolosinados entre rodales espesos de hierbajos.
Unas ráfagas de brisa fresca se
descolgaban de las enormes carrascas. Y el otoño iba triunfando por las airosas
choperas.
Rivet. Tiene vida, engancha. Los
colores del bosque son espectaculares, entre una embajada de verdes, a la
espera de la otoñal embajada ambarina. La pinocha formaba una capa mullida,
donde la primavera estalla en mil colores. La fuerza de la arboleda magnetizaba
nuestros pasos, compartidos, como amigos del silencio, como un soplo inmortal.
Mientras dejábamos atrás
Benassal, en viaje de regreso a Sagunto, el frente de montañas y bosques que
retozan por Ares seguía entoldado por las imperturbables nieblas. Una lluvia
que se precipitaba ansiosa y tenaz sobre la tierra, nos acompañó casi toda la
vuelta, turbando el silencio de los campos, y llenándolo de arpegios húmedos,
esponjosos y frescos.
Foto cedida por la Oficina de Turismo de Benassal
Foto cedida por la Oficina de Turismo de Benassal