Recorrió el pasillo de su casa. Y mientras miraba a sus botas, escuchaba sus pisadas.
-Que bien suenan sobre los azulejos.
Comprobó que su mochila portaba todo lo necesario para la excursión y abandonó su domicilio. Puso su coche en marcha y salió disparado hacia el punto de encuentro con sus amigos.
-Voy a poner música. A ver… ¿Lady Gaga o Shakira?
Y se decidió por Shakira. Y mientras escuchaba la canción de “Loba”, se dirigió a sus botas:
-Vosotras si que sois lobas.
Una hora de viaje y llegó al área de servicio de la autovía, donde se iba congregando el grupo de amigos.
Les saludó, entraron en el bar y uno de ellos se fijó en las botas.
-¡Qué!, botas nuevas…
-Ya veis, lo mejorcito del mercado. Son perfectas.
-Eso hay que mojarlo, dijo otro.
-A ver, camarero, una ronda de cafés para todos mis amigos.
-¡Que cafés! , y algo más.
-Pues…, a ver esa tarta, me la llevo. Nos la comeremos en el almuerzo.
-Muy bien. Así se hace.
Al rato emprendieron el viaje. Abandonaron la autovía media hora después y tomaron una carretera secundaria. Las alondras apeonaban por el ramaje de las carrascas. Siguieron por un camino polvoriento, zigzagueante y estrecho. Y en un recodo, al lado de una pimpollada que enmarcaba el paraje de una fuente, aparcaron los coches.
-Vaya, ese cielo se va aborregando de nubes.
-No lloverá, ya veréis.
-Cuidado, Antonio. Veas no se te caiga la tarta.
Pero Antonio no tenía ojos más que para sus botas. En sus movimientos trataba de fijar la atención de sus amigos.
-Vámonos ya, dijo uno.
Iniciaron la excursión. Cruzaron un arroyo con las choperas envalentonadas y siguieron por un sendero entre dos murallas de carrascas que abrían sus espadañas briosamente.
-Cuidado, Antonio, con la tarta.
La llevaba en la mano, ya que en su mochila, tan pequeña, no cabía. Se oyó el retumbo de un trueno.
-Vaya, lluvia vamos a tener pronto.
El cielo era un toldo plomizo. Los nubarrones se cernían por la cercana sierra.
-Igual escampa y la tormenta se va por otro lado.
Siguieron ascendiendo por el sendero. El terreno se endurecía a medida que iban ganando altura.
-Chicos, esto se pone mal y no respondo de la tarta.
-Pero Antonio ¿no llevas unas botas bien seguras?
En esto acertaba el amigo. Eran las botas ideales para progresar por un suelo pedregoso, entre un torbellino de enervados arbustos y aliagas.
Pasaron dos cuervos. Volaban como si fueran a un juicio.
-Esos huyen de la tormenta.
El estruendo de otro trueno, ahora más cercano, puso al grupo en alerta.
-
Preparar los chubasqueros, amigos, que esto se pone negro.
Y no era por las calizas, donde algunas parecían tiznadas, como un mal presagio.
Y empezó a llover.
-Cuidado Antonio, con la tarta, que se va a mojar.
-Tranquilos chicos, que la llevo… ¡Aaaaaaaaaaahhh!!!... ¡Qué me caigo!.
Resbaló, resbaló Antonio al pisar una piedra mojada, y se fue al suelo… Sus manos quisieron proteger su cara, pero le protegió la… ¡tarta!
-Ja,ja,ja… pero que cara pones de tarta, Antonio. Todo el grupo se reía de él. La tarta se había pegado a su cara como una mascarilla. Y el efecto provocó la hilaridad entre sus amigos.
-Pero que guapo estás con la tarta, Antonio.
-La culpa la tienen estas botas. Que eran muy seguras me dijo el dependiente …¡ja,ja,ja…!
Antonio se reía como un loco. Se descalzó y tiró las botas con todas sus fuerzas.
-¡Ya no os quiero, botas malditas!, exclamó con furor.
Y se fue corriendo sendero abajo.
-Pero, ¿qué haces, Antonio? exclamaron sus amigos. ¡Que vas descalzo!
-¡No las quiero, no las quiero!, repetía una y otra vez.
-¡Vuelve, Antonio, vuelve cabezónnnn!