GENEROSOS AMIGOS QUE ME SIGUEN

El Tiempo en Segorbe. Predicción

El Tiempo en Segorbe

domingo, 21 de diciembre de 2008

La Mola Garumba y la olleta de Morella

Eran las 9 de la mañana de ayer sábado cuando llegamos a Forcall. Pintoresca población que fue el punto de partida de la última ruta antes de Navidad que nos propuso José Manuel: La Mola Garumba, con el complemento festivo de comida incluida en la monumental Morella, como celebración animada del fin de año.

Cita, pues, de 25 miembros del grupo RocaCoscollá en Forcall, en una mañana al principio fría, con unos 2ºC. Antes de la partida pronto aparecieron los típicos pastelitos de boniato, dulces, pastas, etc. que entonaron los estómagos satisfactoriamente.

El itinerario está emparentado con el PRV-116. Y desde la villa hay que dirigirse hacia la visible ermita de la Consolación, bien cruzando el puente de la carretera; vadeando el río Caldes cerca de dicho puente y pasando posteriormente por el área recreativa de la fuente de l’Om, o seguir la señalización de pintura del PR, como hicimos nosotros, aunque esta rumbo originó una breve duda de seguimiento, que pronto resolvió José Manuel que se había adelantado al grupo, cruzando el río por un vado de gruesas piedras más abajo del paraje de la fuente.


Tras pasar delante de la ermita de la Consolación y más arriba por el depósito de aguas, el itinerario enfiló la subida por un bonito sendero hacia la impresionante Peña del Mediodía. Tramo de gran belleza, con la peña en lo alto dibujando sus airosos perfiles y bloques de roca entre los desprendimientos, decorados briosamente por ramales de hiedra.

Se gozó en esta parte de la ruta admirando la grandeza vertical de la peña, que atesora despejada plataforma en su base que brinda vistosas perspectivas sobre Forcall y las depresiones amoldadas por los respectivos cursos de los ríos. En este punto las sesiones fotográficas abundaron ante la belleza geológica de la roca engastada de plantas rupícolas y salpicada de oquedades y grietas.

El sendero pasa por la base de la vertical pared de la peña y orienta su magnífico trazo por un bosque de carrascas y pinos, cuyo ramaje envolvía regiamente la ruta tejiendo pasillos umbríos de notable hermosura. Un lienzo de rocas dominaba por la derecha el recorrido, con el musgo salmodiando su viveza y verdor, mientras que el valle del Bergantes se profundizaba por la izquierda, con el terreno escalonado, donde el incipiente friso de verde claro de los sembrados contrastaba con los tonos verduscos del pinar y los cobrizos de los robles.


La vegetación, el roquedo, las inclinadas pedrizas, las emboscadas pendientes, las vistas hacia Morella entrelazadas en el pinar… fueron atractivos que enriquecieron el recorrido. El paréntesis del almuerzo registró los mejores aditamentos navideños, copioso entre nuestro regocijo, mientras el sol alegraba la hermosa mañana posado sobre la Mola Garumba.

Un par de grandes águilas emprendieron el vuelo desde unos peñascos antes de llegar al vértice geodésico de la Mola, cuando el sendero orilla unas balmas. El elegante aleteo de las águilas rasgó señorialmente el azul del cielo y el verde esmeralda de los prados.

En breve llegamos al punto más alto de la Mola, con sus 1.144 m. de altitud. Fue el marco precioso para que Emilio y Carmen celebraran su aniversario entre los aplausos de todos. ¡Felicidades, amigos! Y sobre un emergente peñasco, al lado de la torreta del vértice, se hizo la foto del grupo, luciendo todos el tradicional gorro navideño, con la figura de Morella vislumbrándose al fondo.

Muy animados descendimos hacia Forcall, tomando el vallecito donde se ubica la masía de la Muela con su aire vetusto. La bajada registró un alarde de canciones navideñas entonadas alegremente por el numeroso grupo, con el tintineo de las esquilas de algunas vacas cercanas, amenizando nuestra alegría.



A la altura de la masía nos adentramos en el cauce del barranco y por un senderillo seguimos descendiendo por el pedregoso lecho, con tramos donde el ramaje de las carrascas trazaba sus arabescos con notable riqueza y frondosidad. El sendero se separó del cauce del barranco por la izquierda y la suave salmodia de la fuente del Racó nos saludo cuando pasamos a su lado. El denso bosque nos acompañó con sus verdes ropajes en nuestro descenso hacia la masía del Racó, ahondándose el barranco entre las franjas de paredes verticales que doblan a ambos lados de la ruta, único paso por este lado de la Mola Garumba.

Entre animada charla descendimos por la vertiente NW de la Mola hacia Forcall. Seguimos una pista cementada y un perpendicular azagador -construcción patrimonial de piedra en seco- que nos devolvió a la villa, tras cruzar el río Caldes.



Ya en Morella, recorrimos con nuestros gorros rojos sus principales calles y la mayor, la de Don Blasco de Alagón, con sus pórticos construidos en la primera mitad del siglo XIII. En un céntrico restaurante celebramos la comida de Navidad. De entrada, la típica olleta de Morella. Y a los postres obsequiamos cariñosamente a José Manuel con unos crampones y un libro de Rafa Cebrián, homenaje de todos los que participamos cada sábado en las rutas que con plausible entusiasmo nos prepara José Manuel. Hubo reparto de felicitaciones y buenos deseos para estas fiestas y el nuevo año entre todos.

En resumen: Una magnífica excursión circular por la Mola Garumba y una brillante despedida de año en la medieval Morella.

F E L I C E S * F I E S T A S

Más FOTOS

sábado, 13 de diciembre de 2008

La Serrella, una sierra para volver


La primera vez que realicé una excursión por la sierra de la Serrella me “aventuré” por los Frares de Quatretondeta. Y la experiencia me gustó mucho. Iba solo. Y cuando llegué a las faldas de la montaña me impresionaron grandemente las escarpadas pendientes que atesora, una inclinación que califico de cinco estrellas con las típicas canchaleras tapizando el terreno.


Pero era la imagen de los enhiestos y robustos monolitos de roca caliza la que me fascinaba. Los hay de todos los tamaños: voluminosos, en forma de aguja, como afiladas espadas… Y tienen nomenclatura imaginativa, como figuras de frailes, desafiando estoicamente la ley de la gravedad.


El paraje me colmó de emoción cuando iba ascendiendo por las inestables pedreras, por los senderos que facilitan el avance por la pendiente. El ceniciento reino de la piedra achicó mi aislada figura. Me parecían los monolitos gigantes de piedra acechando mi atrevimiento, mi osadía. Sus tonos grises, con alguna que otra graduación ambarina, contrastaban enérgicamente con el rotundo verde de la vegetación. El carrascal enramaba su orla entre el majestuoso roquedo. Me rodeaba una belleza geológica inimaginable desde la distancia. Pero me encontraba en su regazo, en sus dominios, y el abrazo de este fantástico paraje, donde el silencio tiene algo de religioso por su connotación frailesca, me animaba a prosperar por el empinado terreno, cruzando los movedizos torrentes de piedra, buscando la cabecera de la magna canal.


En lo alto se elevaba la cúspide de la Penya de l’Heura. Paulatinamente iba subiendo por un nuevo derrumbadero de piedra suelta, buscando la firmeza de sus costados. Abajo quedaba la augusta afloración de los monolitos, encajados como piezas de ajedrez en un emblemático recinto mágico, un desnivelado paraje entre los más espectaculares de nuestras tierras.


Y culminé mi gradual ascensión coronando la cumbre de l’Heura, sus 1.359 m. de altitud. Presencié la cima del Pla de la Casa. Estaba muy cerca. Imponente, como toda la Serrella. Pero yo ya había tenido bastante con los Frares. Así que bajé hacia el collado Borrell. Y por el barranco del Cirer regresé a Quatretondeta.




A la Serrella he vuelto varias veces. Es una sierra para volver, para ser visitada más de una vez. Me gusta. Sus perfiles, sus cimas, sus crestas, sus pendientes, sus collados… muestran el peculiar empaque de la alta montaña. El Pla de la Casa, los barrancos del Moro y de la Canal, el Portet de Fageca y la Mallada del Llop son nombres que hermosean el senderismo por esta encumbrada sierra, elevada sobre el pintoresco valle de Guadalest, encerrado por grandes montañas: Aitana, la Serrella, la Xortà, la ostentosa Bernia y el gallardo Puig Campana.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Rambla de Almedijar-Mosquera-La Dehesa


Esta mañana he disfrutado con la ruta que he realizado por la Sierra Espadán. Es un recorrido circular que tiene el punto de partida y llegada en Almedijar. Es sumamente atractiva, porque descubres la morfología y la belleza más íntima de la sierra, sus valores naturales y paisajísticos acromatizados por el rodeno, y el hechizo que ejercen las panorámicas desde las atalayas de la sierra. Y lo más importante, tiene la ruta mucha calidad montañera.


En la ida he recorrido todo el valle drenado por la rambla de Almedijar hasta el collado de la Ibola. Me he detenido en cada detalle del valle, enriquecido por la admirable y frondosa formación vegetal que lo reviste, dominado en lo alto por un rodal de cumbres de las más sobresalientes del parque natural, encabezadas por el pico Espadán.


El retorno lo he hecho coronando las cumbres que configuran el alargado dorsal rocoso que arranca en el collado de la Ibola y desciende hasta Almedijar, pasando, al final, por el collado que separa las montañas de La Dehesa y El Cañar, enlazando con el núcleo urbano por la pista de Boguera, que parte del paseo que preside la fuente del Cañar. Las vistas hacia el valle del Palancia son estupendas, agrandadas hacia la cabecera de la comarca.


En este lineal enlace de cumbres y puntales se agrupan el Cerro Gordo, la Peña Blanca y La Dehesa. Las dos primeras forman parte del itinerario “Las 7 cumbres de Espadán”, de fuerte desnivel y dureza en su inicio al ascender la primera cumbre. Una ruta que perfectamente se le puede aplicar el calificativo de fascinante.


Desde el collado de Peña Blanca, y en el descenso hacia el valle de Mosquera, otra reliquia forestal de la sierra, se afincan los más longevos alcornoques, ejemplares centenarios de majestuoso porte.


Desde la masía de Mosquera he andado por el camino de acceso al valle que parte de la carretera Almedijar-Aín, hasta el punto donde cruza un colladito, antes de bajar a dicha carretera, siguiendo entonces por la izquierda del collado, por un rastro de sendero -que registra orientativas señales verdes e hitos de piedras-, que recorre toda la cresta en su prolongada elevación hasta muy cerca de la última cumbre, el pico de La Dehesa, de prominente alzada sobre Almedijar y el valle de Mosquera, de inclinadas laderas, donde se abren espacios tradicionales de escalonados cultivos representados por el olivo, el algarrobo y el almendro. El sendero con los trazos verdes de pintura, rodea por la izquierda el cono de esta montaña. Lo abandoné para ascender hasta su cumbre y descender por otro empinado sendero hasta el enlace con la cementada pista de Boguera que sube del Cañar.

domingo, 30 de noviembre de 2008

Una marcha para la historia

En efecto. La I Carrera/Marcha de Montaña Villa de Castellnovo, celebrada ayer sábado, 29 de noviembre, se convirtió a título personal en un bonito recuerdo: Realicé sus 21,6 km. con mi hija Esther y obtuve el trofeo al participante más veterano.



Bueno, nuestro grupo (Rocacoscollá Senderismo) consiguió el trofeo al club más numeroso, que recogió José Manuel. Y, además del mío, dos de sus miembros obtuvieron sendos trofeos: Mari (3ª Veteranas II) y otra copa que gana, y Mª Consuelo (corredora más veterana). Todo un éxito de nuestro grupo, como lo fue este evento, promovido por el Ayuntamiento de Castellnovo. Enhorabuena, amigos.


El sirimiri de la madrugada pronosticaba una mañana lluviosa. Pero no fue así, afortunadamente. El tiempo se alió con la carrera y el sol, ya levantado, lució por momentos colándose entre las grisáceas nubes, haciendo su aparición en los emocionantes instantes de iniciarse la prueba, dorando el encuadre de la salida, que tuvo como protagonista de lujo el centenario olmo de la villa.



El recorrido discurrió por bellos paisajes de la sierra Espadán, atesorando preciosas vistas entre pinares y alcornoques. El campo había despertado reluciente, con una eclosión fulgurante de verdes. Se superaron cuestas y collados a través de caminos (cementados y de tierra) y sendas. Pasamos por el Pelao, Morinoralla, el Alto (la máxima altitud de la carrera, donde un viento frío hostigó esta parte del itinerario), el frondoso barranco de la Rodana, la fuente del Lugar, el Mas de Matuta y el barranco del Arquillo.




Mi saludo a Mary, que fuimos juntos en la marcha. Y la foto con todos los amigos Rocacoscollá, que nos brindaron sus ovaciones en nuestra llegada a la meta y su ración de fotos, la hicimos frente a las escuelas de Castellnovo, luciendo nuestra camiseta oficial, con el castillo asomando cerca, como hito emblemático de la encantadora villa.




La silueta azulenca de la sierra Calderona se delineaba bajo la formalidad beatífica del sol, con su retahíla de picos y collados. Con esta imagen iniciamos el regreso a nuestros destinos.

Más FOTOS

miércoles, 26 de noviembre de 2008

La Mola Garumba

Cuando estuve en la Mola d’ Ares observé al NW de Morella una montaña alargada, elevada con su perfil sobre los valles circundantes. Es la Mola Garumba. Por su altiva posición creció mi interés para hacer una excursión por este promontorio. Y llegó el día. La ascensión partió desde Forcall, que lo callejee cuando descendí de la montaña. Me gustó su plaza Mayor, con sus característicos pórticos, así como los palacios que tiene, como los del Osset y Maçaner.


La población está enclavada en un valle, dominada por las muelas Garumba, Sant Pere, San Marcos y d’en Camarás. Los valles vecinos están surcados por los ríos Cantavieja, Calders y Bergantes, que confluyen cerca de la villa.

Parte de Forcal el PR-V 116, que recorre toda la Mola y conecta con Morella. Es el sendero que fácilmente llega a la cima. Desde la villa las marcas cruzan la carretera Morella-Forcall, pasa por la ermita de la Consolación y asciende hacia la muela, con algunos tramos empinados, representada por esta parte por los vistosos escarpes grises de la Penya de Migdía, por cuya base pasa el recorrido, cruzando algunas pedrizas y bancos de bloques. Tuve la suerte de avistar tres cabras hispánicas, que desaparecieron de mi vista en veloz huida. Hay un rellano desde donde se observa una preciosa vista de Forcall y de todo el cerco montañoso.


El sendero circunda la imponente base de la peña y se estira por la muela, cruzando un bosque integrado por carrascas y pinos, enmarcado por la derecha por rocosos contrafuertes, mientras que la vertiente se descuelga hacia el valle del Bergantes.



A los 25 min. se llega a la fuente del Xorrador. Es un punto donde el sendero enlaza con un camino, tras pasar por una portilla de ganado y cerca de alambre, recorriéndolo durante unos quince minutos, abandonándolo para seguir entre la pinada, mientras las vistas van adquiriendo relieve a medida que se avanza y se asciende por la muela, centrada la perspectiva paisajística por la impresionante imagen de Morella.



El balizado sendero va rodeando la montaña, llega a los miradores meridionales ceñidos por franjas rocosas y aparece un poste del sendero, cuando éste tiende a descender hacia la Fábrica Giner y Morella. Por la derecha se sigue el rastro de un senderillo que alcanza el vértice geodésico de la Mola Garumba (1.144 m.), habiendo invertido alrededor de 2 h. desde El Forcall.



Aunque se puede proyectar una ruta circular por las masías de La Mola y del Racó para regresar a El Forcall, cuyo recorrido hay que conocerlo en todo su desarrollo, sino hay que ignorarlo, desandé tranquilamente el itinerario de la ida, disfrutando del paisaje y de la quietud de la montaña.

domingo, 23 de noviembre de 2008

La sierra de Irta

El viernes me llama mi amigo Juan Abad y me dice:
-Luis ¿A dónde vamos mañana?
-Pues no sé.
Al instante le pregunto:
-¿Conoces la sierra de Irta o la senda de Cavanilles, que nos ha propuesto José Manuel para este sábado?
-No, pero decide tú el lugar.
-Pues mira, como en Cortes de Pallás he estado dos veces, y en Irta una, cuando aún no era parque natural, nos vamos a hacer un recorrido por esta sierra.

Area recreativa del Mas del Señor

Eran las nueve y media de la mañana cuando aparcamos el coche en la urbanización Font Nova de Peñíscola, exactamente en la avenida del Mas del Señor. Empezamos el recorrido tomando la pista que nace de la misma avenida. Ascendemos hacia el collado d’ Imberri, penetrando en el interior de la sierra. Antiguas terrazas de piedra en seco descienden por las laderas y en las vaguadas se matizan algarrobos y olivos como una reliquia del pasado. El pinar viste de verde las laderas. Y la carena de los montes se empastaba contra el cielo. Un poste señalizador del PR.V-194 nos indica el punto donde hay que volver después de visitar el Mas del Señor y proseguir el trayecto hacia la costa y la torre Badum por el PR.V-194,3, distante 4 km.
Una recoleta chopera ensombrece el área recreativa del Mas del Señor, en cuyo paraje, sito en el mismo barranco de Mala Entrada, brota un manantial. Hay mesas y bancos de madera y un panel y señales informativas de rutas por el parque.
Regresamos al anterior señalizador y tomamos el sendero que nos conducirá a la costa.

Descendiendo hacia la costa

El día era sumamente claro, luminoso, con una temperatura templada. Pero hacía viento, un viento persistente, con fuertes rachas que parecían crecer cuando andábamos por el magnífico sendero que cabalgaba sobre los montículos que recortan paralelamente la línea de la costa. La atmósfera tan límpida y tersa nos hizo distinguir las islas Columbretes. Los brezos estaban en flor. Y los palmitos se asocian con una rica muestra arbustiva, llena de pureza. El viento hostigaba al pinar y agitaba sus invisibles alas contrariando la respiración del paisaje.


Pequeñas calas configuran la costa

El mar, la mar. Estamos a su lado. Toda una lámina azul cabrilleada de reflejos. Esplendente, que se pierde por un horizonte lejano, exento de nubes. El Mediterráneo se expande a nuestra vista en una mañana otoñal, con el sonido del viento y de las olas acompañando nuestra contemplativa andadura.

La costa se perfila hacia la playa del Pebret

Es el mar clásico, y la sierra de Irta se engarza al Mediterráneo silueteando una faja costera de 15 km. exenta de adulteraciones y urbanizaciones. Es el parque natural, donde el silencio sutil cobra una dimensión especial que enriquece el avance de los caminantes por la pista que orilla la costa, con su gozosa articulación de puntas y calas. Vamos en dirección a la torre Badum, de origen musulmán, que perfectamente se ve en lo alto de un acantilado.

Al fondo, Peñíscola, desde los acantilados de Abadum

La zigzagueante pista con su firme de cemento nos eleva hasta la vertical de la histórica y solitaria torre vigía, que alza su blanquecina imagen sobre los abruptos acantilados de Abadum, con hermosas vistas del Mediterráneo y de la población de Peñíscola, enjalbegada estampa con su emblemático tómbolo rodeado de mar entre los azules de las aguas y del cielo.


La torre Badum

Exenta de su función vigilante, la torre escucha los ecos de las olas y observa el desfile de las aves, su aleteo y el fulgurante parpadeo de las estrellas.

Acantilados de Abadum

La pista forma cornisa sobre los cantiles, cuyo abrupto perfil se suaviza por las calas del Volante y de l’Arjub, cerca ya de Peñíscola. Hacia la montaña se agrupan las diversas urbanizaciones. Y una vez en la Font Nova nos surgió la anécdota de la excursión. Un coche se para y sus ocupantes, un matrimonio alemán que vive en la localidad castellonense de Cálig, nos pregunta por la calle Segorbe. Sonreímos y les decimos que no tenemos ningún vínculo con la urbanización, pero que vivimos en Segorbe. Comprendieron la coincidencia y siguieron su rumbo en busca de dicha calle con la rotulación de nuestra ciudad.

domingo, 26 de octubre de 2008

Apuntes del otoño en el Palancia

Una guerrilla de amazacotados cañaverales escolta al Palancia, que sigue orillando huertas de Segorbe. El sol templa el paisaje agrícola. Huertas de Artel por la margen izquierda del río; del Sargal, Morera y Molino del Arco por la opuesta. Al fondo, la sierra Calderona, pintada de azul. Y un pico, el Águila, oteando el centro del valle, el ombligo del Alto Palancia.


El caminante recuerda que “solo se conoce la tierra cuando se la camina. El mejor pulso es el de la planta de los pies”.

-Oye, ¿y a dónde vas por este camino?
-A Soneja.
-¿Y que buscas?
-El paisaje de nuestro río.

El camino corre por las huertas de Artel. Caquis y nísperos.

Un coro de balidos se escurre desde el cabezo montañoso de Artel. La marcha calmosa de las ovejas apenas hace sonar las esquilas.

Un cuervo grazna en el cielo.

Y al otro lado del río asoman las casas de Geldo, rodeado de huertas lozanas entre los matices otoñales.

El color del campo es bonito, un color que conforta la vista. Los altozanos de La Serradilla
enverdecen el panorama.



El caminante deja a la izquierda el asfaltado camino de Castellnovo y cruza el Palancia. Los rayos del sol se escurren por la chopera del río. Enfrente, la pincelada del polideportivo. Cerca, la fuente del Cristo, con su atractivo mosaico del Cristo de la Luz. Y en el pueblo la traza del palacio de los duques de Medinaceli, con su añoso gesto.

El caminante atraviesa nuevamente el puentecillo sobre el Palancia y toma un camino, un camino algo taimado que se empareja con el río y le llevará a Villatorcas.

El sol templa el trabajo de un labrador encorvado sobre la tierra, sazonada y doméstica.

Por el Batán canturrea el agua de un canalillo.



El camino vaga por tramos amorosos de vegetación, de ambiente fresco y sombrío. Los chopos realzan su señorial arquitectura, la esdrújula de sus relucientes amarillos. La hierba alfombra el suelo con el ardor del verde y los cañaverales apresan el cauce del Palancia brindándole el alazor de su colorido.



Cuando la brisa palpita desprende una lluvia de hojas de los chopos y sus aéreos y silenciosos giros copian ramalazos de luz solar.

Los regueros enriquecen el caudal del Palancia, haciéndole crecer en remansos, en susurros e irisaciones.



Chopos amarillos, plátanos ocres, brezos róseos, adelfas verdes… Y el azul del cielo. ¡Qué bellos apuntes dibuja el otoño en las orillas del Palancia!



Fragmento de mi libro titulado "Por las orillas del Palancia".

sábado, 18 de octubre de 2008

De Jérica al embalse del Regajo

Sale el Palancia airoso de la Vuelta de la Hoz de Jérica. Empasta el chopo sus riberas. La vega agrícola es una ancha faja. La cultura del agua. La vieja herencia de los árabes se manifiesta por las tierras del Alto Palancia. Y ante los ojos del caminante, espectador desde el camino de Navarza, desfilan las huertas de Navarza, del Pino…


Y desciende Palancia con mansedumbre, dejando atrás su mocedad. Ha fecundizado en su itinerario verdes huertas. Y lo seguirá haciendo, pues el río no solo es portador de belleza. Es “agua deseada”.

El caminante sigue la huella de un camino que le acerca al Palancia. Baja entre pañuelos de huertas. El fruto del almez, la almecina, ya ha madurado, revistiendo la fina piel su típico color violáceo oscuro con ribetes cobrizos. Algunos ejemplares aguzan su prolífico continente reclinados sobre el camino, como baldaquinos balanceando sus flexibles ramitas.



El caminante detiene sus pasos en el Rincón de Rana, aprovechando una eminencia del terreno. Las huertas se explayan en ambos lados del Palancia, que por aquí dobla su cauce soporticado por los chopos, atrincherado por recintos de junqueras.

El río vuelve a llevar agua y su rumor alegra el descanso del caminante.

A distancia se recorta el ultrajado trazo de la torre de los Ordaces, resto estratégico del período árabe.

El río es como una cinta de cristal bajo el sol del otoño.

Pasa el tiempo y el caminante no se movería. No hace calor ni frío. El día está lleno de colores.

Un hilo de araña ondula sus fulgores de seda entre dos ramas de pino.

Cuando el caminante pasa por el corral de Olivera un bando de perdices sale volando hacia el llano. Y cuando cruza el río, el jilguero canta por los chopos del camino y a su canto responde la voz de la fuente Garabaya.

Por la plataforma de la Vía Verde de Ojos Negros avanza unos metros el caminante, desviándose al instante para cruzar la carretera nacional.

Pasa el Palancia. Cerca queda un vestigio del pasado: la Cruz Cubierta, con sus cuatro pilares de sillería, con sus arcos góticos y bóveda nervada.


El caminante se detiene en el antiguo puente sobre el Palancia, histórico paso de la anterior carretera, que mandó edificar el obispo Muñatones en 1570. Una vez más admira esta obra de ingeniería, su plausible hieratismo secular. Mientras decide que rumbo tomar por las riberas del río, escucha un hervidero de ruidos de distinta procedencia: el motor de una sierra, el runrún de los coches que corren veloces por la autovía camino de la cuesta del collado Royo, el ladrido de unos perros…

El caminante es una persona solitaria por los solitarios campos de la Villanueva y ante las tierras que abrazan el verde aguafuerte de los montículos de la Dehesa, El Hostalejo, Los Albares…

Pasa un tren minero envuelto en gran estruendo, despidiendo un rumor pesado, metálico.



Y el río, que es un hilo de agua casi silencioso, resbala entre los árboles. Las urracas alborotan y un bando de palomas pinta de azul el cielo azul.



El río ensancha sus orillas y la corriente se remansa. Una tonsura de verdes y humedad se expansiona sobre el terreno, que ocupa uno de los proyectados lados del embalse del Regajo.



El embalse rezuma una penetrante y sosegada estampa otoñal. Sobre el verde de los pinos se impone el tono amarillo de los chopos, fraguando una escala de gradaciones que se copian en la superficie de cristal de las aguas del pantano, que se abre como una estrella de tres puntas por los sendos brazos del Palancia, Cascajar y Regajo.

Fragmento de mi libro titulado “Por las orillas del Palancia”.

Nota: Pica en las fotos para verlas a tamaño mayor.