Cuando las primeras sombras de la noche se disponen a cubrir la superficie de la tierra, el caminante dirige sus pasos hacia Canales. Anda despacio. Quiere gozar de la hora del crepúsculo, contemplar, arrebujado por el sudario de la soledad, del silencio abrumador, una puesta más de sol. En el aire queda suspendida una luz densa, azafranada, que lentamente va apagándose, transfigurando el paisaje, pasado del viso dorado al malva. Los cirros aparecen empapados de tonos encarnados, mientras el azul del cielo queda derrotado, dando paso al terciopelo negro de la noche.
La dulzura de la tierra, acicalada por la hermosa, por la suave luz moribunda que fluye raseando las ondulaciones montañosas de Andilla, embelesaba al caminante. Del suelo surtía una frescura húmeda, que acuciaba más el perfume que emanaban las hierbas. Por la rectilínea vereda real de la Salada regresaba un pastor con su hato de ovejas. Los mastines, al verme, empezaron a gruñir, y ante la voz atemperante del pastor, cesaron en sus manifestaciones amenazadoras. El pastor y el caminante, mientras se acercaban a Canales, dialogaban de sus cosas con matizada curiosidad. Las ovejas, cansadas del ejercicio de la jornada, iban cabizbajas, apiñadas, lentas… Los perros, jadeantes, seguían observando al ganado.
¡¡¡FELIZ AÑO 2010!!!