La sierra de Gúdar entusiasma en todas las estaciones. Cuando la nieve la viste de blanco como un vestido de novia, y cuando las flores embelesan al caminante.
La población de Gúdar está rodeada de esos frescos prados donde pasta el ganado vacuno. Y para llegar a ella hay que subir una larga cuesta. Pero te recibe con su regazo secular, con su tranquilidad, manteniendo intacta su atmósfera serrana, abierta a excelsas vistas de la espectacular sierra. Y digo Gúdar, pueblico, porque fue el punto de partida y llegada de una fascinante ruta circular cuyo “leit motiv” excursionista fue el barranco de Las Umbrías.
Pero, como prolegómeno a esta ruta, nuestro gran amigo José Manuel (Rocacoscollá) nos regaló dos recorridos previos. En el primero visitamos el paraje de Font Narices, el Arco y la bella cascada de
El hálito de las tiernas praderas y la miríada de flores de todos los colores, pintaban cuadros bucólicos dignos de ser plasmados en paletas brillantes con sus escenas impresionistas. Avanzábamos desde Gúdar en busca del barranco de Las Umbrías. En el ambiente de la mañana flotaba la esencia de mil perfumes y caminábamos a gusto, felices, por el alma sombría del bosque.
El bosque se acombaba hacia las altas moles calizas, donde las rapaces trenzaban sus vuelos. La tarde llegó entre el salmo del barranco. Y la voz ronca de los truenos nos llenó de repente. La tormenta se desencadenó rápidamente, y una lluvia pertinaz caló en los campos y en las plantas. Subimos una dura cuesta bajo la lluvia, arribando a Gúdar. Y una vez secos y recuperados comimos en el Rancho Grande que, de tradición, tiene fama. El ejercicio de comer lo realizamos a las mil maravillas, no faltaba más. Y aireamos alegría, diversión y ganas de pasarlo bien. Y lo hicimos como catedráticos de la amistad. Y al final, cada uno se fue a su tierra. Pero con los firmes deseos de volver a septiembre, cuando el calor del verano languidezca y afronte el otoño su nueva andadura, para ilustrar nuevas rutas. Que así sea.
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