GENEROSOS AMIGOS QUE ME SIGUEN

El Tiempo en Segorbe. Predicción

El Tiempo en Segorbe

jueves, 29 de octubre de 2009

Rotondas para el arte


La avenida España de Segorbe tiene ubicadas en su longitud cinco rotondas. Cada una de ellas está centrada por un pedestal circular presidido por valiosos monumentos, que representan obras de arte, albergando, además, árboles singulares, afines al paisaje rural y ornamental de nuestra tierra, que destacan por su porte y belleza.

De las cinco rotondas, faltaba una para completar esta destacada serie decorativa, cada una con sus elegidos motivos. Y desde ahora exhibe el símbolo de Segorbe: El escudo oficial de la ciudad, un artístico trabajo de considerable tamaño realizado por los talleres Forja Flor de nuestra ciudad, empleando como material indicado el acero corten, que destaca su característico tono marrón oscuro. Esta obra “para toda la vida”, por las condiciones de este especial acero, tiene unas dimensiones de 2,5x5 metros y preside el principal acceso a Segorbe desde la autovía mudéjar A-23, además paso de la carretera CV-25.

El escudo de armas está representado por una torre centrada y otra redonda en la superior, ambas almenadas, y coronando el Angel Custodio, patrono de la ciudad. Una corona real abierta remata la obra. Bernat Espinalt relató en su obra el “Atlante Español” de 1784 lo que cuenta la tradición sobre la figura del santo “que estando esta ciudad recién poblada de cristianos, vinieran los moros sobre ella, y se apareció el Santo Angel encima de sus murallas, que visto por los moros levantaron el cerco vergonzosamente”.

Comenzando por el orden numerativo de esta vía, eje neurálgico del moderno Segorbe, la primera rotonda está dedicada al arte moderno, una escultura obra del artista Pablo Ferrer, de Viver. La segunda representa a una madre con un niño pequeño que simboliza el sentido del ahorro transmitido de una generación (la madre) a otra (su hijo). Según el autor, el escultor Manolo Rodríguez, de Navajas, “en el desnudo es donde se ve el arte de verdad”.

La tercera rotonda está adornada por un espectacular olivo centenario, una bella estampa de estos longevos árboles abanderados por la emblemática y milenaria olivera “La Morruda”, sita en la partida Ferrer del término segorbino. Estos olivos son esculturas talladas por el tiempo. En la cuarta una grácil palmera exhibe su silueta. Una palmera que creció entre la vida escolar de varias generaciones de segorbinos.





sábado, 24 de octubre de 2009

La Albufera de Valencia

"Atardecer en la Albufera"

Bellísimas acuarelas del galardonado maestro acuarelista, José Fco. RAMS Lluch, buen amigo mio.

La Albufera de Valencia siempre me ha atraído. Ha sido y es tema literario. Blasco Ibáñez enmarcó en ella su célebre obra “Cañas y barro” (1902). Sus ocasos son majestuosos, un sublime espectáculo lumínico, captados por fotógrafos y pintados por destacados artistas del pincel.

Las antiguas barracas, que dibujaban su paisaje con su original estructura, hoy están representadas simbólicamente con su aire moderno, luciendo su albura, con árboles alrededor, proyectando el abanico de sus sombras en las luminosas mañanas, o recibiendo los lujosos aromas de los naranjales.

En las calmadas aguas, con sus glaucos y plateados brillos, rizados por la brisa, se deslizan pausadamente las barcas de los pescadores, algunas con sus velas desplegadas. De siempre las gentes de la Albufera han basado su sustento en la pesca y en la caza, regulados usos que se remontan siglos atrás.

"Bruma en la Albufera"

Paseo por El Palmar y contemplo las tierras de las orillas del lago, que anteriormente fueron zonas pantanosas, cargadas de limos, y transformadas con notable esfuerzo y laboriosidad en campos cultivables.

La cocina de la Albufera es una delicia. En El Palmar existen un buen numero de restaurantes que preparan el “all i pebre”, las paellas, la fideuâ, los pescados…, siguiendo las pautas de la tradicional gastronomía de la zona.

El arroz es el cultivo por excelencia de este protegido ambiente, donde despunta el verde de las plantitas o los oros de las espigas cuando el verano se arrima al otoño. Campos y vegetación que reciben las caricias de las aves acuáticas, como el ánade azulón, el pato colorado o las garzas, entre 250 especies.

La Albufera fue declarada Parque Natural el 8 de julio de 1986. Existen varias rutas visitables, románticos paseos, partiendo del Centro de Información Racó de l’Olla. La torre-mirador es una atalaya magnífica para observar los ambientes naturales del Parque, cantados en su ronda primigenia por los poetas árabes. La llamaron Al-Buhaira (la mar chica).


"Barcas en la Albufera"


“Como todas las tardes, la barca-correo anunció su llegada al Palmar con varios toques de bocina. El barquero, un hombrecillo enjuto, con una oreja amputada, iba de puerta en puerta recibiendo encargos para Valencia; y al llegar a los espacios abiertos en la única calle del pueblo, soplaba de nuevo en la bocina para avisar su presencia a las barracas desparramadas en el borde del canal”.

Así empieza la novela “Cañas y barro”.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Hitos de mi tierra


El pinar de San Juan queda muy cerca de donde vivo. Este pinar es uno de los hitos recreativos de la comarca. Muy cerca, asimismo, queda la emblemática cartuja de Vall de Crist, unida a este lugar, tan sombreado y verde, tan bucólico y pintoresco, por un camino pespunteado de olivos, que cruza el puente de la Vía Verde de Ojos Negros, pasando al lado de la Cruz de San Juan.

La risa de una atractiva brisa mece con gracia las copas de los pinos y el sol besa como una balada de amor la espectacular imagen almenada de la masía de San Juan, convertida en casa rural. El cielo es azul y la canción de los pájaros despierta a la mañana con ilusiones musicales.

"Mi paraíso son los paisajes de mi tierra".


Y del camino penetro bajo el alhumajo de la pinada y sus sombras se inclinan a mi paso, su perfume me embriaga y el canto del agua domesticada corteja mi alegría, que brota de mi interior como una cascada reluciente.

Tomo el camino del Pozuelo. Camino entre montañas, escucho su respirar, el de las piedras y el de las plantas, la alegría vegetal entre pimpollos y brezos de róseas flores.

Estoy ante la fuente del Pozuelo. Y su murmuro se cuela entre el plateado ramaje de los olivos. Y recuerdo los versos de García Lorca, dedicados a los manantiales que cantan:

“¿Quién pudiera entender los manantiales,
el secreto del agua
recién nacida, ese cantar oculto
a todas las miradas
del espíritu, dulce melodía
más allá de las almas…?”



Me elevo hacia los Altos del Pozuelo. Son alturas que rondan los 650 m. de altitud, desde las que se captan buena parte de la comarca del Alto Palancia. Las atracciones son muchas con sus heterogéneos matices. Desde la impar y alargada barrera de la sierra Espadán, enriquecida con todo su fabuloso cresterío y sus señeras cumbres, hasta el valle del Palancia. La templanza de este mirador fascina. Las montañas, los valles, el campo… La gracia montañera está unida a la añoranza histórica, representada por la cartuja de Vall de Crist. Cruces que mojonaban las rutas de los cartujos, de los comerciantes, de los arrieros… Hitos que contribuyen a remozar la memoria del pasado.

domingo, 18 de octubre de 2009

Delante de ella


He pasado muchas veces delante de ella. Pero hoy he acudido a su encuentro. Después de casi 30 años, sigue cantando igual, con su atávica y humilde presencia, muy cerca de la serpenteante carretera. Parece que me decía ¡Vaya, Luis, que caro eres de ver! Y tiene razón. En ella inicié una de mis obras: “Por tierras del Alto Palancia”. Y hoy le brindo mi homenaje. Hablo de la fuente de las Dueñas. Y es mi deseo rendir también este homenaje a todas las fuentes que he visitado, ilustres personajes literarios de mis obras, cantando a la vida y a la soledad, protagonizando rincones y paisajes, cosecha para el pintor y en el campo de la poesía.

Así anunciaba su presencia en ese distante otoño del año 1980: “A la vuelta de una curva la fuente de las Dueñas me invita a detenerme. Fuente concurrida por el ganado lanar. Por el pilón nadan multitud de renacuajos, muy negros. Por la deshabitada masía de Dueñas un pastor preside su hato de ovejas.

A la fuente ha acudido un mozo a llenar de agua una garrafa color verde oliva. Me dice que es de Benisanó. Viste camisa a rayas y pantalón oscuro.

-Tenemos una propiedad en La Balsilla. Unos campos de almendros.

Salió del pueblo con su familia todavía con las estrellas brillando en el firmamento. Para llegar a la plantación a temprana hora y dedicar la jornada a coger las almendras.

-¿Qué tal se ha dado la cosecha?

-¡Psch! Regular. El año pasado fue mejor.

De la curva de la fuente, el terreno, escalonado, se precipita hacia el llano. Está salpicado de almendros. Cerca de la masía de Dueñas, anclada en la sinfonía del paisaje, unos chopos empiezan a pintarse de amarillo”.

Los campos están sumidos en una melosa calma. El valle es anchuroso, repleto de almendros ligados al cultivo de la vid. Las enfiladas cepas muestran su tono dorado, con estampaciones de colores oxidados. En el tablero azul del cielo vagan unas nubes blancas, con filetes áureos. Las plantas aromáticas son como un incienso. Me siento a gusto al lado de la fuente, escuchando su fino parloteo, viendo como las nubes blancas se desgajan al reproducirse en el espejo del alargado abrevadero, entre apelmazadas algas de enroscados cabellos, que flotan con sus matices verdes y amarillentos.

La montaña con sus paisajes, eleva el espíritu.

¿Acaso me estoy volviendo romántico?

Cerrando el confín septentrional de estas tierras se dibujan las altas cumbres del término de Jérica, con el punteado verdinegro de los carrascales.

¡Qué bello escenario!

¡Adiós, fuente de las Dueñas!




jueves, 15 de octubre de 2009

Como piel de leopardo

Camarena de la Sierra

Calzándome las botas se detienen dos coches y un ocupante me pregunta ¿Por dónde se sube al refugio? Le señalo el sendero, que corresponde al GR-10. Y al momento el paraje se inunda de voces infantiles, al tiempo que dos matrimonios jóvenes se apean de los coches.

A mi llegada a Camarena de la Sierra el cielo estaba cubierto de nubes muy bajas. Me entretuve paseando por el pueblo, apreciando sus atávicos detalles. Hacía frío y un café bien caliente me reanimó. Al salir del bar, parecía que el cielo escampaba. El sol se filtraba entre las nubes, iluminando la esbelta torre de la iglesia, con sus cuerpos de cantería y ladrillo. Esa inesperada fulguración me empujó camino adelante. Y glorificado de levísimos rumores de aguas tertulianas y aromas de monte, inicié mi ascensión hacia el refugio, parada obligada en la ruta de ascensión al pico Javalambre, techo de la sierra con sus 2.020 m.

Los chopos dibujaban miniadas escenas de amarillos relucientes, fileteados aún de verdes. Acompaña al río de Camarena una floresta a trechos enmarañada. Y los chopos, engalanados de una bellísima pátina áurea, lo adornan como un recital lírico y voluptuoso.

Los rosales silvestres expanden la alegría verbenera de los escaramujos, como rojas constelaciones. Pululan alrededor del sendero sin vulnerarlo. El sol planeaba sin su potencia lumínica por el suntuoso valle, mientras que por las lomas cimeras de Javalambre nubes cenicientas cabalgan rápidas, ocultando el paisaje, entreverado por las pistas de esquí de Javalambre.

Una vez en el refugio “Rabadá y Navarro”, sito a 1.520 m. de altitud, saludo a Dani y Javi, los guardas. Me indican el itinerario a seguir para llegar al pico. El ascenso desde el refugio hasta la cumbre supone 500 m. de altitud.

Un magnífico bosque de pinos acompaña la ruta. Los regatos procedentes de la fuente Blanquilla humedecen el terreno, poblado de jugosos arbustos. Hitos de piedra, debidamente instalados, amojonan el trazo del sinuoso sendero. Y varias flechas de madera señalan el recorrido. Se llega al parking de las pistas abiertas en la ladera de la montaña. Vénse circular las empinadas franjas esquiadoras, con sus cables y pistas.

Surge el talud del aparcamiento y lo rodeo por la derecha. Cintas de colores atadas a los troncos y a las ramas de los pinos guían el trayecto. Las estacas les suceden en la señalización. Entre senderos el itinerario va ganando altura. Se empina con su hilera de estacas hacia la corona de la vertiente. Se sigue el primitivo trazado del GR-10, con sus marcas rojiblancas. Sus lazadas me depositan en la parte superior de la ladera, junto al trazado de las pistas. Al cruzarla, avistase la torre de transmisión, situada muy cerca del pico. El itinerario busca la torre, subiendo por el surco de una torrentera, hasta arribar a un camino. Ya se ve la cima, al sur. El camino se descuelga hacia un colladito, antepecho de la cumbre.

Al culminar la ascensión, al lado del voluminoso vértice geodésico, avisto toda la grandeza de la sierra, albergando parajes naturales de gran atractivo. La panorámica revela las formas suavizadas, entre incisiones de barranqueras que las surcan, cubiertas por sabinas rastreras -la típica vegetación de piel de leopardo de porte achaparrado-, adaptadas a la climatología continental.

En la cumbre sopla un viento frío y penetrante, procedente del norte, y algunos nubarrones morados hostigan al sol. Tengo que bajar. Y lo hago sin apresuramientos. Gozando entre la pinada, con algunos ejemplares esculturales.

Al llegar al punto de partida se detiene un vehículo. El conductor me pregunta:

-Oiga, ¿sabe por donde hay setas por aquí?

Vaya, vaya… ¿Tendré pinta de samaritano?



Refugio "Rabadá y Navarro"









El pico de Javalambre

domingo, 11 de octubre de 2009

De Granada a la Alpujarra. Y 2.

Haz click para ver una foto mayor y con más detalle


El autobús que nos llevaba a la Alpujarra pasó de largo por el “Suspiro del Moro”. Dejamos atrás Dúrcal y Lecrín y paramos en el antiguo puente Tablate. Entramos así en la Alpujarra. El espacio era transparente, hialino. Y una gran montaña se elevaba frente a nosotros. Era la sierra de Lújar, que proclama la cercanía del mar, vigía de Sierra Nevada. Pasamos por Lanjarón, con su famoso balneario y aguas medicinales y surgió la evocación de las ventas, donde se cambiaban de tiro las diligencias. Paramos en la Venta “El Buñuelo”. Feliz parada, ya que Paco y Encarni tuvieron la gentileza de agasajarme con exquisitos buñuelos. Me dijeron que se pueden tomar con chocolate, con queso y jamón. Puedo decir que pocas veces he degustado buñuelos con tanto arte. Desde la terraza de la venta se contempla una preciosa vista de Lanjarón y de su castillo árabe dominando una angosta hoz.

Pasamos cerca de Orgiva, de la que sobresalían las torres gemelas de su iglesia. La carretera iba elevándose y acercándose a Sierra Nevada. Rebasamos Soportújar, ya inmersos en el valle del Poqueira, labrado con antiguos bancales escalonados.

Nos detuvimos en Pampaneira, a 1.050 m. de altitud, en el umbral de la Alpujarra Alta. Y visitamos este pueblo, de gran tipismo por su arquitectura popular, con sus “terraos” (tejados planos), construidos con pizarra y launa, cobertizos y calles empinadas adornadas de flores, acicalando con tan bello ornamento las encaladas casas con sus características chimeneas. Este paseo por la belleza de Pampaneira fue de gran placer por su original sabor.

Continuamos viaje hacia Trevélez, abrazando una espléndida vegetación las orillas de la carretera, entre robles y castaños. Paramos para visitar la fuente Agria, a 2 kms. del pueblo de Pórtugos, que invitaba a beber. Al lado hay una ermita. Sus aguas son muy apreciadas y tienen un elevado componente de hierro. Frente a la fuente, al otro lado de la carretera, nace una escalera que baja hasta un espléndido y umbrío rincón, embellecido por unas cascadas donde se precipitan las ferruginosas aguas del manantial entre cortinajes vegetales, tiñendo el surco por donde discurre la corriente de una chillona tonalidad calabaza, resultado de la limonita que contienen.

Las encinas ponían su nota de color mientras nos acercábamos a Trevélez, famoso por sus jamones. Paraíso natural y gastronómico. Consta de tres barrios, que son joyas enjalbegadas entre el irrepetible esmeralda de los prados. La sierra impone su altura, dominando el valle, cumbres que ya rebasan los dos mil metros de altitud.

Nos volvimos hacia Pampaneira, pero no llegamos al pueblo. La carretera nos elevó con su rosario de curvas a Capileira “el Chamonix español”, ya que vimos bastantes montañeros de regreso de sus rutas. El recorrido por el pueblo fue de nuevo un encuentro con la arquitectura popular de la Alpujarra. Empinadas callejuelas, delirio blanco, gatos que enrollaban sus colas alrededor de las patas, tranquilos y felices, y balcones henchidos de flores. Una plaquita reproducía el nombre del escritor inglés Gerald Brenan, que recorrió los caminos de la Alpujarra. Se instaló en Yegen y escribió su famosa obra “Al Sur de Granada”, adaptada al cine por el director Fernando Colomo.

El tiempo final de este viaje por la Alpujarra tuvo como broche de oro mi propia “aventurilla” en solitario. Las montañas se elevaban regiamente, pero de una forma uniforme. El final del amplio valle del Poqueira está dominado por las cimas más altas de Sierra Nevada: El Mulhacén (3.482 m., la máxima altura de la Península Ibérica) y el Veleta (3.396 m.).

Así que tomé el Camino de la Sierra y me elevé hacia los mágicos paisajes serranos, embebidos de luz y de un aire limpio. El sol era luminoso y hería casi la vista. Y el azul restallaba en el cielo, salpicado por livianas concreciones nubosas. Alcancé la Hoya del Portillo (2.150 m.) y rematé mi corto periplo en el Puerto Molina. No podía seguir más, tenía que regresar. Pero estuve unos minutos en esta tribuna natural contemplando a los dos colosos, y surgió el deseo por “hacer” estas cumbres. Mi pasión montañera se desató entonces. El prestigio de los itinerarios que tenía delante me atrapaba como un imán. Pero tuve que volver. Y mientras descendía al pueblo, bañado por el inefable efluvio de una balbuceante brisa, me preguntaba ¿Volveré algún día a hollar estas cumbres?


Lanjarón desde la Venta "El Buñuelo"

Cocinando buñuelos en la Venta "El Buñuelo"

Cascada en la fuente Agria

Pampaneira

Capileira desde Pampaneira

Rincones de la Alpujarra

Los "terraos" de Pampaneira

Detalle de un tinao alpujarreño


Casas encaladas en Pampaneira. Al fondo, el Veleta, con su afilada punta cimera


Capileira, con su típica arquitectura, herencia del pasado árabe de este territorio

Pintoresca imagen de Capileira

Una magnífica vista de Sierra Nevada, alzándose el Mulhacén a la derecha, y el Veleta, a la izquierda.

miércoles, 7 de octubre de 2009

De Granada a la Alpujarra-1

La Alhambra desde el Albaicín
(Haz click para ver una foto mayor y con más detalle)
El andén de la estación de Granada apareció como recién regado. Así lo vimos al descender del tren. Hacía escasos minutos que un aguacero descargó sobre Granada. Los lavajos retenidos en la calzada de la avenida de la Constitución reflejaban las luces de los focos de los automóviles, y las plantas de los jardines perlaban diminutas gotas de agua, recibiendo a nuestro paso el beso de la humedad.

Pero al día siguiente el cielo amaneció limpio de nubes y emergió el goloso color turquí. Un broche de luz sembró de gracia y poesía los amorosos jardines de la Fuente del Triunfo, con su fantástico repertorio de aguas cristalinas y rumorosas. Así nos saludó esta bella ciudad. Y más jardines, soberbias arboledas y serpenteantes arroyos preludiaron nuestra visita a la Alhambra y al Generalife, subiendo con la caricia de las sombras por la puerta de las Granadas. Y este paraíso granadino, conjunción de maravillas, emblema de Granada, impar embrujo admirado por el mundo entero, nos colmó de belleza, de arte y gozo, abriéndose los corazones al sentimiento y al lirismo.

Y recorrimos la Alhambra, construida por los Reyes Nazaritas, joya de la arquitectura árabe, recreándonos con su profusión decorativa, como los mocárabes, los palacios con sus regios salones y patios, descollando el de los Leones, con sus cuatro arroyos que confluyen en la fuente, que en esta ocasión apareció sin sus populares leones, pues estaban en proceso de restauración.

Entre jardines, pasando por las torres de los Picos y de la Cautiva, visitamos El Generalife, entre perfumes de rosas, acipresados setos y cortejo de fuentes, lagrimeando surtidores de plata entre un delirio de colores, sobresaliendo el espléndido patio de la Acequia con sus pabellones.

Aunque el autobús de la línea 31 te sube al Albaicín, se descubre mejor a pie este núcleo urbano, con el tablero de sus rincones y callejas que evocan el pasado musulmán. Por la carrera del Darro, al pie de la colina de la Alhambra, llegamos al mirador de San Nicolás, un lugar de visita obligada en Granada, acariciado por los besos de las auroras, donde se descubre con sonido de castañuelas una de las más bellas panorámicas de Granada: La gigantesca sierra Nevada, el Generalife, la Alhambra y toda la ciudad, con el Darro y el Genil cantando seculares plegarias.

Desde la calle Calderería, que toma aspecto de zoco, con sus tiendas y sus esencias de aromas intensos, degustamos el típico elemento de la gastronomía granadina: las “tapas”, con la exhibición de sus diversas especialidades, entre cervecitas y una copa de vino. Leímos que “el origen de la tapa se remonta siglos atrás, cuando a los mesoneros de la ciudad se les ocurrió tapar los vasos de las bebidas que ofrecían a sus clientes con un plato con algo de comida, para evitar que entraran insectos en el mismo”.

Estas jornadas granadinas se engalanaron con el arrebatador conjunto de monumentos de gran valor y belleza, modelados con el florón de sus estilos más diversos, entre el columnario y el serial arquitectónico. El punto de partida fue la típica plaza de Bib-Rambla. Así los vimos estos estilos (gótico, renacentista, barroco y neoclásico) en la Catedral, en la Capilla Real (donde descansan los Reyes Católicos), en la basílica y en el museo de San Juan de Dios, y en los monasterios de la Cartuja y San Jerónimo, que conforman la “ruta de los monasterios”, aunque ambos figuran muy distantes, aconsejando tomar el autobús de la línea 8 para visitar el primero.

Lo último que visitamos en Granada fueron el barrio del Realejo, con su plaza del Campo del Príncipe, donde se encuentra “el Cristo de los Favores”, al que los granadinos le tienen una gran devoción, y el Parque de las Ciencias (línea 1), donde disfrutamos contemplando sus pabellones, salas y espacios expositivos del Macroscopio. Era muy visitada por chicos y grandes la sala dedicada al arte de la taxidermia y que nos gustó mucho, viendo detenidamente los 110 grandes mamíferos naturalizados, 80 especímenes conservados y otros elementos entre maquetas, talleres, etc.

Y nada mejor para rematar esta apasionante visita al parque -visita obligada en Granada- que subir a la airosa torre de observación, un excelente mirador orbital de Granada, desde donde se nos brinda en bandeja dilatada los encantos de esta hermosa ciudad, con sus mágicas ascensiones a los barrios blancos, con la grandiosidad y esbeltez de la sierra Nevada, con sus ronda de cumbres: Mulhacén, Veleta, Alcazaba…, con sus brazos abiertos al mar y a los horizontes.

Puerta de la Justicia

Jardines de los Adarves

Por la calle Real

Patio de la Acequia y Pabellón norte

La Alcazaba, espléndido mirador de Granada

Vista del Albaicín desde los Palacios Nazaritas

Vista parcial del Patio de los Leones

Detalle de columnas y mocárabes

El patio de los Arrayanes

Mirador de Lindaraja

Mirador de San Nicolás


La Alhambra vista desde el mirador de San Nicolás

La plaza Nueva

Calle Calderería, con tiendas de artesanía moruna

La puerta Elvira

La Catedral

Puerta del monasterio de Cartuja y la iglesia

Parque Fuente del Triunfo

El Cristo de los Favores en el barrio del Realejo

Torre de observación del Parque de las Ciencias