Por el Tajo abajo

 Decía Pedro de Lorenzo en su obra “Viaje de los ríos de España” sobre las fuentes del largo y caudaloso Tajo: “Es increíble que este cauce apenas dibujado, y en este caudal, mínimo, den para mil kilómetros de río; mil kilómetros largos: Sólo en España, 910. En el valle se escarpan, repentinas, las márgenes”.

La semana pasada estuve desarrollando mis andanzas viajeras por tierras de Gea de Albarracín, donde otro río, el Guadalaviar, escancia su fertilidad por toda la vega. Y pocos días atrás viajé hasta las mismas fuentes del Tajo, en la Fuente García.

En verano, esta fuente puede aparecer seca, por cuyo motivo también se le denomina “la mentirosa”. El marco es soberbio. Los pinos negrales revisten los prados y acicalan las escarpas calcáreas. Las sabinas albares y las chaparras perfuman el ambiente y escámpense por el valle los sonidos fluctuantes de las esquilas de los rebaños.

En la Serranía de Albarracín el Tajo afina su rumbo entre los límites de Teruel y Cuenca, entre elevadas montañas que resguardan su vigorizante vega. Al SW álzase el techo de la Serranía de Cuenca, el pico Mogorrita, con sus 1.866 m. de altitud. Y como contrapunto, en tierras de Guadalaviar, se enriscan Los Malenes, de 1.825 m. Y en estas cumbres, entre aromas de virginal pureza, donde el silencio se acopla mayestático, se extienden las panorámicas, dominando la naturaleza los cuatro puntos cardinales.

La vega del Tajo derrocha soltura de verdes, con praderas magníficas, donde se encuadran los ocres de la tierra desnuda.

El nacimiento del Tajo está salpicado por un grupo de estatuas de hierro sobre pedestales de cemento. La mayor representa al Padre Tajo, que se alza a 15 m. de altura. Las otras tres simbolizan las provincias ribereñas: Teruel (el torico); Cuenca (el cáliz) y Guadalajara (el caballero).

Camino a trechos el Tajo, siguiendo las rutas de la trashumancia. La ganadería fue una de las principales actividades económicas de estas sierras, además de la agricultura y la explotación forestal. Aún quedan vestigios de este patrimonio ganadero, como las parideras o “paideras”, que formaban corrales. Estos edificios tenían en su interior una zona para resguardar el ganado, con comederos a base de troncos vaciados, y espacio para los pastores, con bancos adosados a la pared y una chimenea. Otra de las edificaciones típicas es el “torruco”, que se utilizaba por los pastores como refugio para guarecerse ante las inclemencias del tiempo.

Sigo caminando el curso del Tajo entre majadas y hoyas. Su cauce es estrecho, como un riachuelo. Culebrea entre verdísimos prados y pinadas. El caudal parece quieto, como reposado entre el silencio de la naturaleza. Se acrecen en las orillas los juncales. Y las ranas, ante mi presencia, traspasan las láminas de cristal provocando un chasquido metálico.

Asciendo a Los Malenes desde el puerto del Portillo (1.790 m.) Y me asomo al mirador homónimo. Es un punto excelente para admirar la estirada vega del Tajo. Con un desnivel de más de cien metros,  la belleza de estas tierras se muestra en todo su esplendor, formando un arrebato de matices muy pintoresco y armónico, de fuerte colorido. Esta gran atalaya domina esta amable vega, dorada por el sol primaveral. Y grandes masas forestales revisten los titanes de esta solemne geografía: el citado Mogorrita, la Muela de San Juan y el Cerro de San Felipe.

Antes de proseguir mis andanzas, descanso en este mirador. Una vez más me siento dichoso por tener esta afición a la montaña. Y que a mi edad no existan aún motivos para dejarla. Y es que la montaña sigue siendo para mi objeto de interés, de pasión, de conquista, de “transfiguración poética”, como dijo Georges Sonnier.