A SEGORBE

Tendida en las faldas de dos cerros donde se agarró la historia con laureles de siglos. Me afano en coronar esos cerros cada día,  como un ejercicio de vida, donde bailan los verdes entre cantares de aves. Y se pasean  gentiles brisas, henchidas unas veces por la estirpe aragonesa y otras por las fragancias de miles de naranjos de la costa mediterránea.

Te veo, Segorbe, recamada de perfiles castaños. Y en la nueva primavera tus fragancias planean  sobre tus tejados, cercando los ramilletes azules de las brillantes cúpulas sacras.

Me imagino el Segorbe antiguo, donde se enamoraron íberos, romanos, árabes… Y hay jirones de prosapia histórica, entre torres, murallas y tradiciones.

Todos te arroparon con las prendas de su estilo. Y te alzaste como ave fabulosa para abrirse a la historia de reyes y señores. Y tu cordón urbano se fue ensanchando hacia el arrimo del Palancia, hermano que entrega el agua de la fertilidad a través de acequias plateadas.

Y creció Segorbe. Y nacieron hijos ilustres, poetas, sabios, artistas, políticos, navegantes… Y tuvo obispos, que sellaron su impronta con hechos y palabras.

Todos dejaron su herencia. Y te veo, Segorbe, enlazado entre cerros hermanados con tu maternal imagen. Y como hijo enamorado escribo esta glosa sencilla, mientras camino por el jardín de la ilusión,  pintando mi alma de rubios arreboles.