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El Tiempo en Segorbe. Predicción

El Tiempo en Segorbe

lunes, 6 de julio de 2009

Mar de nubes


Era muy pronto cuando alcancé el collado del Lobo. Aún faltaban algunas horas para que el calor trastornara mi ascensión. La temperatura era fresca y la umbría se condensaba en el bosque de pinos, reconfortando mi caminata. Había madrugado bastante para efectuar esta ruta. La pinocha crujía a mis pasos y el perfume del bosque embalsamaba mi olfato.

Crucé el collado de los Majanos. Gradualmente iba ganando altitud, buscando por la carena la cumbre del pico de Santa Bárbara de Pina. Ascendía sin sendero, sorteando fragmentos de rocas silíceas, arbustos y troncos. El cielo mostraba un azul puro y la luz planeaba ya por las planicies de Pina de Montalgrao y Barracas y por las tierras de Teruel.

Pero la sorpresa la tuve cuando alcancé la cima del pico. Un mar de nubes, extenso y opaco, cubría la mayor parte de la comarca del Alto Palancia. Las sierras, de menor altura que los 1.400 m. del pico de Pina, quedaban ocultas bajo la gran capa nubosa, bañada hacia la costa por una luz suave y pálida. Era un espectáculo sensacional, único. Y muestro dos fotos que perpetúan esta representación en mi tierra. Aunque las tomas son regularcillas, expresan este espeso y algodonoso mar, festejando mi ascensión a tan impar atalaya.

viernes, 3 de julio de 2009

Villarluengo


Andaba por el Maestrazgo aragonés siguiendo el GR-8. Había dormido en Ladruñán y seguía el valle del Guadalope entre la escolta de la piedra y la voz de la naturaleza. Me detuve en el refugio del Higueral, adentrándome más tarde por la sierra de la Garrucha, separándose la ruta del cadencioso curso del Guadalope. Superaba collados y rodeaba masías con sus auras melancólicas. El puente romano del Vado, a escasa distancia de los Organos de Montoro con sus crestas erizadas como tubos de órgano, me indicó que estaba cerca de Villarluengo, pero antes tuve que coronar el puerto del mismo nombre, pasando por el excelente Hostal de la Trucha y por las balsas de una piscifactoría. Arribé a Villarluengo tras 8 h. de fatigante andadura, pero feliz de admirar paisajes sorprendentes y salvajes, disfrutando del Guadalope entre un indescriptible delirio a los sentidos y a la soledad.


Al día siguiente, suficientemente descansado, me dediqué a recorrer Villarluengo. Enrique Royo destacó esta copla, plasmando la pintoresca imagen de este pueblo asomado a las profundas gargantas de los ríos Cañada y Palomitas.

“Entre montañas bravías,
que quieren tocar el cielo,
se destaca la silueta
de mi pueblo Villarluengo”.


Villarluengo fue villa de honda personalidad y raigambre entre los pueblos vecinos. Y fueran modélicas sus fábricas de papel continuo, las primeras que hubieron en España, instaladas por la familia Temprado, a finales del siglo XVIII, aprovechando las aguas del río Pitarque. Y cuando estas fábricas dejaron de funcionar en sus instalaciones se puso en marcha una importante fábrica de tejidos.


Al llegar a la plaza contemplo embelesado la iglesia de la Asunción, con su neoclásica fachada flanqueada por dos esbeltas torres. La plaza es espaciosa y está en pendiente. En la parte superior alzase el templo con sus grandes proporciones, y en la inferior está el Ayuntamiento, con sus ventanales enfajados de sillares y piedras labradas.


Deambulo entre sus calles costaneras. El silencio del pueblo me reconforta y el aire fresco de la sierra se cuela amorosamente entre sus calles, donde late el sabor histórico de la antigua muralla y de las típicas casas con su arquitectura popular, predominando la piedra y la madera.


La imagen de Villarluengo tiene estilo y plasticidad por su vertiginoso emplazamiento. Me asomo sobre la roca despeñada, sobre la hondura del río Cañada, cuando llego a una placita protegida con su muro de piedra. Las casas están abiertas a la profundidad y enfrente se asoma la orografía de unas tierras cerealistas, con sus masías rodeadas de praderas y recostadas bajo la entrañable montaña de la Muela Mujer.



Al abandonar Villarluengo me detengo en el incomparable Balcón de los Forasteros y contemplo todo el calidoscópico tejido de fachadas que me ofrece el pueblo, emergiendo sobre la tajada roca, con la iglesia como airoso monumento. La visión es fantástica.

lunes, 29 de junio de 2009

De Mosquera al Carrascal


El último itinerario de nuestro grupo de senderismo (Rocacoscollá) para cerrar la temporada se desarrolló por el Parque Natural de la Sierra Espadán. Recorrimos una ruta circular por la legendaria belleza del valle de Mosquera. Se ascendió al monte Carrascal, para admirar el espectacular paisaje de la sierra y de la comarca, y por las Balsicas descendimos al encuentro del olivar, cerrando el circuito. En la última parte del trayecto el fuerte calor del mediodía se agarró a la tierra y nos machacó con ahínco. Rubricamos la ruta envueltos por las acogedoras sombras del área recreativa de las Carboneras de Azuébar, donde gozosamente nos refrescamos en la fuente.


Los primeros pasos nos encaminaron hacia el valle de Mosquera. Partimos desde el paraje donde nace el camino de la Boguera, que comunica con Almedijar. Seguimos la asfaltada pista hasta la entrada al valle, rodeados de un paisaje antrópico. Apareció enseguida la verde profusión del extenso alcornocal que cubre el valle, con las escarpadas rocas de rodeno emergiendo en las abruptas laderas, aflorando su formidable tonalidad roja.


La ruta de Mosquera es de excepcional belleza. Las sombras se engastaban en el tupido bosque y las adelfas nos brindaban su rosáceo galanteo. Caminábamos por una senda de ensueño, en un ambiente romántico, mientras vigorosos helechos enjundiaban la toponimia del barranco de la Falaguera, denominación que hace referencia a la abundancia de estas plantas.



Llegamos al umbral de la masía de Mosquera, pasamos por su lado y proseguimos la ruta valle arriba, hasta su cabecera, constelada de verdes uniformes, con los alcornoques desplegando el caprichoso retablo de su ramaje.

Llegamos al pie del Carrascal. Recamadas orlas rocosas se incrustan en sus empinadas laderas, y el deseo de ascenderlo fue casi unánime en el grupo. En fila india se encauzó la progresión, entretenida y pintoresca. Se alcanzó el airoso mojón del vértice geodésico entre un matorral espeso y las panorámicas premiaron las miradas. Las más conspicuas cumbres de Espadán se empenachaban de procelosas nubes y los velos de nieblas pálidas difuminaban el cercano paisaje costero.


Bajo el sombrío cobijo de un monumental alcornoque realizamos el almuerzo. Y, como es habitual, resultó muy animado, compartiendo gollerías, dulces y otras exquisiteces afines. Y bajo la dominante mole del Carrascal, seguimos un bonito sendero. Superamos cerros encadenados y arribamos a las Balsicas. El descenso fue continuo entre el castaño tapiz de las jaras, hasta llegar al barranco Vidal, ya en la recta final de la ruta.






En el restaurante Millán disfrutamos de una comida estupenda. El servicio fue excelente y a todos nos gustó. Eso sí, íbamos enfundados en nuestras coloristas camisetas, identificativas del grupo. Y en septiembre volveremos a caminar por los privilegiados espacios naturales de la Comunidad Valenciana, gracias al gran entusiasmo de nuestro entrañable amigo José Manuel.

Y…

¡FELIZ VERANO!