
Los únicos habitantes del castillo del Buey Negro dibujan sus siluetas libremente en los renglones azules de su feudo. Son los buitres, que coronan la soledad de los riscos por donde se afianzan los escasos restos de esta antigua fortaleza, que fue musulmana, perteneciente a los dominios de Abu Zeyt y considerada como una de las fortalezas de mayores dimensiones de la Comunidad Valenciana.
Situado a 748 m. de altitud, en el límite de los términos de Argelita y Ludiente, aunque ubicada en el término de Argelita, impresiona su situación, sobre los cinglos rocosos que se asoman sobre el sinuoso curso del río Villahermosa. Ocupan una notable porción de la impactante Muela del Buitre Negro, con sus vertiginosas cortaduras. Su visita tiene la impronta excursionista e histórica, y los paisajes son únicos.
Y antes de iniciar la ascensión hacia el castillo, contemplo como el río, que acaricia el oído con su murmullo, ondula su curso por el grandioso desfiladero, decorado de una hermosa vegetación ribereña. Los pinos alzan sus verdes copas trepando por los empinados y sombríos taludes, el durillo escampa la vistosidad de sus floraciones blancas y las exudaciones de las rocas exaltan el triunfo de sus colores cenicientos y anaranjados. Esta garganta es una de las maravillas naturales de la comarca del Alto Mijares.
Almendros y olivos arropan mis primeros pasos. Camino por una pista cementada y tortuosa, que se adentra en la pinada tomando altura gradualmente. El espectáculo que constituye la Muela es incomparable con sus rocosos baluartes. Una enmarañada vegetación prospera por la umbría del pinar. Las plantas trepadoras se multiplican, enroscándose a los troncos de los pinos.
Subo ahora por un bonito sendero, que me eleva hacia un colladito, a los pies del castillo. Aparecen bancales escalonados, colonizados por las desabridas aliagas. El sendero empalma con la ruta al castillo desde Argelita, siguiendo el SL CV 91.
Me adentro por los dominios de la Muela. El sendero con sus balizas blancas y verdes la rodea por sus contornos meridionales, donde se aprecian las ásperas pendientes que se abocan al rehundido desfiladero del Villahermosa. Las afloraciones rocosas sobremontan el itinerario, una ruta casi longitudinal que culmina en un claro zigzag, remontando un expedito tajo que te aloja en el terreno amesetado que ocupó el castillo, pasando al lado de la Casa de la Muela.
Un panel informativo mostrando detalles del castillo figura al lado de un aljibe, con su bóveda reconstruida. Y me asomo a este mirador que domina la enorme depresión en cuyo fondo baja el río Villahermosa. Observo la amplitud, la elegancia de los abismos en el abrupto paisaje, y también el intrincado paisaje donde nacieron masías vinculadas a la agricultura y a la ganadería.
Y recorro los escasos restos de este castillo, cuya posición califico como impactante en un medio físico realmente altivo. En el itinerario, por su alargado perímetro, descubro lienzos y una torre defensiva. Un sendero me encamina hacia el borde de los acantilados, que conjugan cornisas y una profusa variedad de elementos geológicos, con alguna ventana caliza. La verticalidad de las paredes impresiona, un desnivel de considerable altura sobre la hoz del río. Pronuncianse laderas gigantescas que animan el accidentado paisaje, en cuyos pedestales se hilvana una fecunda vegetación pinariega.
Y elevado sobre este escenario, al lado de estos abismos, pienso en la historia del castillo del Buey Negro, en su audaz emplazamiento, simbolizando el recuerdo de unas técnicas constructivas asombrosas, de gestas memorables que enardecen la imaginación.
Danzan los buitres sobre el abismo,
entre historias y leyendas,
surcando entre ráfagas silenciosas,