
He encontrado hace un rato la belleza. He paseado por el hechizo del bosque. Y me he sentido feliz, porque he visto paisajes románticos y soñadores, una revelación de colores castos que avivaba el sol del mediodía y rincones fantásticos donde los alcornoques, como señores del lugar y con las columnatas de sus preciados troncos, extendían el barroco entramado de sus grisáceos ramajes.
Como emblemas de la belleza otoñal, los arbustos mostraban sus colores con acento vivo, saludando a los heraldos del placer estético. Me he sentido feliz entre los suspiros de las plantas, entre perfumes que rondaban a mi lado voluptuosamente, como amorosas caricias.
Un arroyuelo parecía crear lágrimas de perlas bajo las frondas. Era su canturía alegre, como salmodiando su voz ante la grandeza del marco vegetal, orlado de vibrantes oros y granas, en medio de una quietud agradable, como monástica.
La imagen no es una obra de arte, lo se. Pero si que la naturaleza la ha bordado con sus mejores galas. Y el arte estaba ahí.