A
las 14,35 sale el talgo con destino a Alicante. Estoy en la Estación Norte de Valencia. Mi
tren, con destino a Gandía, sale a las
14,56. Pero no llego a esta importante ciudad. Me bajaré en Cullera.
En
la estación rondan los murmullos de los viajeros. También el run-run de las
locomotoras. Las azafatas lucen pantalón negro y camisa blanca. Veo a viajeros
que corren hacia su tren. La hora se les ha echado encima. En el centro del amplio
vestíbulo de viajeros se ofrece una amplia oferta de camisetas blancas y rojas.
Algunas ostentan el dibujo de la tomatina de Buñol.
Mi
tren sale puntualmente, tras anunciar la megafonía el último aviso. A esta hora
de la tarde luce un sol radiante y el cielo está emborrachado por empellones de
nubes cirrosas. El tren se para en todas las estaciones. A partir de Silla se
suceden las tierras planas, donde el arroz impone su supremacía, desplegando el
rastrojo un amarillo de oro viejo. Sobre los bancales, los caminos se enderezan o se arquean. La
espaciosa planicie aparece salpicada de puntos blancos, que son las casitas de
almacenaje de aperos. Sobre la llanura se recortan solitarias palmeras. Parecen
retazos de otras épocas, esparcidos entre la inmovilidad y el estatismo del
paisaje. Un cielo azulino se desploma perezoso sobre el lecho áureo de los
campos.
La
avanzadilla urbana de Cullera queda cortejada por la abigarrada cuadrícula de
los huertos de naranjos. Y ya en la estación, un autobús me acerca a la playa.
Con sus 1.750 m .
de longitud y una anchura de 75
m ., la playa de San Antonio, con sus zonas de baño y
deporte, tiene una arena de grano fino, como un vestido de seda dorado, y caminar
sobre ella depara un ejercicio exultante y casi rehabilitador.
Pero
en esta tarde el baño no está permitido. Un viento racheado se hace dueño del
paisaje marítimo. Las olas se encrespaban y batían la arena entre los hervores
de espuma blanca de sus crestas, mientras la pincelada de una vela blanca
recortaba la línea del horizonte. El ruido de las olas es una cantinela
constante. Y han alzado la bandera roja, por si acaso.
Paseo
entre sol y sombras, entre lunares de oro, mientras veo jugar a la petanca, y una pareja de enamorados se besan en un
banco. El viento mueve la gracia fresca de la rubia melena de la chica, sin enterarse. Me acerco a la
desembocadura del Júcar. Lo veo apaciguado, con alguna barca descansando. Me
gusta más el Júcar serrano, con los elevados pinares, con la ciudad encantada,
con sus hoces, deslizándose verde y rumoroso.
A
la playa de San Antonio le sigue la de la Escollera , con sus diminutas dunas. Entre las
playas Escollera y Marenyet el Júcar desemboca al Mediterráneo.
Después
del paseo, me siento en una terraza. Me apetece tapear. Y me inclino por unas
puntillas y unos pulpos a la gallega, regados por un endiosado tinto riojano.
Pasa
el tren turístico. Este trenecillo ofrece rutas al Castillo y a la cueva-museo
de Dragut, ubicada cerca del mirador del Faro.
El castillo domina la antigua villa y la moderna Cullera. Procede del
siglo XIII. Al lado está el santuario de la Virgen del Castillo, de estilo neo-románico. Y
entre los museos que tiene Cullera, está
el museo de Dragut, que alberga una exposición temática sobre la piratería
mediterránea en el siglo XVI.
De
regreso a Valencia, mientras por la ventanilla del tren contemplo el extenso
marjal, con los campos de arroces segados, y alguna cosechadora mecánica
sesteando al sol, con el descanso de la
tierra, hasta que el 1 de noviembre tenga lugar la “perellonà”, cuando las
compuertas se abren y los campos se inundan, pienso que tengo que volver a
Cullera. Y volver a hacer el PR-CV 336, una magnífica senda por la montaña del
castillo, partiendo del Faro. La haré cuando el otoño esté avanzado. Tengo
ganas de disfrutar de los hermosos paisajes que ofrece esta ruta, contemplando
huertas, el marjal, las playas y
montañas lejanas, atemperado por el frescor del viento blanco, que hace bailar la epidermis vegetal.
7 comentarios:
Coger el tren y dejar que los ojos vuelen por el horizonte es el mejor antídoto contra el veneno de la prisa. Un abrazo.
Yo estuve hace años,pero en coche,tengo unos amigos allí.
En tren tienes que disfrutar más para ver el hermoso paisaje sin el estres de conducir.
Bonito pueblo,me encantó.
Lindo passeio!!! O que mais me chamou a atenção foi o percurso de trem (que adoro!) e as fotografias com olhares românticos... belas, belas...
Bom fim de semana, querido.
Beijo carinhoso.
Hola Luis, estos trenes vienen muy bien para despreocuparse de buscar aparcamientos en los lugares de playa.
En Miranda de Ebro a 40 km. de donde vivo hay un tren que le llaman el "tren playero" que va por la mañana a San Sebastian y vuelve a última hora de la tarde y no veas que tranquilidad.
Un abrazo
Hola Luis.
Una maravilla de reportaje.
Valencia es una sitio privilegiado por el mar y la montaña.
Cuídate mucho, que se te mejore pronto este lumbago.
Una esterilla caliente, quizá te aliviaria, pero con el calor que hace...
Un abrazo, Montserrat
La fotos son encantadoras Luis. pero el recorrido que nos has entregado a través de bellas palabras, descripciones de suelo, mar y cielo son estupendas. Le dan ganas a uno de meterse en ese tren y hacer ese mismo recorrido que nos planteas. Me encantó Luis.Gracias y un saludo.
El medio que prefiero para viajar es el tren. aunque eso no quiera decir que descarte a otros medios como el autobús o el avión.
Estuve hace algunos años en Cullera, lo hice desde Valencia donde estaba alojada.Mi conocimiento es escaso porque fue una visita de ida y vuelta y todo el día en la playa, cosa que me encantó.
Veo que tienes publicada fotos de una gran cantidad de lugares por lo que sería una forma también de viajar sin moverte del sillón.
Me quedaré aquí un ratito para viajar sin salir de casa a aquellos lugares que me faltan por conocer y que son muchos.
Saludos.
http://ventanadefoto.blogspot.com.es/
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