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El Tiempo en Segorbe. Predicción

El Tiempo en Segorbe

miércoles, 27 de enero de 2010

El alma de la tierra se funde con el silencio



Mis pasos se orientan por tierras del Alto Maestrazgo. Tierras tapizadas de verdes, de ocres y grises, moduladas por valles, hoyas, intrincados barrancos y quebradas profundas, que se deslizan hacia los impresionantes tajos del río Montlleó.

El alma de la tierra se funde con el silencio. El Maestrazgo es pletórico en páginas históricas. Por todos los lados asoma el trabajo de sus gentes, que siguen dando sus frutos. La imagen ancestral de estas tierras se palpa bajo los luminosos acordes del astro rey. Y yo disfruto caminando por estos atávicos y panorámicos escenarios, entre un aire puro, pasando por lugares con olor a tierra, donde resuenan los ecos de las esquilas, rebotando entre la secular piedra en seco de los azagadores, sempiterno trazado evocando el trasiego de los rebaños.


En los bosques se aprietan las carrascas y los pinares. Y el pregón del mediodía se desploma como los verticales farallones que se asoman sobre abismos sobrecogedores. Los buitres anidan en la reciedumbre de estas paredes, y sus majestuosos planeos se dibujan en la cristalina atmósfera, con sus delicados brillos azules.



Los colores se extienden potentes, salpicados por masías matizadas con el color de la tierra, aposentadas en el regazo de las eminentes montañas, atisbando en su posición la sinfonía de la luz.


domingo, 24 de enero de 2010

Espadán, la niebla y algunas cumbres

Aín

A partir de 800 m. de altitud una niebla opaca fue la protagonista de nuestra ruta de ayer sábado. El que suscribe se embarcó muy gustosamente a llevar al animoso grupo de amig@s por collados y grupas del Parque Natural de la Sierra Espadán, haciendo frente al intenso brumazón. Aunque no presentó problemas en el avance, si que se perdieron las referencias naturales del terreno. Gracias a los GPS se pudo enlazar al cruzar los Altos de Bovalar con el recorrido correcto hacia el collado de Peña Blanca, ya que el sendero que seguíamos, con sus marcas de PR, se separaba del citado collado, abocándose en dirección al valle de Mosquera. Un punto que exige la posición de un señalizador vertical para evitar dudas de seguimiento.


*****
Desde la blanca Aín remontamos el barranco de la Caridad, siguiendo el trazado del GR-36. Pasamos por debajo del Arquet, delante del Molí de L`Arc, el Molí de Guinza, el manantial de la Caridad -que abastece la población de Aín- y la fuente de Noguerales. Por una sinuosa senda alcanzamos el Coll de Barres. Y por un bonito sendero, entre cómodas lazadas, coronamos la primera cumbre de la ruta, el Benialí, de 974 m. de altitud, vecino del Batalla. La severa niebla, que desplegaba sus grisáceos lienzos con agudos bríos, nos impidió sumergirnos en los suntuosos paisajes de Espadán.

Nuevamente en el collado, un señalizador vertical del GR nos indicó la progresión del itinerario hacia el cautivante cresterío que desciende del Puntal del Aljibe. La niebla se pegaba con ahínco en las peñas del pico Bellota, nuestro siguiente objetivo. Pero antes compartimos la apetitosa ronda de viandas, pastitas, cafetitos y mistelitas.

Seguimos el culebreo de la cresta entre la danza del pinar del Retor y las rojas escamas del rodeno.

En todo el recorrido hasta el collado de Ibola la niebla, espesa y gris, se mostró como una masa pastosa, cerrando el atractivo paisaje de Espadán. Ráfagas de aire húmedo nos bañaron cuando llegamos a la rocosa cima del Bellota (956 m.). El afilado roquedo dibujaba formas fantasmales, donde se estrellaban los rápidos jirones de la niebla.

Al bajar y tomar el balizado sendero que remonta los Altos de Bovalar, la niebla se apelmazó más, agarrándose a estas cumbres como un diluvio gris, que nos impedía ver a pocos metros. En el punto más alto de estas cúspides (971 m.), los GPS cumplieron su función, y llegamos sin novedad al collado de Peña Blanca o Mosquera. En poco tiempo alcanzamos la cumbre de Peña Blanca (957 m.), y, seguidamente, tras una dura ascensión desde el collado de la Ereta, la del Cerro Gordo (988 m.).

Ya en la bajada, donde nos esperaba el collado de Ibola, pensaba que no se iba a cumplir esta vez el refrán que dice “En llegando a San Antón, ninguna niebla llega a las dos”, pues el reloj ya marcaba las dos de la tarde. Llevábamos seis horas de marcha y el desnivel acumulado superaba los mil metros. Aunque también asociaba al anterior refrán el siguiente: “Niebla en la sierra, agua en la tierra”.

Traspusimos el collado de Ibola y enfilamos el descenso hacia el barranco del castillo por un empinado sendero. Convirtiose en un delicioso camino de herradura, que conserva el sabor del antiguo empedrado.

Los restos del castillo de Aín miran con pasión el paisaje circundante. Interesante mirador sobre una escenografía secular de verdes jaspeados. Y en este histórico marco de origen árabe, José Manuel bordó su arte fotográfico creando para el recuerdo la simpática imagen del grupo.

Entre tramos bucólicos, con las pinceladas de añosos alcornoques proyectando el retorcido enrejado de su ramaje y los gorgoteos del agua de la Caridad, canturreando entre el refulge de la vegetación ribereña, llegamos a Aín, vigilada nuestra entrada por la ermita del Calvario.

Detrás quedaba nuestra aventura entre la niebla, la dureza de los desniveles asentada en nuestras piernas y una nueva versión de la sierra Espadán palpada con esforzados ánimos.

Gracias, amig@s.
Luis G. “Macián”.

En la cumbre del Benialí

En dirección al pico Bellota


En la cumbre del Bellota

Tras coronar el Bellota

El brumazón por el Carrascal



En los Altos de Bovalar

En la cumbre de Peña Blanca




Llegando a la cima del Cerro Gordo

Descendiendo hacia el collado de Ibola


Descendiendo hacia el castillo de Aín




El castillo de Aín

El autor del blog en el recinto del castillo de Aín

Pasando por debajo del Arquet

Vadeando el barranco de la Caridad

viernes, 22 de enero de 2010

El concierto de tu mirada



Voy a buscar la alegría,
el concierto de tu mirada,
tu voz suave y aterciopelada,
que borda acordes de armonía.

A tu lado crecieron mis amores,
el efluvio de mis sentimientos,
desgranas emoción a brazadas,
mientras te cercan los resplandores.

Eres baúl de historias vivas,
que a tu lado se tejieron,
hay olor de rosas entre las piedras,
como un tributo de eternas primaveras.

El agua suena y canta,
con nervio y elegancia,
el júbilo desglosa mi fuente,
su canción me emborracha.

lunes, 18 de enero de 2010

El Benicadell, donde el espíritu se engrandece



Mágica montaña,
estandarte de soledad y silencio,
faro gris de las alturas,
hermosa cumbre de mis emociones;
contempla, Benicadell,
el cortejo de mis amores.

Casi nunca desaprovecho la ocasión que se me presenta para volver al Benicadell. Así que decidí acudir a esta mítica montaña tras la propuesta de José Manuel (Rocacoscolla).

Esta montaña es una de las más bonitas y emblemáticas de la Comunidad Valenciana. Siempre veo excursionistas cuando la visito. Tiene mucho atractivo. Muestra la grandeza de nuestras montañas. El mundo de la verticalidad. De la aventura y de la escalada. Así lo vio el excursionismo valenciano y el alicantino. Como digo, siempre que puedo vuelvo a esta montaña.

Mi amigo, Rafael Cebrián, destaca en su obra “Por las cumbres de la Comunidad Valenciana”: “La senda de la ascensión clásica por las húmedas vertientes de la umbría, es un deleite para los sentidos, caminando por el santuario acogedor de la biodiversidad de la montaña mediterránea, adornando el roquedo y la tierra, la armonía gris de la caliza con el suave verdor en la tierra”.

La ruta partía de la localidad de Ráfol de Salem. Allí saludé al grupo excursionista. Era el punto de partida del itinerario. 8 h. de la mañana. Pero por unas molestias recientes en una de mis piernas, decidí recortar el recorrido, saliendo de Beniatjar, desde donde hay 5,680 km. hasta la cumbre, con un desnivel de 708 m.

Desde esta población tomé el camino de la Sierra, siguiendo las señales del PRV-213,1, en dirección al paraje de Les Fontetes y la casa forestal de Les Planisses. En este punto me reuní con los amigos. Y seguimos la ruta tomando la deliciosa senda que nos elevaría hasta las cotas superiores. Una mezcla variada de plantas pueblan la inclinada umbría, a los pies de los paredones cimeros. Setos espesos de durillos adornaban el serpenteante sendero con la oleada de sus flores blancas. Crecen en la frescura del terreno enredaderas, jaras, retamas… Los pinos mostraban los despiadados efectos de las fuertes rachas de viento de días atrás, con ramas y troncos retorcidos y partidos. La vegetación se multiplica, al igual que las preciosas vistas, alegrando la progresión de la ascensión. Ya se ve la colosal cumbre y los calizos espolones que se desprenden de ella, como firmes arbotantes de una catedral pétrea.

Un ramal de sendero nos condujo a la nevera del Benicadell, antigua construcción para almacenar la nieve, que se conserva en buenas condiciones, entre la compostura de la hiedra.

Las lazadas del sendero nos alojaron en un colladito. Y la gradual ascensión desde este mirador hasta la cima se desarrolla por la misma roca. Para alcanzar la cima del vértice geodésico, a 1.104 m. de altitud, hay que afrontar un par de pasos algo delicados, abriéndose vertiginosos abismos a ambos lados de la cresta, muy expuesta al viento.

Grandioso resulta el espectáculo panorámico que se divisa por todas las partes desde el Benicadell. Los valles y llanuras se abren por las partes de Albaida y Beniarrés, con su típico embalse. Y un sinfín de sierras y cumbres, que ondean como olas de un gran mar, se abarcan por todas las direcciones, destacando el Mongó, al lado del mar, el Montdúver, la Safor, Aitana (el techo de la provincia de Alicante), la Serrella y la Mariola, con el hito culminante del Montcabrer.

En lontananza las nubes retenían el tono gris del invierno.

Como destacaba un ilustre montañero: “¡No hay pasión que no se adormezca a estas alturas, salvo el entusiasmo!”.

Y en el Benicadell afloramos todo nuestro entusiasmo, nuestra pasión montañera, el gozo de disfrutar de una hermosa mañana. Una ruta que la recorrimos con el corazón.

El Benicadell “hermosa cumbre de mis emociones”.











sábado, 16 de enero de 2010

Los velos del Penyagolosa


No he tenido suerte. En estos momentos echo de menos el azul del cielo, la claridad de la atmósfera, las diáfanas lejanías. Otra vez será. Los velos neblinosos restallan sobre los pináculos rocosos del Penyagolosa, sobre sus paredes; se abaten sobre las mismas y redondean las cimas. El aislamiento en la cumbre es arrebatador, electrizante. Sólo entre nubes apelmazadas, entre una corona de rocas y ante una abismada vertiginosa, el vacío de los trescientos metros de sus cortados, de los paredones verticales de la vertiente sur.

Adopto la decisión de descender del pico. De abandonar el constante peregrinaje de las nubes, de esos rasgos ensombrecedores que las matiza. No he gozado de la vista elocuente, completa y redonda que el Penyagolosa ofrece. De la glotonería del paisaje desde la airosa cumbre. Mas, no estoy decepcionado. He aceptado serenamente esta otra versión que el tiempo me ha proporcionado. Del simbolismo de lo natural en el seno del silencio, lejos del barullo de la ciudad. Casado con la emoción en la eclosión de la altura, del embrujo del tiempo, fuera del sonido, con el espíritu asomado a la seductora monumentalidad de la montaña, buscando su temple, libre, abierto al claro soñar.

Regreso al mas de Peñagolosa y me incorporo al camino. Paso por las masías de Cardán, Camales, Marcén…, dominadas por los cinglos altaneros, balcones sobre cabeceros de barrancos, de terrenos altos que esperan la siembra primaveral, almáciga de páginas ganaderas. Masías con las reliquias de las eras, sin la mácula del grano, con el pavimento desgastado por el roce de los vientos y el tiempo desigual.


Desde el Mas del Marcén avisto el río Carbo; las asperezas del valle en su curso alto, las diversas masías que lo salpican: Llaves, Casa Cardá, Masico Ibáñez, El Carbo, Pariz, Maluendas… Abierto espacio natural en su estado primigenio, con los detalles del despoblamiento; perdiendo poco a poco la fisonomía que imprimieron sus moradores de los pasados siglos. Un paisaje estoico con remembranzas etnográficas.

En el Mas del Marcén tomo una senda que baja hasta el río Carbo, primeramente entre pinos. Río arriba el lecho es una sucesión de pequeñas cascadas, espumejeantes. Y en todo el curso la corriente de cristal hilvana pozas, remansos, que el sol, luciendo ya en las primeras horas de la tarde, relumbra en sus superficies.



En el punto donde el barranco de los Izquierdos se une al Carbo, está el Molino de Abajo, y también la fuente de la Higuera, de generoso caudal. Descanso en este paraje bajo el arrullo de la fuente y el río, en perfecto maridaje eufónico.

Por la senda, que cruza el río, se advierte la señalización, las inconfundibles marcas del GR-7. La senda me llevará, en el ambiente de la tarde calmosa, hasta Villahermosa del Río.

jueves, 14 de enero de 2010

Cerro de Sopeña


Busco la paz en mi cerro,
donde la historia unió enseñas,
cuna de legendarias civilizaciones,
entre piedras y almenas.

Señores de la realeza,
alzaron en su cumbre
un castillo de impar belleza,
que fue asombro y lustre,
entre sonidos de trompetas.

Cuando el sol dora tu cabezo,
sin el asomo de aquel castillo,
resplandecen los antiguos laureles,
entre acordes que son un suspiro.

La luna te abraza
con su lumbre de plata,
y las estrellas del cielo,
te envían guiños de alabanza.

Segorbe, despierta o dormida,
te dedica el brillo de su sonrisa,
reclinada con pasión sentida,
en el regazo de tu caricia.

domingo, 10 de enero de 2010

Al lado del Mediterráneo


El vientecillo lucía su rumor cabalgando sobre las grupas de la pinada. El escenario vegetal estaba sumido en sombras. Ordenado, sin la agobiante etiqueta de una desaforada urbanización eclipsándolo frívolamente alrededor. Era la virginidad del bosque la que me transmitía sensaciones libres, ancestrales. La vegetación y la costa. La pinada, con sus pespuntes arbustivos, recalaba en la misma línea de las rocas oxidadas, donde recibía el idilio de las olas.


La mañana era soleada. El azul era como un fanal resplandeciente. Y las pequeñas calas dibujaban su aplanado costillaje hasta crecer en el declive de abruptos acantilados, donde se perfilaba la antigua torre vigía entre un halo incandescente.


Tiene esta parte de la costa un aire romántico, dulzón y bravo a la vez. El viento, el perfume, la soledad, eran elementos que fondeaban lustrosamente en mi ánimo. Y me senté sobre una porosa roca, contemplando el enfebrecido movimiento de las olas grises, sus espumosos ovillos avanzando rítmicamente hasta cubrir las rocas con sus golpeteos, tejiendo argentados chorros, como trenzas de plata.

viernes, 8 de enero de 2010

La carrasca de Culla


El viajero, tras hacer noche en uno de los alojamientos rurales que dispone Culla ¡muy atractiva oferta!, se despierta con los lamentos del viento. Se asoma al exterior y observa que el día está despejado, acariciado por una atmósfera cristalina.

La noche anterior repasó la ruta que realizaría. Entre las existentes, conectadas por PRs y el GR-7, destacan la “Roca Penyacalva”, la “Cova del Moro”, el “Single Verd”, el “Morral de la Maciana”, etc. La decisión se centró en la ruta circular “Font de L`Oli”.

Y el viajero, convertido en excursionista, abandona la masía. Y se adentra por un paisaje rural, típicamente ancestral, que entona fielmente con imágenes del pasado. Tierras de desniveles pronunciados, de impresionantes vistas, de fuertes contrastes y salpicadas de masías. En uno de los folletos que le entregó muy gentilmente el dueño del bar del Poble, a quién el viajero desde este rincón agradece su amabilidad y atención, se lee “Culla posee un total de 650 habitantes, de los que solo unos 230 viven en el pueblo. El resto habitan en masías diseminadas por el término del municipio, de las cuales aproximadamente 80 aún está habitadas en la actualidad”. La extensión de este municipio es de 115, 9 Km2.

Y el excursionista desarrolló este itinerario donde pudo ver montañas encorsetadas de elevadas pendientes, rocas de encrespadas fachadas, buitres explayando sus vuelos e incluso una pareja de cabras hispánicas, que lo observaron con manifiesta curiosidad. Y el anhelo embriagado de ver el mundo rural del Maestrazgo, que sigue asombrando y alimentando la propia felicidad del viajero.

De regreso a Culla, el excursionista convertido nuevamente en viajero, prosigue su viaje en dirección a la Torre d`En Besora. Y en este recorrido se detiene con el tiempo necesario para contemplar, admirar y disfrutar de la carrasca de Culla, declarado árbol monumental de la Comunidad Valenciana, y que está situada en la masía Clapés.

Tiene una altura de 23,35 m.; unos 7 m. de perímetro del tronco; 30 m. de diámetro de la copa y un peso estimado de 75 toneladas.

De propiedad privada, se dice que esta famosa carrasca es, probablemente, la más grande de España y de Europa. Bajo su extendido ramaje se pueden cobijar unas mil personas. ¡Asombroso!

El viajero, henchido por la belleza de tan maravilloso monumento vegetal, continúa el hilo interminable de su viaje, en busca de más paisajes, de nuevas piedras de cultura histórica, de nuevas sensaciones que acaricien su corazón con la armonía musical de la naturaleza.






miércoles, 6 de enero de 2010

Culla, sorpresa medieval


Desde Benasal la carretera retoza en curvas por las primigenias faldas del Moncantil, mientras se acerca a Culla, población que se observa en lo alto de un montículo, con su encrucijada de típicos rincones y pinas callejas adaptadas a una singular topografía, gozando de un fuerte atractivo por su pintoresca ubicación, abierta a panorámicas de gran belleza natural y paisajística, montañas drenadas por la rambla Carbonera y el río Montlleó.

El casco antiguo de Culla es conjunto histórico y fue declarado en el 2004 Bien de Interés Cultural
.

Culla tuvo su castillo, de origen musulmán, con murallas que rodeaban el pueblo, el cual jugó un papel importante en la Edad Media por su estratégica situación. Y a consecuencia de las transformaciones urbanísticas que se realizaron en el pasado, hoy Culla conserva un gran encanto, por lo que callejear por su entramado urbano es toda una rica experiencia por la visión histórica que se obtiene.

El viajero en su paseo observa todos los monumentos que atesora Culla: “La Presó”, que fue el antiguo granero del comendador y prisión en las guerras carlistas; el porche, arco gótico del siglo XIV; la iglesia parroquial del Salvador; el mirador del “Terrat”; el antiguo hospital, edificio del siglo XVII; las murallas y torreones del antiguo castillo; la puerta de la Barbacana; el arco de la Porta Nova, frente a la iglesia, etc.

El viajero, para remarcar su interesante callejeo por Culla, corona la cumbre del cerro donde se asienta. A 1.121 m. de altitud, al lado del vértice geodésico de segundo orden, contempla con gran placer un inmenso paisaje formado por las impresionantes montañas del Maestrazgo, recortado por un destacado número de muelas y barrancos, un marco prodigioso de vida ganadera y agrícola para conocerlo mediante el desarrollo de incursiones senderistas. A poniente sobresale, altivo y desafiante, el Penyagolosa, con su espigada cumbre curtida por los vientos y las nieves.

Allí, solo en la cumbre, el viajero era un espectador de vida y esperanza, de una cultura etnográfica que se asomaba por todos los lados como un canto extraordinario. Y a sus pies, Culla se va desdoblando con su vistoso escalonamiento, apeándose en las bandejas terrícolas de las hoyas, bañadas de tonos pardos y esmeraldas.

(Continuará).